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―No es mucho, Yuu-chan. Solo debes hacer un cuento y contestar unas cosas de tu libro braile― Mikaela se sentó en el suelo sobre la alfombra azul que tenía el azabache en su cuarto. No tenía ninguna necesidad de sacar sus cuadernos, puesto que en el tiempo de la práctica de Yuu se adelantó como acostumbraba para hacer su tarea, pero aun así los sacó para ayudar a su compañero. En cambio, Yuichiro parecía estar distraído y no le prestaba atención más que a su mejilla, la cual no dejaba de acariciar.

«¿En qué estará pensando?» Los mechones rubios se ladearon junto con la cabeza del niño. Mika lo habría regañado de sospechar que se distraía a propósito para no hacer su tarea, pero eso parecía algo diferente.

―Mika, puedes... ¿puedes acercarte? ―La puerta de la habitación estaba casi cerrada, casi. Pero... no habría de qué preocuparse ¿cierto? Antes habían estado juntos y a solas durante muchísimo tiempo, casi a diario, aunque... los meses recientes Mika se sentía diferente con respecto a Yuu. Habían llegado a la edad donde dejaban de ver que todo en la vida era amistad y que no existía alguna otra relación que no fuera esa.
Cuando los demás compañeros se la pasaban emparejándose mentalmente con las niñas de su curso, Mika no podía separarse de Yuu. No podía imaginarse siendo emparejado con alguien que no fuera Yuu-chan. Las niñas le parecían bonitas, pero no llamaban su atención. Ni siquiera se imaginaba tomando la mano a Mitsuba de la manera en que tomaba la mano del azabache, y eso le parecía bastante extraño pues la rubia llevaba los mismos años de amistad con ellos.

«La tomaría para ayudarla a subirse en algo, pero no para guiarla como con Yuu-chan.»

Se acercó como le pidió. Y Yuu esperó a escuchar el sonido del cuerpo de Mikaela deslizarse hasta estar frente a él para moverse él.

Los pensamientos de Yuichiro solían molestarlo mucho cuando Mika se iba a su casa, cuando se quedaba solo o cuando no podía dormir. A veces no encontraba la diferencia entre estar despierto o dormido, pero su amigo rubio lo ayudaba a marcar esa línea. El día comenzaba cuando Mika llegaba a su casa para ir juntos a la escuela. 

Pero últimamente, pensaba mucho en su aspecto; no pasaba día en el que no se preguntara cómo era el aspecto de Mika. Si era más alto, producto de esos seis años pasados, si sus ojos eran azul brillante como lo describía su mamá, si su cabello era realmente largo...

Como pocas veces lo hacía, alargó su brazo solo un poco y llevó su mano directamente a la mejilla de Mikaela dejando la brusquedad típica que usaba de lado, como si supiera que estaba exactamente en ese lugar. El contrario simplemente cerró sus ojos, dejando que Yuu lo reconociera una vez más. 

Sus manos se encontraron en las mejillas del rubio y acarició cada facción de su rostro; lo primero que notaba era el tamaño de sus mejillas, no eran tan pachoncitas como antes ahora eran más delgadas, también su barbilla era un poco más alargada y los ojos de Mika se habían vuelto un más pequeños, más rasgados. En sí, su rostro se había alargado. ¿Él también habría cambiado? Nunca podría saberlo, nunca podría comparar el rostro que tuvo cuando conoció a Mika con el que tenía ahora. Darse cuenta de eso le provocaba la conocida frustración que lo fastidiaba la mayoría de las noches.

―La gente siempre dice que las cosas que hacen siempre se vuelven tan sencillas que pueden hacerlas con los ojos cerrados. Pero no existe algo como eso... Algo que sea tan sencillo como para poder hacerlo con los ojos cerrados. ―Yuu bajó sus manos a su regazo y agachó su cabeza, instintivamente los mechones negros cubrieron su rostro. Vivía de las sensaciones porque no podía fiarse de otra cosa, así era su vida... y se cansaba de hacerlo.

Mikaela simplemente esperó en silencio. A medida que los años pasaban Yuichiro era más consciente de su situación, de lo que la ceguera le privaba. Del enorme mundo que no podía ver. Y llegaban esos momentos en donde  se hartaba de todo y los sentimientos negativos se desbordaban.

► Un Nuevo ComienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora