Aquella noche abrió y creó otra herida dentro del muchacho rubio.
El hospital estaba lleno. A pesar de que no solía notarse mucha diferencia en el personal, así fuera de noche o de día, existía una: los alumnos menores de cierto grado no estaban para apoyar. Y en una ocasión así, su ausencia fue enorme.
Mikaela se había tomado quince minutos de sueño para reponerse y poder seguir con las horas que le faltaban para salir de su guardia. El cansancio y las horas de desvelo le provocaron los primeros síntomas de lo que podría ser una gastritis. Tal vez se estaba exigiendo mucho, pero su promesa de mantenerse suficientemente ocupado para no pensar nada más en lo que hacía le daba la motivación para seguir adelante.
El rubio descansaba sobre una camilla con su celular a un costado para que pudiera escuchar las siete alarmas que puso antes de dormir. No pasaron ni ocho minutos de paz y tranquilidad cuando el hospital se volvió un caos. Las sirenas de las ambulancias despertaron bruscamente al ojiazul quien se levantó asustado. Normalmente una ambulancia hacía bastante ruido, pero esto era un escándalo terriblemente ruidoso. Las luces rojas centelleaban por las ventanas del hospital y pintaban las paredes blancas en rojas durante los segundos en los que se reflejaban.
Más de cinco ambulancias llegaron casi al mismo tiempo al igual que al menos una decena de autos de civiles que se estacionaron apresurados. Las puertas se abrieron y comenzó todo.
Los paramédicos llegaron corriendo, escoltando camilla tras camilla; las enfermeras les ayudaron a pasar a los pacientes a otras camillas, llegaron personas caminando pero con alguna herida en su cuerpo, llegaron pacientes inconscientes, familiares alterados... la sala de urgencias pareció estallar.
―Lacus, ¿Qué sucedió? ― Preguntó Mikaela cuando su compañero de clase pasó junto a él, empujando una de las camillas que acababan de llegar.
―Un autobús de pasajeros se volcó ― El rubio se limitó a asentir antes de ponerse a trabajar.
Pero con solo acercarse, se detuvo... no sabía por dónde comenzar. El lugar era un completo desorden.
―¡Mikaela! ―Le gritó Shinya. La adrenalina se había elevado entre todo el personal de salud; pero no era suficiente. Necesitaban más gente.
Mientras apresuraba sus pasos hacia el peligris, miró su reloj: 3:04 am.
Eso los ponía en un problema, pero se tenía que intentar algo.
―¡Mitsuba! ― La rubia, que también se encontraba de guardia aquel día, se detuvo de su carrera para llevar un par de bolsas de suero en un carrito. Otra enfermera le tomó el carrito y se lo llevó apresurada. ―Llama a los estudiantes que no han cumplido con sus horas; trae a cuantos puedas
Le dio una palmadita a su hombro y corrió hacia Shinya quien estaba con uno de los recién llegados.
Mika pudo ver a varios compañeros hablando por teléfono, pidiéndole a más estudiantes que vinieran pues con la cantidad de pacientes que llegaban, el personal actual no alcanzaba atender a todos.
La realidad pareció abofetearlo con un guante de hierro al reconocer a la paciente que el Shinya estaba atendiendo.
―Mikaela, cúbreme― Le dijo antes de salir disparado en otra dirección de donde lo llamaban.
Cuando llegaban pacientes a los cuales atender, la actitud de todos los que estaban en servicio cambiaban. Lacus que siempre estaba medio dormido en clases, que bromeaba y se tomaba las cosas a la ligera; se le veía concentrado, como si madurara de un segundo a otro. Mitsuba también cambiaba, su personalidad se volvía más suave con los niños y cuando lo requería, la rubia construía una actitud de acero que la ayudaba para no ponerse sentimental.
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► Un Nuevo Comienzo
FanfictionYuichiro no podía ver el mundo. Mikaela decidió convertirse en su luz.