Capítulo III

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No logré conciliar el sueño, pasé toda la noche con la sensación que algo o alguien rondaba la casa. No era un hombre de rezos ni nada de esas cosas de la religión. Sin embargo, tuve que encender una vela a mi difunta madre implorando su protección.

Los ruidos que me estuvieron atormentando toda la noche eran muy reales, no era posible que fuese mi imaginación. Escuché incontables murmuraciones que no entendía. Eran voces o gemidos de desesperación. Percibí pasos por toda la casa que siempre se detenían en la puerta de mi habitación. Fue una noche espantosa, sin embargo todo lo que ocurrió fue detrás de las paredes de mi habitación especialmente en la sala. Como dije nada cruzó la puerta de mi cuarto. ¡Gracias a Dios!

Estaba pensando muy enserio en tomar el consejo que don Julián me dio la noche anterior. Estaba convencido e iría a ver al sacerdote del pueblo. No entendía lo que pasaba, pero si de algo estaba seguro era que todo tenía relación con esa endemoniada caja, era eso o definitivamente había perdido la cordura.

A pesar de todo lo ocurrido. Regresé ese día a la biblioteca un poco más temprano de mi horario de entrada para ser más exacto, eran las ocho de la mañana. Ya Rosalie, hermosa como siempre, estaba en su puesto en la recepción.

—Buen día Rosalie —la abordé tratando de ser igual que todos los días—. ¿Cómo estás? ¿No he recibido alguna llamada de la Biblioteca Central?

—Buenos días Tomás, no te ves bien. ¿Estás enfermo? —Preguntó en tono de preocupación y añadió—: No, no ha entrado ninguna llamada esta mañana.

Ella sonrió aunque fui yo quien notó algo diferente en ella esa mañana.

—Estoy bien, solo que tuve una mala noche de insomnio. Agradezco tu preocupación. Pero puedo ver en tan hermosos ojos negros que la que no se siente bien eres tú, Rosi. ¿O me equivoco?

En ese instante, observé que sus lágrimas comenzaron a deslizarse por su hermoso rostro moreno. Ver a un ángel llorar me puso el corazón arrugado.

Ella rompió en llanto.

—Alejandro... está hospitalizado desde anoche. Dicen que tuvo un accidente camino a su casa ayer por la noche. —En eso inquirió—: ¿No estaban ustedes trabajando juntos ayer?

Quedé sorprendido por la noticia. Incluso más que Rosi. Tanto que perdí el control al hacer evidente mi nerviosismo.

—¿Qué tipo de accidente Rosalie? Habla —dije alzando la voz, mientras ella abrió sus ojos sorprendida de mi actitud—. Anoche él se marchó primero, pues se sentía agotado, ¿qué pasó?

Ya en este punto tenía que aguantarme, así que oculté deliberadamente lo de la caja para evitar que sacarán conjeturas que pudieran sonar a locura si las mencionaba.

—La verdad no tengo mayores detalles del accidente —dijo todavía consternada—, supe del mismo esta mañana al llegar aquí. ¿Podrías acompañarme al hospital? Claro si lo deseas y te sientes bien.

—Por supuesto que si, Rosi —exprese ya calmado—. Iremos juntos a hospital. Disculpa, no quise comportarme así.

—¿Te parece en unas dos horas —propusó dirigiéndome una hermosa sonrisa.

—En dos horas está bien. Déjame hacer algunas cosas y vengo por ti.

Le di un beso en la mejilla y seguí mi camino.

Pase de largo en dirección a la oficina del Sr. Jonathan para informarle sobre la caja. Pero de repente la cabeza me dio vuelta. Me detuve al pie de la escalera a esperar que me pasará el mareo. Nadie se dio cuenta y eso me alivió. Sin embargo lo pensé mejor y desistí de la idea de comunicarle al Sr. Jonathan lo que descubrimos de la caja. Si, lo pensé mucho mejor, ¿por qué? Porque no sabía nada en concreto aún. Solo algunas hipótesis descabellada y eran imposibles de creer. Así que era evidente que necesitaba más detalles en concretos y por supuesto estos debían ser verosímiles.

La Caja Misteriosa en la Biblioteca (En Modo Corrección).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora