Capítulo X

44 10 3
                                    

"Al entrar al recinto sagrado, a una distancia prudente pude ver al anciano Padre Williams. Este a su vez, observaba con detenimiento al Cristo Redentor desde lo alto del altar. Con sigilo caminé hacía él, me pareció que rezaba o más bien murmuraba algo que no logré entender por más que lo intenté. Lo dejé, a fin de cuentas era una conversación privada entre él y hijo de Dios. No le dí importancia y simplemente  coloqué mi  mano en su hombro. De pronto dejó de rezar. No se movió. Fue tan extraño que creí que había anticipado mi llegada. En cambio he sido yo quién ha quedado desconcertado con sus palabras.

—Dime algo, ¿alguna vez has hecho algo del cuál te hayas arrepentido? —dijo, provocando en el recinto sagrado un incómodo silencio que me estremeció—. ¿O has venido porqué tienes algo que confesar?

—No entiendo el por qué de su pregunta. —repliqué tajante.

Se volteó esperando una respuesta de mi parte.

No sabía que responder. No quería hacerlo.

Era como si quisiera sacarme una radiografía del alma, de mis acciones. Sentí que buscaba provocarme o culparme. Pero ¿de qué? No soy ni he sido un hombre perfecto, ni mucho menos religioso. Por otro lado conozco la diferencia entre el bien y el mal. La tensión se había acumulado entre los dos lo que de hecho me hizo sentir atrapado. Llegué en busca de paz para mi espíritu atormentado en vez de eso, el anciano me cerró esa posibilidad de reconciliarme con mi conciencia. Estaba aquí en el terreno de Díos en busca de... Maldición, en busca de algo que me libere de la maldita caja. Seguimos en silencio por largo periodo. No dijimos nada. El me miró y yo lo miré.

Descubrí a mi pesar que la serenidad del padre había cambiado de manera drástica hacía mi, pues la expresión en su cara acentuó enormemente sus arrugas; me observó y como si estuviera poseído pronunció sin anestesia.

—¡Estás mintiendo!

En este indescifrable momento, ya no sabía que pensar ni que responder. Ese no era el padre de mi niñez, sin embargo no dejaría que su actitud hacia mí me bloquease la mente. Vine aquí en busca del amigo, del consejero e incluso el hombre intelectual.

El se levantó y dijo con seriedad:

—Estas lleno de sombra, hijo. Debes continuar.

—No entiendo. Ayúdeme  por favor —dije buscando el significado en sus palabras.

—Sigues perdido, Tomás —afirmó —. Tú alma está vagando entre las sombra ¿Sabes por qué?

—No —Grité lleno de impotencia—. ¿Acaso estoy muerto?

—Las sombras que te persiguen son el reflejo de lo que no quieres ver. Debes purificar tu mente. Renuncia a seguir un sendero maldito y abre los ojos.

Luego dándome la espalda preguntó:

—¿Estás preparado para abrí tu corazon? —no supe que responder, entonces añadió —. Una mente y un corazón sin pecado oculto te llevarán abrí la puerta a la verdad de la caja. Observa con atención todas las señales.

Di media vuelta sin decir nada. Ya en las enormes puertas de aquel Sacro lugar y estando a punto de salir, la voz del padre de nuevo se dejó oír con un retumbe en mis oídos.

—¡Tomás, te estaré esperando! —y añadió— ¡más pronto de lo que tú crees!. . .

                        ****
El tiempo siguió corriendo, aunque de eso no estoy seguro pues ya hace un rato que perdí la noción de las horas, los minutos y los segundo. El maleficio de la caja había hecho bien su trabajo, transformando mi hermosa biblioteca en la casa más aterradora. Como anfitrión de este santuario literario, yo mismo no quise creer en la usurpación a este lugar. Un suspiro profundo de mi atribulada alma me brindó el aliciente necesario para retomar la búsqueda.

En instantes la complejidad de mis emociones cambió como si fuese un torbellino, mis nervios me sacudieron,  pero de inmediato el valor regresó. Pensé en Alejandro nuevamente lo que me hizo dar cuenta que tal vez si tenía que ver con todo esto de las sombras y de lo que no estaba viendo. No obstante, mi lógica individualistas no estaba bien calibrada.  Sin darme cuenta, ingresé en la estancia donde quedaba el salón de la literatura fantástica "que ironía tan cruel" y para completar el panorama en esta área estaba un hombre sentado leyendo en una de las mesas. Al verme alzó su mano haciéndome notar presencia (como si no hubiese sido obvio). A simple vista parecía que estaba sumergido en la lectura. A modo precavido me fui acercando hasta aquel desconocido. Lo miré, lo observé bien y juro que no me sorprendí al descubrir que era Alejandro. Ya nada más de lo que pasaba aquí podía hacerlo. La apariencia de este Alejandro era ensombrecido, leía como si era muy importante. Por lo tanto y dado lo escabroso de los hechos recientes esto delante de mi... era un nuevo  enigma...

A todo riesgo me atreví a plantearle una pregunta haber que conseguía. Lo ví todo lleno de heridas sangrantes, sólo la luz estaba a su alrededor y lo demás estaba en penumbras. En sus manos sostenía el libro que antes había tenido en las mias, lo puedo afirmar con seguridad, pues llevaba la misma inscripción en latín.

—¿Qué quieres? Sé que no eres Alejandro.

Él levantó la cabeza, al mirar su rostro no pude evitar sentir escalofríos; por un instante quise huir, por qué no, era una posibilidad viable para cualquier ser humano que se preciara de estar cuerdo, sin embargo, ese no era mi caso. Todo era cuestión de hacer las preguntas correctas. Entonces abordé a la aparición espectral intentando algo que no había hecho hasta ahora, y era obtener por cualquier medio la verdad que sólo yo al parecer conocía y del cual irremediablemente también era culpable sin saberlo o aceptar mi muerte.

—Alejandro —dije con firmeza en la voz dispuesto a escuchar lo que fuera—. ¿Tienes algo que decirme? Porque te advierto que estoy preparando. Así que no te atrevas a me engañarme.

Asintió con la cabeza.

Un lúgubre gemido aturdió todo mis sentidos. Durante unos segundos mi cabeza fue un caos de recuerdos y memorias fraccionadas en un esfuerzo desesperado grité implorando una respuesta que no llega.

—¡Dios! ¡¿De que se me acusa?! —lancé un último alarido, sintiendo que todo el salón se movió bajo mis pies. Todo comenzó
a caer como si un ventarrón azotara las estanterías de donde los libros salían disparados de un lado a otro. El fantasma se había colocado a mi lado, susurrando al oído:

—¿De verdad Soy tú amigo? A veces, en el fondo de nuestra alma ocultamos los pecados pues, nos aterra que salga a la luz lo que realmente somos.

Él desapareció.

De nuevo me encuentré consternado. ¿Qué si éramos amigos?, por supuesto; quizás no los mejores amigos, pero si llevamos una relación... buena. Para qué quería saberlo y qué tenía que ver eso con la maldición o la caja o conmigo. Así que  Cerré los ojos rogando que todo desapareciera. Corrí como un loco de aquel lugar. Mientras abrí mis ojos; una luz brillante iluminó el pasillo a mi oficina. Me quedé congelado, paralizado. Al final del corredor una voz pronunció mi nombre como para guiarme a la tan anhelada salida. No pude hablar. La oscuridad había retornado a invadir los espacios bibliotecarios, sentí como mis piernas me abandonaban dejándome caer con la pesadez sublime que me brindaban la tranquilidad liberadora donde quizás al despertarme podría conocer lo que habían tratado de mostrarme y que aún no comprendía negado a ver.

La Caja Misteriosa en la Biblioteca (En Modo Corrección).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora