Todos sabemos que los profesores son bestias sin alma, que una mascota no es necesariamente un perro, que los niños vuelan con el poder de la imaginación, que los atrapasueños son mágicos, que los dibujos sirven para hacer realidad tus sueños y que...
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-Odio a esa profesora.- Declaró Taylor mirando con desprecio a la señorita Stain que subía las escaleras de mi escuela unos pasos sobre nosotras.- Definitivamente tiene malas vibras...
Rey y yo rompimos en carcajadas. Taylor era así: al estilo hippie mugrienta de los ochentas con sus oxford pintarrajeados y su cabello desprolijo. Tenía los ojos verdes claros y el cabello castaño como el mío. Se veía bastante ridícula en el uniforme blanco y rojo de la escuela. Según ella los uniformes, quitaban el "espíritu independiente de los estudiantes y reprimían la expresión". Para mÍ eran solo una mala combinación de colores en cuadrillé.
-Malas vibras no; es amargada de nacimiento. - la corrigió Rey. -Esa bruja me puso un uno, solo por dormir en clase. Ella no entendía que Morfeo me estaba invocando...
Volvimos a reír. Ya casi llegábamos al final de la escalera cuando un muchacho unos años mayor y bastante despistado, bajó corriendo y golpeó mi hombro exageradamente fuerte.
Digamos que yo no soy trapecista, ni acróbata, ni nada que implique tener equilibrio porque, sinceramente, no lo tengo. Al momento de mantenerme erguida sobre mis piernas y no caer de bruces al suelo, soy peor que una morsa tratando de atravesar una cuerda floja.
Caí hacia atrás y rodé por las escaleras golpeando cada centímetro de mi cuerpo hasta chocar contra la pared del descanso. Quedé atontada y sentada contra el muro mirando a mis amigas que reían a carcajadas sin intenciones de ayudarme y al chico que corría hacia mí arrepentido.
Dejó su mochila a un costado del descanso y se arrodilló a mi lado.
-¿Estás bien?- preguntó desesperado.
Debería haberlo insultado, golpeado o empujado por las escaleras; pero en su lugar, me eché a reír más fuerte que Taylor ese día que escupió leche por la nariz.
El chico me miró asombrado- ¿No te golpeaste?
-Claro que si.- dije entre risas- Pero fue tan cómico...
El simple hecho de haber rodado por las escaleras me había causado risa. Si, dolió, pero no pude evitar carcajear.
La expresión del chico pasó de susto a incomprensión. Parpadeó frunciendo el ceño y me ayudó a ponerme de pie. Tomó su mochila azul y comenzó a alejarse.
-¿No te disculparás?- pregunté tratando de reprimir mi sonrisa simpática para crear una mueca dubitativa.
Se volteó y sonrió de costado.- Tú me has chocado.
¡¿Qué?! ¡Yo era la que había rodado cuesta abajo tres pisos, no él!
Todo rastro de alegría, se borró de mi rostro dejando ver una mueca de disgusto.
-Tú eres quien me empujó por las escaleras.- reproché.
