Capítulo 27

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"Los fantasmas existen, y el mundo está lleno de ellos. Almas vacías que caminan por la vida esperando a que alguien los vea, y lo peor es que no están muertos"

El sol ya comenzaba a ocultarse tras las faldas de las montañas. Pronto serían las nueve y media, y los invitados lo sabían y muy bien. Aquella noche Amelia estaba amenazada de muerte y no tenían ninguna respuesta para poder salvarla de las manos de C.S.

Cuando la preguntaban ella aparentaba encontrarse bien, tranquila, pero todos (e incluida ella) sabían que por dentro estaría muerta de miedo. ¿Y quién no? ¿Qué clase de extraña tortura tendría el cazador de serpientes reservada para ella?

Ya habían transcurrido tres intensos días desde el secuestro, aunque para ellos había sido una eternidad en un constante infierno.

Tras acabar de cenar, fue Amelia la que tuvo que escribir con lágrimas en los ojos que la hacían mirar de forma borrosa el papiro, la carta a C.S. Sus compañeros la observaban entristecidos, incluso Victoria parecía sentir lástima hacia la reportera.

Todos se fueron a dormir temprano. Algunos esperaban que la muerte de Amelia no fuera dolorosa, y luego negaban con la cabeza tratando de alejar los pensamientos y no creer en la realidad tan inevitable. Otros se lamentaban por la pérdida de la reportera, pero agradecían en silencio no ser los siguientes.

Nadie escuchó aquella noche unos pasos silenciosos en el pasillo. Tampoco como se acercaban a la sala de armas, donde la reportera dormía. Y mucho menos como Amelia, que seguía despierta, susurró:

–Sé que me vas a matar.

La figura la miró curiosamente. Su máscara y sus ropas eran oscuras, perfectas para pasar desapercibidas y para que su rostro quedará oculto tras ellas.

–Chica lista, Géminis–respondió la voz serena.

Amelia entreabrió la boca. Una lástima que no pudiera decirles a Marcos y a Natalia que no discutieran más sobre si el asesino era hombre o mujer, ya que ella ahora tenía el privilegio de saberlo. Una pena también que ella fuera a morir.

–Solamente dime cuál es tu identidad–pidió ella. Un atisbo de súplica se pudo apreciar en su tono. Su último aliento se lo llevaría aquella persona, lo único que preguntaba era saber quién era. No creía que la petición fuera descabellada.


La persona se acercó más a ella, y alzó la lanza clavándosela a la reportera. La sonrió y quitó la prenda negra que la impedía ver su rostro. Se acercó al oído de Amelia y susurró algo. Unas palabras que se perdieron en aquella habitación para siempre, y que Amelia se llevó consigo a la tumba.

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–Creo que no hace falta ser forense para averiguar de que ha muerto–habló Rick. Los demás habían preferido no entrar en el cuarto donde descansaba el cadáver de la reportera, o habían sido suficientemente valiente para verlo pero no capaces de articular palabra después.

–Es evidente que la lanza le ha perforado el pecho–dijo Natalia haciendo un esfuerzo por responder. Amelia le caía bastante bien, era una buena chica con la que había hablado ayer mismo, y no era agradable tener que verla horas después con una lanza clavada–. El muy cabrón ha ido directo al corazón.

– ¿Sufrió? –preguntó en un susurro Isabel. Era una de las más afectadas, ya que ella había sido una de las pocas que la habían dado ánimos para continuar.

Muerte en el zodiaco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora