Capítulo 9

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"No tememos a la muerte, tememos que nadie note nuestra ausencia; que desaparezcamos sin dejar rastro"-T.S. Eliot

– ¿Y qué quiere que respondamos? ¡¿Qué no tenemos ni puta idea de quienes son los asesinos?! ¡¿Qué no sabemos porque los mataron?! –gritó frustrado Marcos.

–Si te sirve de consuelo, sí sé quién es ese tipo. Un malito loco que nos quiere mandar al otro barrio–respondió Rick pasándose las manos por el pelo.

–Tenemos que responder las tres preguntas–dijo Victoria tratando de seguir las normas del juego–. No me apetece perder un brazo o una pierna, así que venga rubia, escribe en el maldito papiro.

– ¡No tengo porque aguantar tus pu...–trató de responderla Laura, pero su voz fue acallada por otras personas que se pusieron a discutir también entre ellas.

– ¡Callaros todos! –Exclamó Daniel llamando la atención de los presentes–. No hay tiempo para lloriquear o para peleas. Más tarde podréis discutir y como si queréis mataros entre todos, pero ahora tenemos que escribir las tres respuestas.

La sala se sumió en un silencio absoluto. Tan solo se oía a algunos moquear mientras Isabel pasaba pañuelos, o a otros apretando la mandíbula o los puños de pura rabia. Germán había escondido la cabeza entre sus manos y trataba de calmar su agitada respiración.

–Necesitamos propuestas–dijo el veterinario– ¿Qué sabemos sobre los muertos?

–Que sus muertes supuestamente fueron un accidente y por enfermedad. Nimue era una niña obsesionada con las muñecas que murió de tuberculosis en el siglo XIX, hija de Anabel y Edwin Starn. Su madre se volvió loca y se ahorcó. De Cinnard Starn sabemos que se cayó por la ventana del tercer piso durante una tormenta y que lo fulminó un rayo–respondió Natalia. Siempre había tenido buena memoria y era muy buena observadora. La había llevado muy lejos, pero ahora esto era un acto de supervivencia.

–Dijeron que ambos casos eran accidentales... ¿No?

–Según nuestra guía que es probablemente cómplice de este lunático, sí–contestó Raúl.

–Creo que deberíamos escribir todo lo que sepamos de los casos, tal vez eso valga–opinó Martín.

–No es mala idea–apoyó Amelia–. Y respecto a la última pregunta... Lo mejor será que escribamos que es nuestro anfitrión. Al fin y al cabo... Lo es, ¿no?

Amelia miró a su alrededor buscando la aprobación de los presentes. Algunos asintieron con la cabeza, mientras que otros seguían encontrando más interesante seguir con la mirada perdida lamentándose de su estupidez y de su mala suerte.

–También es el loco que nos engañó, drogó y que nos tiene atrapados–respondió Marcos.

–Sí, tú dile eso. Creo que le encantara. Lo mismo le caes bien y te hace el honor de empezar contigo los asesinatos–respondió Laura para luego coger la pluma y empezar a escribir.

– ¿Qué estás escribiendo? –preguntó Daniel.

– ¿Tú que crees? Lo que me habéis dicho–respondió ella bruscamente, aunque por dentro era un manojo de nervios. La mano le temblaba y la costaba escribir. Sobre todo porque nunca en su vida había utilizado una pluma–. Odio escribir a pluma. ¿Cómo narices se escribe el nombre de Edwin?

Diez minutos después y con la ayuda de Natalia, Rick y Daniel, la respuesta fue depositada sobre la mesa por la tenista y las personas abandonaron la sala. Isabel, Claudia y Amelia fueron a comer algo de la cocina rápidamente. A la una debían de estar todos en sus respectivos cuartos.

Muerte en el zodiaco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora