Capítulo 19

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28 de febrero, 1973

El anciano estaba prostrado en la cama. Su final se acercaba con una velocidad vertiginosa. Su corazón no tardaría en dejar de latir, y la misma enfermedad con la que había estado luchando durante siete largos años al fin ganaría su tan esperada lucha. La muerte llamaría a su puerta aquella misma noche, y le atraparía con su manto, terminando con el dolor inmenso que en su pecho sentía. Sin embargo, él solamente podía pensar en una sola cosa.

El joven aporreó la puerta principal de la enorme mansión. Fuera llovía a cantaros, hacía un frío infernal y el viento soplaba con fuerza. Los nervios del hombre estaban a flor de piel. Un viaje de negocios le había obligado a marcharse del lugar, asuntos importantes al parecer. Su padre estaba enfermo, pero cuando lo dejó parecía estable, según palabras del doctor. Había estado fuera dos semanas. Una carta escrita por Kenzie le había hecho volver de inmediato. Su padre estaba grave, y probablemente muriera esa misma semana. No dudo en comprar un billete para marchar la misma noche en la que descubrió lo sucedido.

Kenzie le abrió la puerta. En cualquier otro momento, Cinnard habría abrazado a su pareja y preguntado que tal estaba o hablado de cosas cotidianas. Sin embargo, ese día no fue así.

Cinnard entró como una exhalación en la mansión, y subió corriendo las escaleras para llegar al cuarto donde su padre yacía moribundo.

Abrió la puerta y se encontró con su padre. Su tez estaba realmente pálida, como la de un fantasma. Se arrodilló en frente de la cama del anciano y lo agarró de la mano fuertemente.

–He venido lo más rápido que ha sido posible–dijo el chico sintiendo como las lágrimas asomaban en sus ojos.

–Hola Cinnard–respondió él tratando de sonreír–. Ahora calla y escúchame.

Su padre siempre había sido una de aquellas personas que iban al grano, estuviesen en la situación que estuviesen.

–Te escucho.

– ¿Ves aquella estantería? –el anciano señaló débilmente con la cabeza el mueble, y su hijo asintió–. Busca un libro grueso de tapas rojas.

Cinnard se levantó y caminó hasta la estantería. Allí habría al menos treinta libros, divididos en cuatro baldas de madera. Había varios libros rojos, o de una tonalidad de rojo más oscura, acercándose al granate.

– ¿Cuál de ellos es? –preguntó.

–El que tiene una foto de tu madre entre sus páginas–respondió el hombre, y liberó una pequeña sonrisa de sus labios finos al hablar sobre aquella mujer que tanto había querido. Por desgracia, Nerys ya no estaba entre ellos, los había abandonado hacía ya mucho tiempo.

–Aquí está–dijo al fin Cinnard, observando con atención la fotografía pegada a la primera página del libro. Su madre había muerto joven, a la corta edad de treinta y ocho años, y aquella había sido una de sus últimas fotos. Una joven de ojos brillantes y sonrisa simpática, sonreía tímidamente a la cámara, mientras que unas manos de hombre la sujetaban por los hombros. No se veía la cara de aquella segunda persona, pero el joven supuso que sería su padre.

–Despégala con cuidado–ordenó Archie.

Cinnard obedeció a su padre y despegó la fotografía con suma atención para que no se rompiera o sufriera daño alguno.

– ¿Pero que...

–Era un buen sitio para ocultarlo–dijo el anciano. Debajo de la fotografía, y entre las páginas siguientes recortadas para formar un perfecto rectángulo, se escondía un libro de tamaño menor–. Ábrelo.

Muerte en el zodiaco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora