Capítulo 10

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"Es imposible no derrumbarse cuando la persona que era tu punto de apoyo se marcha para no volver"

– ¿Qué estamos buscando? –preguntó Isabel.

–No estamos muy seguros, pero algo si sé. Tendrá que ver con los signos–respondió Daniel.

Germán seguía impactado por la muerte de Laura así que seguía mirando al suelo cabizbajo, como un fantasma apenado. Al fin y al cabo, era la persona con la que más había hablado del grupo y le gustaba charlar con ella. O mejor dicho, él le lanzaba miradas acompañadas con amables sonrisas, y ella trataba de regalarle una sonrisa, aunque normalmente estaba enfadada por algo o molesta, así que tan solo aparecía una mueca.

–Cuidado, te vas a chocar–le dijo Martín al chico.

Él paró gracias al agarre del juez en su hombro.

–Lo siento, es que estoy algo... sorprendido–dijo él rascándose la nuca.

–Comprendo.

Siguieron caminando entre rosales hasta llegar al invernadero.

– ¿Y por qué tiene que ser en el invernadero y no en el resto del jardín? –preguntó Natalia.

–Tienes razón. Tal vez sea en la rosaleda de allí, o en aquella cúpula rodeada de rosas–comentó Raúl– ¿Hacemos grupos?

–Está bien. Tres grupos de cuatro–dijo Daniel.

–Daniel–dijo acercándose Amelia algo incómoda–. No sé si te has dado cuenta, pero ahora somos once.

Daniel entreabrió la boca tras comprender lo mucho que había metido la pata al ver la cara apenada del veterinario.

–Eh, sí. Lo siento. Será mejor que está vez solo hagamos dos grupos. Marcos, Amelia, Claudia, Isabel y yo iremos al invernadero. El resto que vaya a la cúpula. En diez minutos en la rosaleda.

–Espera... ¿A alguno le queda batería en el móvil? –preguntó Marcos.

–A mí un 5%–respondió Victoria mirando la pantalla.

–Yo tengo reloj, así que ambos grupos tendremos para mirar la hora–dijo Daniel–. No os separéis del grupo.

Cada grupo marchó por un lado del jardín. El día era caluroso y el sol se mantenía firme en aquel cielo careciente de nubes. Mientras que el grupo que encabezaba Daniel se dirigía hacia el invernadero que estaría como un horno, el grupo de Martín caminaba recto en dirección a la cúpula.

No tardaron en llegar a una zona dominada por largos y delgados árboles con corteza lisa de color gris y manchas más oscuras, como si alguien los hubiera utilizado como lienzo y estos hubieran sido pintados a pinceladas de gris. Las hojas eran de un color verde brillante, suaves y con vellosidad en los márgenes.

–Sin duda son hayas–dijo Natalia acariciando una hoja. Le encantaba el tacto tan suave de estas, especialmente de estos árboles.

– ¿Qué se supone que debemos buscar en la cúpula? –preguntó Victoria imitando el gesto de Natalia y acercándose a otro árbol.

–Alguna pista, alguna cosa. Estoy seguro de que C.S. se habrá encargado de ponérnoslo a mano para que nuestras pobres mentes lo descubran. Creo que se cree muy listo y a nosotros muy estúpidos–contestó Martín suspirando.

–Fuimos tan estúpidos como para aceptar una invitación sin la firma del anfitrión, e ir en limusina con otras tres personas desconocidas hasta llegar a una mansión extraña y siniestra–habló la profesora–. Creo que tiene razones para pensar que lo somos.

Muerte en el zodiaco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora