"No es libre el que obra por miedo al castigo, sino el que obra por amor a la justicia"-San Agustín de Hipona
– ¿Qué crees que contendrían estos botes de cristal? –preguntó Rául a Natalia, mientras cogía uno.
–No lo sé, pero apestan a podrido–le contestó ella, quien había abierto la tapa de uno de ellos–. Más que a podrido... a muerto.
Victoria agudizó el oído al escuchar aquella palabra.
– ¿Quién ha hecho referencia a la muerte? –preguntó con una sonrisa divertida y los ojos brillantes.
–Como sigas así vas a parecer un ave carroñera de esas...–la regañó Rick con un bufido molesto– ¡Un buitre! Sí, uno de esos horribles pajarracos medio desplumados, que esperan a que animales indefensos y enfermos mueran ante sus ojos, para caer en picado sobre sus cadáveres nada más morir estos.
–Gracias por el cumplido–le respondió ella con ironía, poniendo los ojos en blanco. No podía negar que le gustaban aquellos tira y afloja que tenía con aquel astrologucho del tres al cuarto.
–Solamente digo que esto huele horriblemente mal. Y ya que estamos en una especie de película de terror... Los botes de cristal me recuerdan a esas pelis malas de alienígenas y cosas así–opinó Natalia tratando de sonreír indiferente, aunque tan solo consiguió formar una mueca.
–Películas de aliens o... Los frascos en los que conserva órganos el típico psicópata de las películas americanas–comentó Raúl riendo.
Natalia tragó saliva, y Raúl abrió los ojos como platos.
– ¡¿Me estas intentando decir que aquí había guardados órganos humanos?! –exclamó el arquitecto dejando con asco el bote de cristal que había tomado anteriormente. Su cara lo decía todo.
– ¡No! Es decir... es solamente una suposición–trató de defenderse ella. Sin embargo, aquella "suposición" bastó para que los demás se alertaran.
Claudia miró con repulsión los botes, y se alejó de estos junto a Isabel. Martín ni siquiera se había acercado. Se había quedado apoyado en la pared, descansando de sus muletas, que por cierto le estaban matando los brazos y la pierna buena, ya que tenía que hacer todo el esfuerzo por caminar con estos.
–Suposición o no, tiene sentido–dijo Daniel, como siempre intentando calmarlos–. De todos modos, no entiendo porque C.S. quiere que veamos esto.
–Yo tampoco...–murmuró Rick–. Pero supongo que con el cazador de serpientes nada tiene sentido.
♦ ♦ ♦
Camelia seguía pasando páginas y páginas amarillentas de aquel grueso libro de tapas rojas, devorando con la mirada aquella historia tan macabra que aparecía ante sus ojos.
Había leído al menos 20 hojas cubiertas con una enorme manta de polvo que la había hecho estornudar varias veces, mientras aguantaba el olor a cerrado, a viejo y a ácaros que se cernía sobre el lugar. Sin embargo, lo que descubrió había valido la pena.
Tras leer al menos unas cincuenta hojas sin descanso, observando cada mínimo detalle de los escritos, Camelia decidió hacer un pequeño resumen mental de la historia de los Starn.
"1783: Drystan y Lowena Starn, llegan al pueblo. Allí no son bien recibidos ya que son algo extravagantes para las mentes de los pueblerinos (la mayoría son granjeros y trabajan humildemente). El único que se hace buen amigo de Drystan es el que se encarga de encender las farolas del pueblo (ya que no había electricidad y antiguamente así se realizaba), de origen humilde y al parecer con un corazón de oro. Un año después de su llegada, nace la primogénita de la familia: Betha Starn (1784). El primer hijo de la familia nace dos años después, Birk Starn (1786), después Ygraine Starn (1789) y por último Zennor Starn (1791).
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Muerte en el zodiaco
Bí ẩn / Giật gân*Tercer puesto en la categoría Misterio/Suspense del concurso LeitholdAwards* ¿Qué ocurriría si los "doce signos del zodiaco", se vieran atrapados en una mansión? Lo que inicia como una broma retorcida, un extraño secuestro o un macabro juego, se co...