Capítulo 16

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"Ten la apariencia de una flor inocente; pero se la serpiente que acecha debajo" –William Shakespeare

–Tengo hambre–se volvió a quejar Claudia.

–Lo has dicho ya como diez veces, cállate de una vez y luego comeremos–la reprendió Rick ya cansado.

–Estoy de acuerdo contigo, pero aun así en parte Claudia tiene razón–opinó Isabel–.Lo último que hemos comido ha sido a las dos, a la hora de la comida, y van a ser las siete.

–Lo sé, no sé si os habéis dado cuenta, pero estamos tratando de salvar nuestra vida y también la vuestra, así que por favor, callaros un rato que ya casi hemos llegado–habló Daniel tratando de poner paz.

Así que siguieron avanzando. Diez personas caminando con cuidado por un jardín lleno de hierbajos, con velas encendidas en la mano y el canto de los grillos como banda sonora.

No tardaron en divisar el invernadero, el sitio donde estarían plantadas las fresas, que tenían algún extraño significado para C.S.

Entraron dentro de este, cuando por los cristales sucios aun pasaba la luz solar. Pese a ser las siete pasadas, era verano, y todo el mundo sabe que en verano el día es más largo. Las plantas, los hierbajos y las flores crecían a su aire entre esas cuatro anchas paredes de cristales. Las puertas tenían ese color rojizo o anaranjado sobre el hierro pues estaban oxidadas, y las plantas trepadoras las intentaban tapar a toda costa, cubriéndolas con sus hojas de color verde oscuro. La hierba trataba de cerrarles el paso, como sabiendo que estaban tratando de invadir su territorio, así que andaban con mucho cuidado de no tropezar. Por fin llegaron hasta el final del invernadero, donde estaban las únicas plantas que C.S. se había decidido a cuidar y a regar.

– ¿Qué es eso? –preguntó Marcos mirando un punto fijo que producía un destello, ya que el sol lo estaba iluminando. Podía ser otro cristal, pero no. Esta vez relucía como con más fuerza, como pidiendo que se acercaran hasta él.

Daniel y Martín se dedicaron una mirada cómplice.

–Voy yo delante–dijo Daniel.

–No–le cortó Martín–. Prefiero ir yo.

El psicólogo frunció el ceño algo molesto por la interrupción, pero supuso que aquel juez quería quedar bien ante los demás, así que simplemente se resignó y le dejó pasar.

Martín caminó hacia el lugar del que provenían los destellos, algo cegado a causa de los reflejos que provocaba también la luz de las ventanas. Tan cegado que ni siquiera le dio tiempo a reaccionar cuando la serpiente se abalanzó sobre él y para cuando se quiso dar cuenta esta ya se había agarrado con sus colmillos a la piel de su pierna. El grito a causa del susto, que no le duró mucho, ya que en seguida cogió un rastrillo cercano y sacó a la serpiente a golpes con este. La culebra iba a salir serpenteando cuando Martín le dio tal golpe en la cabeza que la dejó aturdida, y el siguiente golpe finalmente la mató.

Claudia seguía asustada y al lado de su inseparable Daniel. El grito que había pegado al ver a la serpiente había sido mayor que incluso el de la propia víctima.

–Idiota, podías haberla simplemente sacado a empujones–dijo Natalia mirando a la serpiente muerta. Su cuerpo era de un color azul verdoso, y su vientre era blanco. Medía aproximadamente dos metros, y era tan o incluso más ancha que su brazo. La sangre del animal había salpicado la hierba, que había quedado aplastada después del ataque sorpresa del reptil.

–Ya claro, para que vuelva–respondió el juez–Tú preocúpate por la serpiente en vez de por mí.

–Que yo sepa tú respiras y sigues vivo. Ella no–se limitó a responder la profesora, mientras que Amelia fue corriendo al encuentro de Martín.

Muerte en el zodiaco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora