Capítulo 7

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"¿Miedo a la muerte? Uno debe temer a la vida, no a la muerte"

–Me hace daño caminar tanto con estos malditos tacones–se quejó Laura parándose y apoyándose sobre una columna, para quitarse el tacón y mirar la piel enrojecida de su talón derecho. No estaba demasiado habituada a llevar tacones, prefería unas buenas deportivas. Sin embargo, los eventos sociales a los que a partir de ese año había tenido que ir, la habían obligado a vestir más elegante.

Isabel la miró, frunció el ceño, luego levantó la mano como si se la acabara de ocurrir algo y se puso a rebuscar en su bolso.

–Toma–dijo tendiéndola un paquete de tiritas–. Siempre llevo... ya sabes, por si acaso.

Laura las examinó con la vista, después miró de arriba abajo a Isabel, para después coger lo que le ofrecía.

–No tienes pinta de asesina ni de loca–dijo al fin la tenista–. Cogeré una.

–Gracias–contestó algo confusa la pobre cocinera.

Siguieron caminando por la zona que les había tocado. Ellos debían rebuscar en las cocinas, los salones y los baños, toda la planta baja para ser más exactos.

Sinceramente, Isabel estaba hecha un manojo de nervios que trataba de ser amable y guardar la compostura hacia los demás.

Rick estaba en su mundo, y sus pensamientos los ocupaban los escenarios en los que se habían despertado, los signos zodiacales, la astrología y la mitología.

A todo esto, Germán, siempre tan paciente y sereno, trataba de calmar a Laura a base de sonrisas y miradas, mientras que esta solo bufaba, suspiraba y trataba de ignorarlo observando a su alrededor. Aunque debía admitir que aquel chico la caía bastante bien.

–Mirad en los cajones–dijo Rick cuando mientras entraban en la inmensa cocina–. Cajones, estanterías, aquella alacena... Todo.

La cocina era un sitio en el que el color marrón y la madera eran los dominantes. La única luz que había en el lugar, era la que se colaba por dos ventanas con cortinas color blanco roto. Según lo que había dicho Camelia, la cocina había sido remodelada a principios del siglo XX, pero ese aire tan antiguo no se había esfumado. Las cacerolas, las sartenes y los utensilios de madera, colgaban de las paredes laterales.

Isabel asintió a la petición de Rick y se puso a abrir cajones y rebuscar entre tenedores, cuchillos y cucharas, mientras que los demás miraban en las dos alacenas y en la despensa. La chica se quedó mirando con el ceño fruncido un tenedor. Lo cogió en la mano y lo observó con detenimiento. Era un tenedor de tres puntas en vez de cuatro. Era antiguo, de metal labrado, con bonitos detalles y una S grabada en el mango. Y lo más importante. Estaba limpio. Todos los cubiertos de aquel cajón estaban limpios.

–Venid aquí, chicos–pidió Isabel.

Laura y Germán fueron a su encuentro, mientras que Rick se quedó en la puerta de la despensa, apoyado en esta con los brazos cruzados.

– ¿Qué pasa? –preguntó Germán sin comprender.

–Mirad–insistió ella.

Ellos miraron otra vez el cajón, y Laura incluso metió la mano y revolvió algunos cubiertos, buscando que se le había pasado por alto y porque le parecía tan sumamente importante a aquella cocinera como para interrumpir la búsqueda de los demás.

–Sigo sin entender porque te parecen tan interesantes un puñado de tenedores y cuchillos–dijo suspirando la chica de ojos azules.

–Por Dios, Laura. ¿No os habéis dado cuenta ninguno de los dos? –preguntó ella con los ojos como platos, como si les estuviera explicando a dos niños pequeños y no a dos adultos–. Los cubiertos están limpios.

Muerte en el zodiaco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora