"El verdadero odio es el desinterés, y el asesinato perfecto el olvido"-George Bernanos
Germán se encontraba sentado en el único sillón de la sala donde C.S. le había ordenado dormir. La sala de armas.
Estaba mirando fijamente la ventana. Fuera la noche era iluminada por una luna llena, como la del día anterior. El día anterior. El día en el que C.S. había asesinado a Laura. Esta vez, la muerte le había sonreído a él.
Lo que sus ojos grises pudieron apreciar, fue aquella misma luz de la luna, y el reflejo de esta en el cristal viejo y sucio de aquella estancia. Y entonces dejó de pensar en su familia. También en sus mascotas y en la manera de la que disfrutaba de su trabajo como veterinario. Dejó de pensar en su vida y en sus seres queridos, también en sus fracasos y en las cosas que habría podido llegar a hacer, pero que siempre había dejado de lado porque "ya habrá tiempo para hacerlas". Al igual que dejó la promesa que le había hecho a Amelia apartada, ya que le sería imposible cumplirla, tal y como sabía antes incluso de hacerla. Y simplemente, dejó todo eso de lado, para dirigir sus últimos pensamientos a sus padres, que habían fallecido años atrás en un accidente de tráfico. Ahora se reencontraría con ellos. Germán no era un chico demasiado religioso, pero tampoco ateo. Supuso que ahora iría a lo que hubiera después de la muerte, y con esto dejó de oír lo que había en su alrededor. No escuchó la respiración tranquila de su asesino, ni tampoco los cantos de los grillos que se escondían entre las altas hierbas del jardín. Finalmente, también dejó de sentir aquel inmenso dolor punzante en su cuerpo, y su boca también se cerró, la cual había abierto anteriormente a causa de la sorpresa.
El sujeto sacó el arma homicida del cuerpo del chico al que le había arrebatado la vida con un movimiento limpio y sin ningún remordimiento, para después desaparecer como si fuera otra de las sombras del lugar, dejando tras de sí a la segunda víctima de su macabro juego.
♦ ♦ ♦
– ¡Él me dijo que esto ocurriría!–sollozó Amelia, que había roto a llorar antes incluso de entrar en la habitación, tras haber visto los rostros descompuestos de Daniel y de Marcos–. Me lo dijo, y la siguiente...La siguiente seré yo.
Entre hipidos, sollozos y lágrimas, siguió lamentándose hasta que llegó Natalia pidiendo algo de silencio.
– ¿Puedo ver el cuerpo?
–No somos la policía, ni hay cintas amarillas cubriendo la puerta, así que pasa si es lo que quieres–respondió Martín suspirando.Natalia puso los ojos en blanco y pasó después de que el juez se hiciera a un lado de la puerta.
–Lo han apuñalado–dijo agachándose para quedar a la altura del cuerpo sin vida del veterinario. En su frente estaba grabado el símbolo de Tauro. En su mano tenía un ovillo de hilo, que a Natalia la desconcertó.
–No me digas–contestó Marcos con ironía–. He sido el que lo ha encontrado.
– ¿Y qué quieres, que te aplauda? –bufó ella a lo que Marcos le respondió con una mirada cabreada que ella ignoró serenamente–. Le apuñaló en el pecho, directo al corazón. Una herida penetrante en el corazón lo paraliza por completo. En pocos segundos la persona pierde el conocimiento. Si removió el cuchillo, le podría haber causado minutos de dolor, sufrimiento y nauseas. Pero creo que no es el caso. Si el arma hubiera perforado exactamente la parte central del corazón, donde se juntan los ventrículos y las aurículas, la sangre se colapsa, el infarto es inmediato y la muerte segura.
– ¿Qué narices eres? ¿Qué pasa? ¿En otra vida fuiste forense? –le preguntó Rick. La primera vez se había quedado sorprendido por la opinión que tenía sobre el cadáver de Laura, pero ahora estaba asustado de la información que sabía aquella simple "profesora".
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Muerte en el zodiaco
Mystery / Thriller*Tercer puesto en la categoría Misterio/Suspense del concurso LeitholdAwards* ¿Qué ocurriría si los "doce signos del zodiaco", se vieran atrapados en una mansión? Lo que inicia como una broma retorcida, un extraño secuestro o un macabro juego, se co...