Capítulo 3.

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La visita de Ángel me hizo recordar mi historia junto a él. Lo había conocido durante mi tercer año en la universidad. Aún no me acostumbraba a la agitada metrópolis, y justo cuando iba cruzando la calle, un auto vino a toda prisa, directo hacia mi. Pero luego una mano me sujetó y me atrajo hacia la acera.

Era él, y me había salvado la vida. En cuanto nos conocimos le dije que su nombre encajaba con el acto tan generoso hacia una desconocida. Hablamos y me enteré que también era de Puerto la Cruz, lo que lo hizo aún más simpático. El tiempo pasó y noté que Ángel comenzaba a cortejarme. Salíamos al cine, a bailar y a cenar, y un día me besó.

Pero eso ya era historia, no podía pensar en el pasado. Los que piensan constantemente en eso se quedan atrapados allí. Y desde siempre me había propuesto mirar hacia el futuro.

El día de mi partida estaban mi padre y mi hermana. Nos abrazamos, y yo había prometido que vendría en Navidad. Mi padre me apartó hacia un lado, y abrazandome de nuevo, me dijo:

-Recuerda lo que te dije el día que conseguiste el empleo. La vida te va a cambiar de maneras que no conoces, hija.-

-Papá, ya he vivido lejos de ti. Se lo que se siente estar en otro lugar, con personas que no conoces.- dije, tratando de quitarle la preocupación.

-Pero esto es diferente, vas a trabajar. Ahora eres una mujer, y debes enfrentar estas cosas por tí misma.- dijo. Me dio un beso, y se alejó.

Ahora estaba en el autobús hacia la ciudad, y no podía estar más ansiosa. Mientras pasaban las horas, saqué mi libro de Orgullo y Prejuicio. Ese había sido el último regalo que había recibido de mi madre, no podía irme a vivir a otro lugar sin llevarme ese objeto. No lo había leído nunca, pero por alguna razón, durante el viaje quise hacerlo.

Una historia de una chica terca y ruda, a la que no le importa enfrentarse a un hombre mucho más rico que ella, y más con los convencionalismos del siglo XVIII. Era algo digno de admirar. Y Elizabeth Bennet tenía una personalidad parecida a la mia.

A las pocas horas de terminar de leer, el autobús se detuvo. Había llegado a Caracas. El sol de la tarde estaba en pleno apogeo, y las maletas me hacían torpe el caminar. Caminé hasta la taquilla para comprar un autobús hasta San Antonio, pero antes llamé a Sonia, para informarle que ya estaba en camino a su casa. Me recordó donde quedaba exactamente, y para no perderme, anoté la dirección en un papel.

Un autobús negro y algo destartalado, con el nombre del destino a donde se dirigía era el transporte. Me subí a él, y la travesía comenzó. El camino de la ciudad se fue convirtiendo en algo cada vez menos concurrido. Fue subiendo una montaña que hacía al clima cada vez más frío. Una niebla comenzó a aparecer y tuve que ponerme un suéter, era de las personas que les da frío en seguida.

El conductor gritó. ¡San Antonio!, y supe que por fin había llegado.

Me bajé del autobús y observé por primera vez mi nuevo hogar: No habían tantas casas alrededor, todo era gris y neblinoso, y habían abundantes árboles. Me sentía en un parque o en un bosque pequeño. Miré hacia el cielo, y estaba gris, con un mal tiempo increíble.

-Clima de montaña, genial.- dije en voz baja. Iba a extrañar el típico sol de mi ciudad.

La verdad, estaba algo malhumorada por el clima. Me encantaban los días soleados, y que este pueblo estuviera en una montaña no me alegraba mucho. Arrastré como pude mis maletas hasta un taxi, le entregué el papel con la dirección de mi nueva casa y el taxista dijo:

-Este lugar está afuera del pueblo, es una casa en medio de la nada. Y solo hay dos casas así en San Antonio.-

-¿En serio? Interesante.- dije, intentando prestar atención. Entonces la verdad era esta: viviría en ningún lugar. Divertido.

El camino hacia la casa era algo vacío, y me daba algo de miedo el aspecto del pueblo: pocas casas, algunos edificios, una iglesia. Pasé por el edificio que sería mi trabajo: De cuatro plantas, pintado de azul con blanco y con un afiche que indicaba el nombre de la editorial. Luego de eso el camino se bifurcó, y el taxista tomó el de la izquierda.

No había nada en el camino, solamente árboles y niebla. Un verdor absoluto llenaba el espacio, hasta que llegamos al destino. Me quedé impresionada por la belleza de la casa de Sonia, que ahora también sería mía.

Sol Durmiente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora