Capítulo 27.

30.1K 1.3K 29
                                    

Muchas veces en mi vida había escuchado las palabras 'te amo'. Mi madre las usaba mucho con mi hermana y conmigo cada vez que tenía la oportunidad de decirlas. Hasta mi padre, que era tan poco abierto a sus sentimientos como Celeste y yo, de manera gestual nos hacía entender que también nos amaba. Ángel, el único novio que había tenido, era de esos chicos que decía te amo cada cinco segundos, de esos que te asfixian con cumplidos, que te hacían sentir tan bien que dolía; pero aquel 'te amo' que me dijo Cristóbal en su camioneta significó más, mucho más de lo que pude haber imaginado.

Con esa frase de tan solo dos palabras, mi ser estuvo completo. Con el sonido que brotaban de sus labios me sentía inmediatamente en casa, sabía que todo iba a estar bien. Todo era demasiado cursi, pero no me importaba en lo más mínimo. Quería que fuera de ese modo junto a él para siempre, o al menos hasta que dejara de existir.

-Cristóbal...- dije, mientras exhalaba aire rápidamente de mis pulmones al escucharlo decir eso.

De repente, su cuerpo se tensó a mi lado. Se puso tan inmóvil como una piedra y, automáticamente, puso en marcha la camioneta con destino hacia su casa, mucho más allá del camino montañoso apartado del pueblo. 

Jamás había ido a la casa de la familia Bolívar, no tenía idea de como podía lucir, aunque en mi imaginación siempre la veía como un castillo medieval con antorchas y cosas tan antiguas como los dueños mismos, pero eso era una tontería. La excitación de saber por fin cual era la dirección exacta de los Bolívar me hizo olvidar momentáneamente que hacía tan solo unos minutos Cristóbal me había dicho que me amaba. Y lo peor había sido que yo no le había dicho nada, cuando me estaba muriendo por dentro. Lo amaba desesperadamente, todo lo que veía, todo lo que escuchaba lo relacionaba con él. Aunque no lograra verlo en días, sentía que siempre estaba ahí, conmigo.

El camino comenzó a ponerse algo rústico y empinado, mientras los tres vampiros y yo permanecíamos en completo y sepulcral silencio. Cada cierto rato, habían unas curvas cerradas que terminaban en un vasto acantilado, dando la impresión de que el auto volaba. Fue después de la tercera curva cuando el camino volvió a normalizarse, luciendo asfaltado y limpio, como si nadie más supiera -o pudiera- subir hasta aquella montaña, de una temperatura mucho más baja que la del resto del pueblo. Por un momento, creí que comenzaría a nevar, pero eso también era una tontería. No estábamos tan alto como para que el clima nos regalara la nieve.

El camino estaba mucho más tupido de bosque que el principio de la bifurcación. Fue entonces que por fin la vi. Vaya, esa sí que era una casa. Incrsutada como una gema preciosa en la montaña, se encontraba una mansión de color ambarino, con unos enormes ventanales que llegaban desde lo alto del techo hasta el suelo, dejando a la vista su interior, relumbrante por las lámparas largas que colgaban en lo que parecía ser unas amplias escaleras. Pero la entrada a la casa era lo que me preocupaba ¿Cómo demonios iba a subir unos dos metros a través de la espesa vegetación para poder llegar a la puerta de la enorme casa?

La camioneta se detuvo justo al frente, o bueno, justo debajo de la casa, y al instante Héctor y Lucía se bajaron y desaparecieron en la nada, dejándonos a Cristóbal y a mi solos.

-Cristóbal, escucha...- dije, en una voz algo baja por la vergüenza.

-No... Está bien.- respondió él, mirando hacia abajo, a los pedales del auto- Se que fue algo apresurado lo que... Te dije, entiendo si te sorprendiste y no...-

-Yo también.- solté, y alcé la mirada hacia donde estaba el rostro del hombre, y pude ver sus ojos otra vez, llenandome de paz.

-¿En... Serio?-

-Si, también te amo, Cristóbal Bolívar. Ya, lo dije, y me siento muy b...- pero él me calló con uno de sus suaves y embriagadores besos. Unos besos que anhelaba desde siempre, los que siempre había esperado. Puso sus manos sobre mis mejillas suavemente, sintiendo lo helado de su tacto. Sus labios fríos y delgados eran una delicia, pues sentía que mi cuerpo ardía cada vez que me tocaba, aliviando el calor inmediatamente.

Sol Durmiente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora