Capítulo 18.

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¿Acaso nunca se iba a terminar? ¿Ariel iba a cazarme con todo lo que estuviera a su alcance para obtener mi sangre? Enterarme que ese vampiro se había obsesionado apenas percibió mi olor me causaba aturdimiento, pero más que eso, era tristeza.

Tristeza por no poder estar a salvo en ningún lugar excepto en la casa. Ahora tenía que estar alerta a todas las señales, ahora era un ciervo esperando que un lobo hambriento apareciera de la nada. Era demasiado vulnerable, y lo odiaba.

¿Por qué demonios tenía que ser yo? Estaba pasando por la peor de las malas suertes, y no podía hacer nada para evitarlo. ¿O sí podía?

-No me parece justo.- dije, mientras me ponía de pie del banco en la plaza del pueblo, ahora abarrotada de personas caminando por ella. 

-Lo se, se que no te parece justo. Se que es lo más difícil que se le puede decir a alguien, que está condenado a sufrir la persecución de un monstruo indetenible e inmortal, así como...-

-No digas que como tú. No te compares a él, por favor.- le pedí a Cristóbal, que aún se hallaba sentado mientras miraba hacia el suelo, donde yacía el helado que se había caído producto de mis nervios.- Tú eres mucho mejor persona que Ariel, después de todo me salvaste la vida. Te enfentaste a tu ex- hermano... O lo que sea, para mantenerme a salvo. No digas que eres un monstruo.-

El hombre sonrió levemente. Se puso de pie y me miró a los ojos.

-Y así será mientras viva.- 

-¿Qué?- dije por lo bajo. Estaba sorprendida.

Cristóbal me tomó de las manos, y las acercó a sus labios, helados a pesar de no haber comido nada frío. Supongo que esa era la temperatura habitual en un vampiro.

-Te prometo que de ahora en adelante, te voy a proteger de Ariel. Él jamás podrá acercarse a ti si yo estoy cerca. Vas a estar a salvo, lo juro.-

No podía pronunciar palabra. La promesa de Cristóbal me había enmudecido hasta el punto que mi garganta se secó. Mirándome a los ojos, había jurado protegerme cual guardaespaldas del demonio del estacionamiento y de mis pesadillas. Pero debía responderle, tenía que decirle algo para que supiera que le estaba prestando atención total.

-No.- fue lo que dije, apartando la mirada y posandola sobre unos niños jugando a perseguirse entre ellos.

-No ¿Qué?- preguntó, frunciendo levemente el ceño. Estaba confundido por mi respuesta, pero era lo más sensato que le pude haber respondido.

-No puedo obligarte a protegerme. Me sentiría mal si estuvieras siempre a mi disposición cuando tenga miedo de que Ariel...-

-Y temes que te robe tu espacio personal.- dijo, interrumpiéndome.

A pesar de que era una persona bastante solitaria y me encantaba tener mi espacio, con Cristóbal no me sentía de ese modo. Más bien me agradaba permanecer un rato con él, pero no podía hacer que por mi culpa él estuviera retenido. No podía quitarle su libertad para yo sentirme a salvo.

-No, no es eso...- suspiré. Iba a decirle lo que estaba pensando, así que tuve que agarrar aire.-Lo que pasa... Es que no quiero que tú dejes de hacerlo que quieras sólo para protegerme. Siento como si te estuviera robando la libertad, y me siento mal por eso.-

El hombre cerró los ojos y se echó a reir a carcajadas. Lo que le había dicho no me parecía en absoluto gracioso, pero a él le había causado tanta gracia que hasta creí que se tiraría en el suelo. Eso me hizo enojar, porque le estaba revelando lo que pensaba y a él le resultaba hilarante.

-¿De qué te ries?- exigí, frunciendo el ceño y curvando mis labios en una mueca de molestia.

Cristóbal notó mi expresión y en seguida se enserió, mostrando sus pupilas dilatadas al verme enojada.

-Lo siento, no quise ofenderte.- se excusó, carraspeando su garganta para continuar hablando- Es que es lo que quiero hacer, protegerte. No me estás quitando mi libertad, me estoy ofreciendo a hacerlo. De ninguna forma me estás obligando. Además, hace unos diez minutos dije que quería saber de ti porque me llamas la atención, y esa es la oportunidad perfecta. Así que no hay discusión, ahora soy tu guardaespaldas personal.-

Entonces, dijera lo que dijera e hiciera lo que hiciera no tenía opción. Sobre todo porque aunque me costaba admitirlo, él estaba en lo correcto, era su elección protegerme, no su obligación. El calor en mi interior volvió a expandirse un poco más, haciendome sonreir.

-Entonces no estoy a salvo de ti.- respondí, mirando al suelo mientras sonreía.

-No señorita Arismendi, no podrás librarte de mi tan fácilmente.- me respondió, sonriendo abiertamente, viendose incluso más guapo de lo normal.

-Bien, entonces muchas gracias... De nuevo.- subí la vista hacia su cara, y él estaba mirandome de manera extraña. No sabía que descifrar de su expresión, así que decidí preguntarle.

-¿Por qué me miras así? ¿Tengo algo en la cara?-

Sus intensos ojos azules de un oscuro semejante al cielo nocturno no se movían, me miraban aún con esa extrañeza, como si fuese un aniaml exótico enjaulado, prisionero.

De repente, me tomó de nuevo por los brazos, al igual como al principio de nuestra caminata por la plaza, y por alguna razón, no me resistí. Sabía que no estaba usando su encanto, porque lo habría notado, y él me había jurado que no lo haría jamás conmigo. Pero algo era, quizás mi atracción hacia Cristóbal, lo que no me dejaba apartarme de su agarre firme pero a la vez tan delicado.

Su pálido rostro se fue acercando mientras cerraba sus ojos, y sabía lo que venía. Quería besarme, y la verdad, yo también había querido hacerlo desde la primer vez que lo vi. Quería sentir sus suaves y templados labios sobre la calidez de los míos, y ahora estaba a punto de hacerse realidad.

Me sentía como al principio de las pesadillas que había tenido en la mañana. Con la compañía de Cristóbal, ya más nada importaba, era feliz. Mi corazón comenzó a agitarse cuando por inercia, mis ojos también se cerraron.

Por fin sus labios tocaron los míos. Fue un ligero roce al principio, pero luego se plantaron delicadamente, así que pude sentir toda su suavidad. Me estaba besando por primera vez con Cristóbal Bolívar, el inmortal que me había salvado hasta en mis sueños, el hombre que estaba esperando, el vampiro que no sabía si temer o amar.

Sol Durmiente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora