Capítulo 32.

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Tardé casi dos semanas en reunir el valor suficiente para comenzar a espiar indiscriminadamente a Laura, la mujer que me tenía envidia y de la que sospechaba que era muy capaz de usar magia oscura en mi contra. Algo en mi cabeza me decía que era ella la bruja, la culpable de que casi me lanzara por la ventana. Mi sexto sentido siempre había sido muy agudo, cada vez que sospechaba algo por lo general siempre tenía la razón.

Por eso, durante mi ronda de trabajo fui hacia la oficina de una de las mujeres que sabía que podía observar sin ser observada. Lucía Bolívar estaba sentada detrás de su escritorio, aparentemente muy concentrada leyendo el periódico y con una taza de café en la mano. Bebida que sabía que no había tomado en horas, pues la taza no echaba humo. Justo antes de tocar la puerta de cristal que nos separaba, la mujer alzó la vista hasta mí, y sonrió ligeramente, haciendo un gesto con sus pálidas manos para que entrara. La oficina de Lucía era igual o más elegante que la mía, con una vista asombrosa del pueblo justo detrás de ella, donde un ventanal casi completaba la pared del lugar. Todas las cosas eran de apariencia metálica y de cristal, dándole un aspecto sobriamente encantador.

-Lucía, necesito tu ayuda.- dije, sentándome en una silla enorme color gris justo frente a ella. Lucía era tan hermosa como su hermano y su esposo. Incluso tal vez más, pues su mirada cautivadora de color miel contrastada perfectamente con su cabello marrón sumamente largo. Aquél día tenía una cola de caballo, un aspecto algo normal para ella, comúnmente ataviada de trajes y peinados dignos de una estrella del cine.

-Claro Rosa, lo que sea por la novia de mi hermano.- su voz melodiosa era como música para mis oídos. Lucía era elegantemente amigable. No me sorprendió que ya estuviera enterada de los pormenores entre su hermano y yo. Imaginaba que Cristóbal también le había contado acerca de la brujería bajo la que estaba siendo sometidas, solamente aliviada por una simple pulsera hecha de ramitas y cabello.

El brazalete protector me impedía saltar por la ventana, pero no que continuara teniendo el mismo sueño. Ver a mi madre, a mi padre y a mi hermana en la playa, nadando alegremente. Lo único que cambiaba era que ya Ariel ni el chico aparecían, haciéndolo lucir como solo un sueño producto de la nostalgia. Desde que fui retenida en mi cama por esa magia, despertaba a mitad de la noche, con ganas enormes de llorar. Cada noche era lo mismo. Extrañaba mi casa.

-Necesito... un favor tuyo.- dije, no sin titubear un poco ante la petición que tenía que hacerle a la vampiresa que estaba frente a mi- ¿Conoces a Laura? Una mujer que trabaja aquí, en la editorial. Es jefa de redacción.-

-Claro que la conozco. Yo misma la contraté.- dijo ella, frunciendo levemente sus finas cejas castañas- ¿Qué pasa con ella?-

-¿Aún están ocupados buscando al brujo?- pregunté en voz baja, segura que la mujer me escucharía. Lucía se quedó un momento en silencio, tal vez tratando de descubrir el mensaje oculto en lo que había dicho, hasta que por suerte, lo entendió.

-¿Tú crees que...?- comenzó a decir Lucía, con sus ojos bastante abiertos por la incredulidad, pero luego sacudió su cabeza, en señal de negación- No puede ser, Rosa. Si Laura fuera una bruja, sería muy notorio. Las brujas que poseen mucho tiempo en ese mundo comienzan a desarrollar 'La Marca.-

-¿Qué marca?- pregunté.

-En las personas que llevan practicando la magia durante algún tiempo, en la mirada les aparece algo, un brillo en lo más profundo de la pupila. Esa es la marca. La de las brujas, por supuesto.-

-¿Y Laura no la tiene?-

Lucía se quedó de nuevo en silencio, pensativa. Su cara delicada se hallaba contorsionada, como si tratara de esforzarse por recordar algo.

Sol Durmiente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora