Capítulo 8.

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Punto de vista de Ariel.

Mis pies descalzos podían sentir la hierba, fría por el rocío que siempre existía en el pueblo. El aire frío azotaba mi rostro, entregándome el olor del bosque. Miré al cielo, nublado como siempre, en San Antonio casi nunca había un día de sol, y estaba muy agradecido por eso. Los zapatos los había dejado en algún lugar del bosque, pero no había problema, los encontraría. Es fácil encontrar cosas cuando tu olfato es algo más desarrollado que el de los demás.

¿De los demás? ¿Que hacía comparando a alguien como yo con algún simple humano? Igualarme a un asqueroso humano era como si uno de ellos lo hiciera con una galleta.

Acababa de alimentarme hacía unos días, la verdad no sabía cuanto tiempo, porque para alguien que no puede morir, el tiempo es inútil.

La familia acampando en el parque cerca de la ciudad había sido un banquete exquisito. Cuando comenzaron a correr por su vida se me hizo tan divertido cazarlos que no podía contener la risa.

La sangre del padre, algo amarga por el alcohol, fue la primera en degustar. Su cuello tan frágil se hizo pedazos al hincar mis dientes en él. La espesura de su líquido vital llenaba mis venas, tan necesitadas de ella, pero aún no era suficiente. Tuve que ir por la madre y los niños, era mi deber liberarlos de su miseria ahora que su esposo y su padre estaba muerto. Atrapé a la niña, como de unos catorce años, ella era un blanco sumamente fácil. Su sangre era tan limpia, que supe que era virgen y aún no estaba desarrollada, eso me encantaba. La desangré casi totalmete, hasta que no escuché más su corazoncito.

Luego atrapé al muchacho, como de unos diecinueve, tal vez veinte años. La familia era tan variada en edades que parecía un festival de vinos. Cada uno tenía un sabor distinto, pero delicioso a su manera. El me dio más trabajo, pues forcejeaba y no me dejaba tocar su débil garganta. Pero mientras más trabajo, más divertido era, pues su sangre se agitaba y le daba un sabor sin igual: el del miedo.

La madre fue fácil de encontrar. Estaba escondida en un tronco hueco, pero su perfume la delataba. ¡Que imbécil! ¿Qué persona se pone perfume para acampar en medio del bosque? El olor a flores silvestres, algo de canela y pachulí era un gusto al olfato, pero nada comparable al dulzor absoluto de la sangre de la mujer. A ella no me dio chance de desangrarla, pues cuando la tenía colgando de mi boca como un león a un ciervo muerto, se cayó del árbol y murió. Para los vampiros es imposible beber sangre de alguien que ya está muerto, pues lo haría sentirse débil por varios días, y yo no podía permitir que eso pasara, no al menos en este pueblo.

Un clan de vampiros vivía en este lugar, y si supieran que estaba alimentandome en su territorio no me lo perdonarían, me darían caza y posiblemente me asesinarían. Los vampiros tenemos reglas que son irrompibles, y esa era una de las más importantes. Pero ¿en qué otro lugar podía comer sin estar perseguido por ese maldito sol? En Venezuela habían muy pocos lugares en los que un vampiro podía vivir tranquilamente entre los humanos, fingiendo ser uno de ellos, al igual que este clan, pasando desapercibidos en la multitud.

Me tiré en la hierba, acariciando el suelo en el que alguna vez viví cuando pertenecía al mundo de los humanos. Extrañaba este lugar, después de haber vivido unos setenta años en otro país, comienzas a extrañar lo que verdaderamente es tuyo. Los árboles tapaban la mayoría del cielo, pero notaba el tono grisáceo-azulado que creaban las espesas nubes. Era magnífico tener una visión sorprendente, todo era tan definido, tan claro. No era igual a cazar de noche, dónde todo es de un color diferente, y tiendes a confundirte un poco. Por eso es que odiaba  vivir en lugares soleados, porque al no poder salir, sólo podía cazar humanos en la noche.

-Bien, ya es hora de buscar los zapatos.- dije, poniendome de pie rápidamente. Olfateé, y mis fosas nasales detectaron el olor a cuero y plástico.

Sol Durmiente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora