Capítulo 20.

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-Creo que Ariel intentó entrar a la fuerza en la casa hace poco, específicamente el día en el que llegué al pueblo.- dije, explicandole a Cristóbal el por qué de mi cara tan distorsionada por la sorpresa.

Entonces era de este modo: O hacía todo lo posible en mis manos para protegerme de Ariel, o dejaba que me capturara en el momento en el que me hallara más vulnerable. Cristóbal no podía estar conmigo todo el tiempo, y eran esos momentos en los que la sensación de ser un ciervo en un prado aparecía.

-¿Estás segura de que fue él?- preguntó, al momento en el que nos sentábamos en uno de los bancos de la plaza, que ya a esta hora de la tarde se encontraba más o menos vacía.

La pobre luz del sol que lograba filtrarse entre las nubes le daba al pueblo un aspecto viejo y abandonado, con sus tonos azulados y grises, parecía una escena de película deprimente.

-Estoy más que segura. Podría jurarlo frente a una corte.- afirmé, mientras lo miraba de reojo al sentarme.

-Recuerda que es posible que otra cosa, no sabemos si vampiro o no, anda suelta. Tu casa es una de las más llamativas del pueblo, y además está alejada de todo. Es un blanco verdaderamente fácil para cualquier cosa que ande suelta por ahí y quiera entrar.-

-Gracias Cristóbal, la verdad me haces sentir mucho mejor.- dije, con notorio sarcasmo. La idea de que otra criatura de hecho hubiese entrado en mi habitación me causaba una sensación inquietante en la boca del estómago.

-Lo siento, de verdad.- dijo, enderezándose y mirándome a los ojos- Perdón por haber dicho eso, pero debes saber todo lo que pienso, así suene aterrador.-

-¿Y por qué?- pregunté, volteandome en su dirección, observando su cara de vergüenza total. De haber sido humano, posiblemente se habría ruborizado.

-Ya te lo dije Rosa, me gustas.- repitió, clavando la profundidad de sus ojos en mi cara. Esta vez fui yo la que se avergonzó y se ruborizó. La llamarada no tardaría en aparecer si un dedo suyo me tocara en ese instante.

Tenía que pensar seriamente. Me costó un poco de esfuerzo no lanzarme hacia sus labios, justo como habíamos hecho hace unas horas. Trataría de llevar una conversación diferente a la que estábamos teniendo.

-Cristóbal, nunca me terminaste de contar cómo fue que te convertiste en...- Aún me costaba pronunciar la palabra con 'v'.

-¿En un vampiro? Vamos Rosa, es hora de que dejes de negar lo que soy.- respondió, agitando un poco su mano, como espantando un velo invisible que me prohibía decir lo que él en efecto era.

-Bien, haré un esfuerzo por no trabarme al decir... vampiro. Listo, lo dije.- sonreí al terminar de decir esto, y él me acompañó.

-Ok, ¿en dónde me quedé?- preguntó, haciendo uso de su voz profunda y empalagosa, una voz que tanto me gustaba.

-En... Cuando moriste.- dije, calmando mis impulsos.

-Oh, es cierto.- dijo, y se dio un ligero golpe en la frente- Bien, te conté que había muerto a manos de una espada. Pues no fue así, la verdad aún estaba vivo, así que me arrastré hacia un pedazo de bosque que había cerca. El dolor era insoportable, pero por alguna razón no moría. Podía sentir la sangre escurriéndose de la herida a través del uniforme. Cerré los ojos, esperando al ángel de la muerte, pero en vez de él, escuché unos pasos.-

-Marianne...- dije, en un susurro casi inaudible.

-Exacto. Era ella.- me había oído a pesar de lo bajo de mi susurro. Los vampiros al parecer tenían los sentidos superiores al de los humanos. Cristóbal carraspeó un poco su garganta y continuó con la historia- Al principio creí que era un animal, un venado tal vez, por la ligereza de los pasos, pero al ver que ni era un animal ni un soldado de alguno de los dos bandos me sorprendí.-

Sol Durmiente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora