Capitulo 7

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No comprendo por qué me encuentro entre la espada y la pared. No quiero mentir, no es propio de Amelia Novoa. Excepto si se trata de algún examen en el que haya sacado una calificación baja, y en vez de decir la verdad, digo que no me lo han entregado o mejor aun, ni doy aviso de que tuve una prueba en la escuela. Pero esto es caer muy bajo. Lo que ella me pide que diga es inaudito.

- Amelia, dile que la factura del teléfono del apartamento llegó y que debemos pagar $150.000 - con firmeza me dice mi madre, su mirada es intensa y brusca.

Estoy sentada en mi cama, con mi madre parada frente a mi, esperando a que yo pronuncie alguna palabra. No puedo hacer esto.

- Amelia - escucho la voz de mi padre a través del teléfono que sostengo en una de mis manos - dime por cuánto llegó la factura.

- Mi mamá dice que en la factura nos están cobrando $150.000.

- Dile a tu madre que te pase la factura. Quiero que seas tu quien lea la cifra y me digas por cuánto es.

No sé si mi madre me vaya a dar la factura, aun así se la pido, pero no me la da de muy buena manera. Era de esperarse.

Leo el valor que esta impresa en negrita en la factura... $90.000 y unos cuantos pesos insignificantes de más. Pero entonces, ¿por qué mi madre me da otra cifra? ¿en qué gastara el dinero que quiere que mi padre nos envíe? No lo sé, pero no soy tan tonta como para no tener la sospecha.

¿Qué hago? Por un lado tengo a mi padre, a quien amo y extraño profundamente, y soy consciente de que jamás me pediría hacer algo que sea incorrecto; por el otro lado está mi madre, que a pesar de todo el desastre que ha cometido, y que nos ha afectado a todos, sigue siendo mi madre. La diferencia es que mi padre está a miles de kilómetros de nosotras, y si algo llegará a pasar, no importaría la decisión que tome, ya que él no sabrá si se hizo o no lo que mandó; pero yo tengo a mi madre justo frente a mis narices, enojada y con su mirada fija en mi.

Puedo predecir que lo que me puede ocurrir si no le obedezco, si no le miento a mi padre, será algo doloroso físicamente. Ella es capaz de golpearme, lo sé, con lo que tenga en mano o a poca distancia, que vea que pueda herirme lo hará, y de eso no tengo ni la menor duda. No le da miedo castigarme. Cuando me castiga, me impide jugar en el computador de la casa, no me deja ni siquiera acercarme al televisor a ver un programa, y mucho menos me deja salir en las tardes los fines de semana a la zona social de la unidad con mis amigas.

Trato de hablar, pero la angustia me invade. Empiezo a tartamudear, mas no tengo nada preparado para decir. En mi cabeza sólo dominan dos cosas ahora, la consecuencia de mentir y el resultado de la verdad. Tanto la una como la otra me traerá problemas y desilusión con mi padre o mi madre.

Jamás he alzado la voz. Tampoco he dejado de respetar a alguien. No es lo que soy, mucho menos lo que deseo ser.

No lo soporto más y empiezo a llorar, sin parar. Entre más lloro, ellos más me ahorcan del cuello para que hable.

¿Por qué no lo hace Cristian? Él es mayor que yo. Puede perfectamente leer y decirle a mi padre la verdad... cierto, se me había olvidado. Cristian no esta con nosotras.

Mis recuerdos de cómo termino ese asunto son realmente nublosos. Siempre intento de dejar el pasado en su lugar: a mis espaldas. Así como ellos lo han procurado con mi hermano. Pero son esos detalles los que me hacen pensar que no todo es tan bonito como lo relatan.

Mi madre no aguantó más ver el rumbo por el que Cristian había decidido caminar. Un mundo saturado de licor, rumbas y drogas. Sus salidas los fines de semana eran sólo para cumplir ese propósito. Su actitud al igual que su físico estaba deteriorándose progresivamente, y no quería detenerse. Sus notas en la escuela no podían ser peores porque el rango de calificación no daba para menos. Los amigos, las personas que lo rodeaban a diario no eran los ideales, pues vivían igual o peor que Cristian.

Fue así como tomó la decisión de llamar al padre de mi hermano y comunicarle lo que estaba aconteciendo con su hijo. Mi madre se impresionó muchísimo al escuchar su reacción. Pensaba que quizá no iba a ayudar con esa situación tan crítica, pero sucedió lo opuesto.

Mi madre al seguir conversando con él, se enteró de que su vida había cambiado totalmente, gracias a la mano poderosa de Dios. Le comentó a mi madre que había dejado a un lado sus costumbres y acciones que lo llevaban a pecar, que había cambiado su manera de ser tan abominable ante los ojos de Dios para ser una persona que impartiera felicidad a donde fuera.

Ella sólo lo escuchaba. Estaba impactada. Ella me había mencionado de que ese sujeto la hirió y la engaño de una forma despiadada, cuando ella solo tenía 17 años de edad. Pero esa historia la contaré más adelante.

El hombre le propuso a mi madre que enviara a Cristian a la capital de Colombia, Bogotá; con la intención de que estuviera una o dos semanas en un lugar donde capacitan a los jóvenes para ser misioneros. Claro, primero los convencían de su pecado, los invitaban a arrepentirse, nacían de nuevo - así lo llaman los cristianos, hoy en dia es mayormente conocido como bautismo-, y una vez hijos de Dios, debían conocer las Santas Escrituras. Cuando ya se hubiese cumplido el propósito, los envían a las calles a predicar el Evangelio, a dirigir y actuar en obras de teatro. Al principio es como una clase de retiro, donde miden que tanto han cambiado, luego si los lanzan al mundo - por decirlo así-.

Y así se hizo. Cristian sigue allá. Desde que se fue, no hemos tenido señal alguna de él. Soy yo ahora la mayor y la mano derecha de mis padres. Mi comportamiento afectará directamente al de Sara. La culpa de ahora en adelante caerá sobre mi.

Estamos en diciembre. Un mes que me retuerce las entrañas. Cada año es igual, sólo que la fecha es diferente.

Cuánto daría por pasar un fin de año diferente. Lo que entregaría para que madre dejara de beber. Haría lo que me pidieran para que este año al terminar, culminen de igual manera mis pesadillas.

Amelia Novoa
2008

Infinitamente #PGP2016 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora