Capitulo 26

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El sueño me venció. No pude escuchar a mis padres llegar a casa, y eso sólo significa una cosa: algo va a pasar.

- Amelia, amor, hoy debes ir al colegio -. Mi padre está parado junta a la puerta, con su mano junto al interruptor. Enciende la luz. Mi piel se empieza a derretir... bueno, no literal.

Asiento y se va por el pasillo, dirigiéndose al comedor. Me levanto y me siento en la cama, presionando mí mente a que me responda si recuerda a qué hora llegaron mis padres.

No. Por ahora no está disponible la información.

Me pongo en pie, cojo mi toalla y voy al baño. Me doy una ducha con agua caliente, no soy capaz de resistir una gota de agua fría sobre mi piel. Pierdo un poco el tiempo haciendo dibujos tontos en el vidrio de nuestra división de baño, aprovechando que el vapor ha hecho que se empañe el cristal.

Salgo y me visto. Amo el uniforme de mi colegio. La falda, de color azul turquí con unas cuantas líneas delgadas rojas que no se observan a simple vista, es un poco ajustada a mis piernas. La blusa es blanca, con botones y un bolsillo sobre el pecho derecho. Las medias blancas tienen a un lado las iniciales de nuestra institución.

Desenredo un poco este asqueroso cabello que se cae por montones. No tengo el lujo de tener el cabello liso. Me hago una cola con una moña de color negro.

Voy al comedor y saludo a mis padres y a Sara. Me siento, apreciando mi vaso con leche y milo, y un plato con tostados.

Tengo que quitarme este peso de encima

- ¿Cómo les fue ayer? - trato de no mostrar mi preocupación, mientras inserto un poco la tostada en el delicioso milo.

- Muy bien princesa. Hablamos de muchísimas cosas muy interesantes. La verdad es que no alcanzamos a resolver todas nuestras dudas. Pregunta surgía tras pregunta. Salimos de la casa del caballero Miguel alrededor de las 11 de la noche.

¡¿11 de la noche?! Seguramente les ofrecieron comida, solo así, en mi caso, me quedaría tanto tiempo; sobre todo cuando mi sueño está en juego. Mi madre lo dice con mucha calma, pero a la vez con ansiedad. Ansiedad, ¿de qué?

- Al terminar nuestra reunión, le pedimos que nos recibiera de nuevo para otro asunto.

¿Otro asunto? Ojalá no sea una locura. No puede hacer que nos cambiemos de iglesia.

Llevamos alrededor de 2 años asistiendo a la Iglesia del Nazareno. Esto debe ser una pizca de capricho de mis padres. No pueden hablar en serio.

Pensé que quizá hoy por ser viernes, sería divertido; pero no. Me la he pasado todo el día maquinando en mi cabeza el qué podría pasar si mis padres siguen recurriendo y centrando su atención a Miguel. Él dice que es pastor, pero nunca estudió para serlo. No tiene sentido.

Llego a casa. Me alegra que el día haya pasado tan rápido.

Mi madre me recibe con un beso en la frente y me sirve el almuerzo. Ahora sí, tengo hambre.

Acostumbro a dormir un rato después de comer. Es mi ritual.

Pasa un buen tiempo y no logro conciliar el sueño. Es mi estómago, me está doliendo mucho. Siento como si por dentro algo se estuviera sulfurando. Voy al baño, pero no quiero vomitar. Me tranquilizo, pero me doy cuenta de que estoy sudando, y tengo mucho frio. Saco fuerzas de donde no las tengo para ir de nuevo a mi cama y acostarme.

¿En qué momento me sucedió esto? Me duele ahora todo el cuerpo, pero es mi estómago lo que más me mortifica ahora.

No. No aguanto.

Me levanto al instante y salgo corriendo al baño, me arrodillo frente al inodoro y mi cuerpo empieza retorcerse. Lo expulso todo y empiezo a llorar. He escuchado que algunas personas murieron ahogadas por su propio vomito. Con cada respiro que obtengo, inhalo suficiente aire para no morir. Hoy no. Hoy es viernes.

- Amelia, calma, no llores.

No había notado la presencia de mi madre. Esta ahí a mi lado con su mano sobre mi hombro.

Es irónico. Toda mi niñez me la pasé viéndola a ella en la misma posición en la que me encuentro ahora.

Mi cuerpo se detiene. Respiro y me levanto a lavar mi boca con el agua del lavamanos del baño.

Pero no se detiene. Sigo vomitando y ahora, mis manos no responden a mi voluntad.

- ¡Mamá! - grito llorando, no puedo mover mis manos.

Escucho que está corriendo. No sé a dónde se habrá ido. Minutos después, alzo mi mirada y veo mi reflejo deprimente en el espejo. Después, veo a mi madre. Tiene dos chaquetas en mano y un bolso cruzado en su cuerpo. No entiendo por qué le gusta usar bolsos tan grandes.

- Vamos princesa -. No me siento como una princesa, no ahora.

Mi madre coge las llaves de la camioneta y nos dirigimos hacia la puerta del apartamento.

Rayos. Odio ir a un hospital.

Amelia Novoa
2011

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