Capítulo 2

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Los piratas del Wine137 se entusiasmaron cuando al día siguiente Minho escoltó a Sungmin hasta el castillo de proa. Abandonaron sus tareas y se quedaron papando moscas mientras el rubio atravesaba la cubierta soleada con una camisa blanca desabotonada de los tres primeros botones y un pegado pantalón marron de tres cuartos, demasiado pegado para mantener la
calma en un mar de miradas lujuriosas. El se refugió bajo el sombrero de ala ancha,
entornando los ojos por la luz radiante, recordándose que cualquier cosa era
preferible a la deprimente Yorkshire.
Eros se hallaba en la baranda del castillo de proa. La brisa le batía la
melena, mientras empuñaba una daga sobre una naranja y hablaba con Changmin.
Llevaba puesta una camisa blanca de linón y unos pantalones negros con una franja
de color púrpura a lo largo de la costura lateral. Negro y púrpura, sonrió Sungmin
irónicamente; sin duda el hombre hacía públicos sus colores favoritos. El subió los escalones. Changmin lo vio primero. Sonrió ampliamente:
—Capitano, sonó innamorato! ¡Estoy enamorado!
Kyuhyun le ordenó a Changmin que se esfumara y a Sungmin lo saludó con una reluciente sonrisa blanca —Buongiorno, Adonis.
Sungmin sintió un fuerte revoloteo en el estómago. El maldito rufián no sólo era
irritantemente apuesto sino que también esos ojos, que brillaban cual gemas en aquel
rostro, eran del más profundo e inusual cafe. Chocolate,
pensó el rubio, deslumbrado en cierto modo.
La mirada fija y penetrante de él lo registró de pies a cabeza, sin perderse ni un
centímetro del rostro, ni de la piel descubierta del color del marfil, ni de la elegante
silueta. Y con el más profundo desagrado, Sungmin descubrió que no se sentía menos
afectado en ese momento de lo que se había sentido la noche anterior. Sintió un
hormigueo al saber que aquel pirata irreverente, para quien el mundo era igual a una
ostra, lo encontraba hermoso.
Él rió de manera burlona, mascando ruidosamente un jugoso gajo de naranja.
—Confío en que hayáis dormido bien... en mi cama.
De modo que no pudo resistirse a preguntárselo. Sungmin miró fijo, de manera
furiosa, aquellos perturbadores ojos cafes.
—Ciertamente no dormí en TU cama, ¡rufián! Aunque tal vez lo haga esta
noche —respondió Sungmin con aspereza—, y disfrute de saber que lo estoy privando de ella.
—Touché! —Cortó el aire con la daga al tiempo que inclinaba la cabeza—. Mi
cama está a vuestra disposición.
El lo miró con hostilidad, y el brillo sugerente reflejado en aquellos ojos le
resultó contradictorio con el gesto galante.
—No merece que se lo agradezca. Los hombres honestos no secuestran a donceles inocentes.
—Por supuesto que no — Se metió otro gajo de naranja en ta boca—. Los tontos
sí.
Una alta ola rompió en la proa. Sungmin se resbaló pero Kyuhyun se empapó por
competo. El más bajo lanzó una carcajada y se lamió las gotas de agua salada de los labios.
Las botas del castaño golpearon con fuerza sobre los tablones de madera.
—Mannaggia! —gruñó mientras se exprimía el agua de la melena empapada.
Lo miró echando fuego por los ojos—. ¿Te estoy divirtiendo? —Sin esperar respuesta
se quitó la camisa mojada.
Sungmin quedó boquiabierto. Tenía un cuerpo absolutamente hermoso. Levemente bronceado, firme sin estar marcado excesivamente y moldeado con varonil perfección, exhibía una flexible
vigorosidad obtenida a través de años de estricto régimen atlético. En el pecho tenía
un medallón de oro grande y lustroso que contrastaba con su piel.
Le lanzó aquella sonrisa engreída que lo hizo ruborizarse y se paseó hasta una
mesa servida para dos: con copas de cristal, utensilios de plata y vajilla de porcelana
que relucían sobre un mantel blanco niveo.
—¿Me acompañáis a almorzar? —le ofreció al tiempo que apartó una silla
dorada estilo chaise caré.
Sungmin vaciló. Las discusiones verbales eran una cosa, pero ¿mezclarse con un
pirata...?
—No tengo hambre —mintió Min, tratando de mantener los ojos apartados de
su torso. No era fácil.
—No has probado bocado desde ayer y sería una pena que se perdiera
aunque sea una pizca de esa belleza. Adonis—le dijo con tono dulce—, estoy seguro de
que se os ha abierto aunque sea un poco el apetito.
—Perdí el apetito cuando fui capturado por un pirata bárbaro.
La sonrisa indulgente desapareció.
—No obstante os sentaréis junto a este pirata bárbaro y le haréis compañía
mientras come.
—No lo haré —pronunció Sungmin con valentía. No había escapado de Inglaterra
para terminar bailando al son de los caprichos de un pirata. Giró sobre sus talones y
se dirigió hacia el tramo de escaleras. Logró dar dos zancadas antes de que un brazo
fuerte se le enroscara en la cintura, clavándolo de espaldas contra un
pecho desnudo como de piedra.
—No hagáis que os persiga —Kyuhyun le susurró suave al oído—. Me estoy
esforzando por comportarme como un perfecto caballero. No tentéis a la bestia que
hay en mí.
Se le cortó la respiración al sentir la cálida boca junto a su oído. El darse cuenta
de que le gustaba lo llenó de mayor antipatía. Se dio la vuelta y le dio un codazo
fuerte en el pecho.
—Jamás me sentaré a tu mesa, ¡a menos que me amarréis a la silla! —Sin
embargo, en el instante en que tocó esa piel aterciopelada y algo bronceada por el sol, sacó
rápido las manos, como si se hubiese quemado con fuego. Le había sentido el
corazón tamborilear fuerte y parejo debajo de esa cálida fibra muscular.
Kyuhyun, o Eros, curvó los labios.
—Amarrado a una silla, ¿eh? No pongáis ideas en mi cabeza, Sungmin. Ya casi
estoy tentado de amarraros sobre mi regazo y daros de comer yo mismo. Os lo dejaré
bien en claro. Si deseáis seguir disfrutando de mi amable hospitalidad, deberéis
comer almuerzos y cenas en mi compañía hasta que os devuelva a vuestro vizconde.
Entonces, ¿podréis sentaros a mi mesa como un niño bueno?
Él pirata lo soltó y Sungmin retrocedió tambaleándose y asintió con la cabeza de manera
obediente. Kyuhyun lo depositó en la silla y se desplomó en la que estaba al otro lado.
—Vino? —Él indicó con un gesto la botella verde que adornaba el borde de la
mesa.
Changmin apareció de la nada y asió la botella. Mientras llenaba la copa de Sungmin
con un exuberante vino tinto, a pesar del parche negro que tenía en el ojo, al rubio le
pareció más humano que el tenebroso Lucifer que tenía sentado del otro lado de la
mesa, con su único ojo marrón sin el fuego diabólico de los ojos de Eros
—Os lo agradezco —dijo con cautela al tiempo que alzó la copa y se la llevó
a los labios.
Changmin sonrió con placer. Sin poder quitarle el ojo de encima, sirvió
una gran cantidad de bebida en la copa de Eros. El vino tinto se derramó sobre el
niveo mantel. Kyuhyun cogió a Changmin de la muñeca, le arrebató la botella de la mano y
dijo bruscamente:
—Ma cosa fai, idiota? ¿Qué diablos estás haciendo, idiota? ¿No tienes nada
mejor que hacer que andar fastidiando?
Changmin sonrió con bochorno:
—No. Nada.
Eros dio un golpe con el puño sobre la mesa y se puso de pie, absolutamente
irritado:
—¡Retírate!
—Va bene. Ya entendí —rió Changmin entre dientes. Le dedicó a Sungmin otra
sonrisa tímida y abandonó el castillo de proa, riendo disimuladamente, aunque lo
bastante fuerte como para que lo oyeran todos los marineros.
—¿Siempre estáis malhumorado con vuestros subordinados? —le preguntó
Sungmin, mientras Eros regresaba a su silla—. Si continuáis así, lo que sigue es una
conspiración a vuestras espaldas, os darán un golpe en la cabeza, robarán vuestro
barco y escaparán en él —Sonrió con gracia.
—¿No es de mala educación llevar puesto el sombrero en la mesa? —le
preguntó Kyuhyun con una sonrisa insinuada.
Una notable sublevación apareció en los ojos felinos.
—No cuando a uno lo obligan a comer en una compañía miserable.
—Quizás esto os sorprenda, pero tomar como rehén a estúpidos donceles con
fastidiosas criadas no es mi idea de un entretenimiento de primera.
—¿Entonces qué? —preguntó Sungmin con una mueca de desagrado, ardiendo de un
color rojo ya obsceno—. Quiero decir... ¿para qué me secuestrasteis?
Él le lanzó una sonrisa seductora.
—Mi idea de un entretenimiento de primera es secuestrar a estúpidos donceles
sin fastidiosas criadas —Él rió entre dientes cuando Sungmin desvió la mirada—. Ma dai,
vamos. No os enfadéis. Ya tendréis oportunidad de vengaros de mí. Además, estoy
famélico. Quitaos el sombrero, así podremos comer de una vez.
De mala gana, Sungmin obedeció. Un criado vestido con una larga túnica blanca
se acercó a la mesa. Dispuso bandejas de plata colmadas de pan tierno, colorido
antipasto y un bol cubierto.
—Ayiz haga tanya, ya bey? ¿Algo más, amo? —le preguntó respetuosamente.
—Lah, shukran, Suho. No, gracias, Suho —Lo despidió Kyuhyun.
—¿Eso es árabe? —preguntó Sungmin, sin poder ocultar su admiración. Cuando él
asintió con la cabeza, agregó a regañadientes—: Habláis varios idiomas.
—Grazie —E inclinó su hermosa cabeza—. Qué amable de vuestra parte daros
cuenta de ello.
—Fue una observación, no un cumplido —murmuró Sungmin, irritado por la sonrisa
presumida de el molesto pirata.
—Yo elijo sentirme halagado —dijo al tiempo que metió en la boca una aceituna
que chorreaba aceite, y a Sungmin se le hizo la boca agua. Nunca había probado las
aceitunas—. Allora —señaló la opulenta comida y comenzó a nombrar los platos—:
zucchine e melanzane, prosciutto crudo... —Quitó la tapa del bol, dejando a la vista
carne de res con verduras de primavera cocidas al vino. Un vaho aromático llegó
hasta donde el rubio estaba—. Sentíos libre de cambiar de opinión — Escogió una
rebanada de pan crujiente y la mojó en aceite de oliva, la roció con una pizca de sal y
mordió un bocado—. Salute! —Alzó la copa de vino y bebió hasta apurarla.
Miserablemente, Sungmin miraba fijo la apetecible comida e ignoró estoicamente
las agitadas protestas de su estómago. Estaba dispuesto a morir de inanición en lugar
de tener que comer con un hombre de esa clase.
Kyuhyun sonrió con perspicacia.
—Faltan horas para la cena y vuestra criada está almorzando en mi camarote.
—No tengo hambre —Sungmin respondió estrictamente cortante.
—Ya veo. Adonis, os doy permiso para que disfrutéis de observarme comer.
De hecho Sungmin lo observaba, pensando que sus modales en la mesa eran tan
refinados como los de un noble. No obstante, Kyuhyun estaba decidido a provocarlo,
saboreando cada bocado, mirando al cielo, gimiendo de placer. Sus miradas se
encontraron por encima de un zucchini mojado en salsa, atravesado por un tenedor.
Eros sonrió burlonamente.
—Qué pena que hayáis perdido el apetito, sexy. Hay tanto para compartir...
El cocinero del barco es un talentoso milanés. Una vez trabajó para una familia real.
¿Estáis seguro de que no tenéis ni un poquito de hambre?
Sungmin le lanzó una sonrisa hostil.
—Prefiero la cocina francesa —Cuando una ceja café oscuro se levantó ante
la provocación deliberada, Sungmin alzó la copa lista para dar batalla. Hacía tres años, se
había visto involucrado en una discusión similar con una baronesa francesa,
defendiendo su verdadera opinión, que era pro Italia, por supuesto. En aquel
entonces, ella contaba con amplios argumentos bajo la manga. En ese momento,
estaba dispuesta a jugar a ser el abogado del diablo. Lo que fuera para fastidiar a su
anfitrión—. Los italianos tienen mucho que aprender de los franceses.
Eros se hundió en el tapizado de satén de la silla y bebió el vino:
—Aclaradme algo. Los ingleses desprecian a los franceses; no obstante, imitan y
adoptan todo lo que sea francés: el coñac francés, la cocina francesa, la moda
francesa... ¿A qué se debe?
—Por el mismo motivo por lo que lo hace el resto del mundo: ¡es lo mejor!
Imagino que los italianos alguna vez tuvieron algo que alabarles, pero hace siglos
perdieron el buen gusto. Me atrevo a decir que en la actualidad, los franceses los
eclipsan en todos los ámbitos. Hasta en el arte.
Los ojos de Kyuhyun ardieron. Al mismo tiempo reía rapazmente, ansioso por
aplastar al oponente.
—Entonces sí sois consciente de que para fundamentar el debate tendréis que
probar la comida. A propósito —dijo mientras estudiaba el fluido color escarlata que
se bamboleaba en la copa—: ¿el Barbacarlo es de vuestro agrado? A mí
personalmente me agrada la sensación cuando baja muy suavemente. ¿Qué opináis
vos, primor?
Sungmin hizo una mueca atrevida con los labios mojados de vino.
—Sí estáis proponiendo un desafío experimental, debéis proveer vino y comida
francesa para comparar.
—Eso no será posible, ya que el único objeto francés de por aquí es el barco.
Intrigado, Sungmin echó un vistazo alrededor. Desde cualquier punto de vista, el
Wine137 era un buque formidable, una fortaleza flotante conducida por enormes velas
blanqueadas al sol.
—¿Cómo es que habéis adquirido esta fragata francesa? Sin lugar a dudas se
trata de un buque de guerra.
Él quedó impresionado.
—Muy perceptivo de vuestra parte. De hecho, el wine137 es un cachorro que
pertenece a la flota francesa. Solía ser uno de los mejores.
—Ya veo —dijo Sungmin fríamente, encontrando su alusión al rey de Francia como si
se tratara de uno de sus tontos amigos más cercanos—. Los muelles del rey estaban
atestados y entonces dejó que os llevarais uno.
—De hecho me lo llevé. Un asunto insignificante relacionado a una apuesta que
tuve con monsieur le Roi —Le lanzó de nuevo aquella indignante sonrisa burlona—.
Perdió.
—Eso es ridículo. Vos hacéis apuestas con el rey de Francia, ¡igual que yo voy
camino a los fuegos del infierno en Tortuga!
El muy desvergonzado seguía sonriendo.
—Qué pena por los piratas que pronto se volverán pobres.
Sungmin lo ignoró y se concentró en el paisaje. ¿Cuántos tristes inviernos había
anhelado tener enfrente aquella vista impresionante? Si estaba condenado a andar
por la vida extrañando a sus padres y a su hermano desde lo más profundo de su
alma, al menos lo haría bajo un sol cálido y como un espíritu libre.
—¿Habéis estado antes en este extremo del mundo? —Le llamó la atención
Eros.
—No, no he estado —El tono de voz de Sungmin se tornó sarcástico—. ¿Y tu?
—He estado en muchos sitios, Minnie, lugares que os fascinarían.
—Jungmo y yo tenemos grandes planes de viajar por el mundo una vez que
contraigamos matrimonio —mintió Sungmin de nuevo, irritado por la tranquila
superioridad de él.
—Davvero? ¿Y eso será durante o después de la guerra? Lamento tener que
estropear vuestros planes, Minnie, pero tengo la impresión de que vuestro
honorable Jungmo está más interesado en combatir piratas que en cumplir con sus
obligaciones con su amado prometido. Fue muy descuidado de su parte dejaros
viajar solo por estas aguas donde es probable toparse con buques de guerra franceses
o españoles.
—¿Qué sabéis vos del honor o del deber? —siseó Sungmin.
—Supongo que muy poco. No obstante, ¿no se os ha pasado la edad marital
usual de los jóvenes elegantes? —Lo examinó largamente y luego le preguntó con
calma—: ¿Cuánto tiempo hace que estas comprometido con él?
—Eso no es de tu incumbencia —le contestó fríamente, nervioso por el
giro que había tomado la conversación. Aunque su compromiso se había fijado hacía
siglos, Jungmo parecía decidido a posponerlo, sin pensar en su inquieto prometido que
lo esperaba sentado en casa. Navegar rumbo a Jamaica había resultado ser la
solución perfecta. Finalmente, el conocería el sabor del sueño de sol brillante y la
libertad, tendría la oportunidad de conocer el mundo sobre el que había leído y
soñado tanto, y así podría instar a Jungmo a que pusiera una fecha de boda definitiva.
—¿Cuánto hace que está apostado en Jamaica? —lo acosó Eros.
—Tres años.
—Tres años es demasiado tiempo para estar separado de la persona que uno ama
—Le sostuvo la mirada en medio de un silencio opresivo y luego se inclinó
acercándose más—. Ya sé lo que opináis de mi persona, Minnie. Que tengo un alma negra y corrupta, mientras que él es un santo merecedor de un par de bonitas alas
blancas. Pero, suponiendo que Jungmo fuese el hombre que vos decís que es, ¿por
qué razón ese idiota os abandonó? ¿Es que prefiere a simples muchachitas o
es demasiado ciego? Si fuerais mío, bello Adonis, no os tendría lejos de mi vista ni tres días; ni
qué hablar de tres largos años. Os mantendría precisamente donde pertenecéis: a mi
lado, todo el tiempo, y la mayor parte, en mi cama. Y os enseñaría mejores maneras
de usar vuestra rápida lengua, amore.
A Sungmin se le secó la lengua. La coherencia regresó gradualmente.
—¿Por qué atacasteis el Pink Beryl?
—Os estaba buscando a vos —Al notar el terror en los ojos de Sungmin, ablandó la
expresión severa de su rostro con una sonrisa—. Nada de eso. Encontraros ahí fue
pura suerte. Intercepto a todo barco rumbo a Kingston.
Sungmin aflojó la tensión en los hombros.
—¡Miserable desgraciado! No es de extrañar que todo el mundo os odie. ¿Qué
esperabais capturar? ¿A una pobre víctima que os hiciera compañía en las comidas
mientras devorabais los placeres de vuestro cocinero milanés? ¿Alguien que no os
causara problemas?
—¿Y a esto le llamáis "no causar problemas"? —Rió entre dientes al tiempo que
bebió un sorbo de vino—. Debéis saber, mi belleza de lengua afilada, que estaba a la
caza de algo de valor para Jungmo.
—Algo para canjear "eso" que no tiene precio —En ese instante Sungmin comprendió
y sonrió de manera triunfal—. ¡"Eso" no es una cosa! ¡Sino una persona! Alguien para
vos más importante que el oro, a quien Jungmo ha capturado y mantiene cautivo, y
dado que su honor no le permite venderos a esa persona, buscasteis algo que lo
forzara. ¿Quién es esa alma desafortunada a quien estáis desesperado por liberar?
¿Uno de vuestros compinches? ¿Algún compañero pirata?—se burló Sungmin.
—Bueno, ¿quién hubiera dicho que la encantadora cabeza de un rubio
razonara tanto? —comentó Eros con genuina fascinación—. Ya siento pena de tener
que perderos, amore. Tal vez debería intentar persuadir a Jungmo con oro. Uno
nunca sabe hasta que lo intenta.
El terror se grabó en los ojos de Sungmin.
—No seríais capaz.
—¿No? —Sonrió él desafiándolo con la mirada—. Aun con toda esta comida
sobre la mesa, saborearía clavar los dientes en una parte selecta de la carne de
vuestro delicioso cuerpo.
Sungmin se puso de pie.
—¡Bestia insufrible! Buscaos a otro que soporte vuestros patéticos modales.
Conmigo es suficiente —Con una mirada furiosa y mordaz abandonó la mesa.
Eros lo alcanzó de un salto. Lo cogió de la muñeca y de un tirón el cayó justo
en sus brazos. Pero inmediatamente retrocedió de un salto:
—¡Soltadme! Ya tuvisteis vuestro almuerzo. Ahora dejadme regresar al
camarote.
Kyuhyun le alzó el mentón con un dedo
—Sois más hermoso de lo que recordaba, Sungmin, y a pesar de que me prometí
dejaros en paz, casi no logro... controlarlo. Tres días más de esto y me convertiré en
un imbécil bobalicón.
A el le llevó algunos minutos recapitular.
—¿Vos me recordáis? ¡Eso es imposible! Yo no os conozco. Apenas nos
conocimos anoche, ¡por el amor de Dios!
—Sí que nos hemos cruzado, Minnie —susurró Eros—, y puedo probarlo.
Comed conmigo durante estos tres días que pasaremos juntos y prometo contaros
todo antes de separarnos.
Sungmin ardió en un caldero mental de curiosidad y hostilidad durante un largo
rato, sintiéndose debilitado poco a poco por la intensa súplica de aquellos
endemoniados ojos.
—Está bien. Ahora soltadme. Yo... yo estoy muerto de hambre.
Eros rió entre dientes, hizo lo que le pidió y una vez más lo invitó a tomar
asiento.  

Secuestrado por el LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora