Capítulo 25

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  A las siete menos diez un firme golpe hizo vibrar la puerta de la alcoba ducal.
Sentado frente al tocador, mientras la criada, Cora, le arreglaba los cabellos, Sungmin
encontró su mirada brillante en el espejo que tenía enfrente y llamó con entusiasmo.
—Pase.
Kyuhyun entró despacio, alto y elegantemente vestido con un fino traje de noche.
Buscó los ojos de Sungmin en el espejo.
—Amore —Le sonrió de modo malvado. Un fular blanco níveo le daba un
efecto de espuma en el cuello. Lucía un pendiente nuevo de diamante en la oreja, en
lugar del que había perdido en Ostia. Parecía todo un príncipe del norte de Italia, con
los cabellos cortados de cualquier modo, la palidez señorial y aquellos ojos
lombardos cafes oscuros. Sungmin sintió el calor de esa mirada hasta la punta de los
pies. Se dirigió a Cora y dijo—: Finisci presto, raggaza.
—Si, monsignore. Subito —La criada hizo una reverencia y sonrió
respetuosamente, como parecía ser el caso con todo el personal desde que el príncipe
perdido durante tanto tiempo se había presentado en la entrada hacía dos semanas.
Sungmin siguió su magnífica silueta aún demasiado delgada, al dirigirse hacia el
lujoso cortinado de color damasco y correrlas a un lado. Se filtraron los rayos del sol
entre carmesí y dorado, los últimos minutos de la puesta del sol.
—Tengo algo especial que mostrarte —le dijo—. Si no nos damos prisa, nos lo
perderemos.
Sungmin le dio las gracias a la criada que iba de salida y se levantó de un solo
movimiento que hizo crujir la seda azul plateada. Estaban a solas. A Sungmin le temblaban
las manos. Se miraron fijamente, deteniendo el instante antes de...
Kyuhyun atravesó el cuarto dando cinco pasos. Lo agarró de la cintura y le estampó
un beso ardiente en el cuello.
—¿Cómo pude sobrevivir seis semanas sin verte? —murmuró Kyuhyun.
Sungmin se preguntaba lo mismo acerca de Kyuhyun. Hasta ese olor almizcleño suyo lo
excitaba hasta la locura.
—Kyu — Sungmin cerró los ojos y pensó que moriría si Kyuhyun no lo besaba
inmediatamente.
Kyuhyun debería haber intentado besarlo lentamente al principio, pero en el instante
en que le cubrió la boca se descontroló. Lo invadió el deseo, agresivo y en carne viva
y sabía que Kyuhyun sentía la misma prisa. Lo devoró, las lenguas se frotaron con necesidad.
—Santo Michele —gimió Kyuhyun—. ¿Cómo haremos para aguantar una cena de tres
horas? —Le atravesó la boca con otro beso que le derretía la mente, emitiendo tanto
calor que lo hacía arder. Sungmin lo cogió de las mangas sintiéndose demasiado débil
para mantenerse en pie.
—Olvidemos la cena —le sugirió con voz ronca—. Quedémonos aquí— Sungmin le
echó los brazos alrededor del cuello y lo besó: en la boca, las mejillas, el cuello,
haciéndolo gemir—. Querías mostrarme algo —le susurró, mordisqueándole el
lóbulo.
—Diavolo —Kyuhyun lucía dolorido—. Ay, está bien. Ahora —Lo cogió de la mano y
atravesaron la puerta rápidamente y subieron las escaleras de caracol hasta el
torreón. Un aire helado los recibió. Lo colocó adelante suyo, lo abrazó por los
hombros desnudos y le susurró—: Mira hacia delante.
Sungmin quedó boquiabierto. El anochecer iba cayendo tranquilamente sobre las
lejanas villas y los surcos de viñedos, que parecían salvajes pero estaban cuidados.
Revestido con una niebla color púrpura se extendía un frondoso bosque de robles y
castaños con cipreses intercalados. Los techos color terracota de los pueblos apiñados
brillaban con un color bronce bajo el sol agonizante. Antiguos campanarios
escondidos entre las colinas pronunciadas anunciaban la hora con un repique
metálico. Y en el horizonte lejano, la redonda cúpula de Florencia tocaba el
serpenteante río Arno.
—¿Ves los picos blancos al norte? —La voz grave de Kyuhyun le llenó el oído—. Son
los Alpi Orobie, los Aples milaneses. Y el alpeggio que hay debajo, esa montaña
esmeralda de verdes pastos... E Milano.
Sungmin le miró el perfil. Una tierna nostalgia le derretía el iris.
—Tu hogar —le susurró Sungmin.
—Mi hogar —Kyuhyun lo apretó con fuerza y miraron al frente hasta que el último
rayo de sol dejó de brillar. En momentos como aquel, Sungmin se sentía más cerca de Kyuhyun de
lo que jamás se había sentido con alguien.
—Sallah me contó todo —dijo Kyuhyun—. Sidi Moussa, las prisiones romanas, la
visita al papa Clementino. ¿Cómo supiste que estaba en Roma? Esa fue la parte que
Sallah no pudo explicar.
—Sidi Moussa le dijo a Nasrin que te habían llevado a la ciudad eterna adonde
conducen todos los caminos. Yo recordé algo de las lecciones de latín: «Todos los
caminos conducen a Roma».
—«Tutte le strade portano a Roma» —Kyuhyun le besó los labios con suma ternura—.
Hermoso e inteligente Sungmin, esta es la segunda vez que me salvas la vida. Te lo
agradezco desde el fondo de mi corazón.
—No hay de qué —Sonrió Sungmin —. Aunque casi no merezco todos los créditos.
Los ojos de Kyuhyun brillaron intensamente al decir:
—¿Entonces siempre te arriesgas hasta ese punto por tus amigos?
Era el momento de la verdad, el que Sungmin había estado temiendo. Se dio la
vuelta, deslizó los brazos por debajo de la capa, alrededor de la cintura, lo miró a los
ojos e inspiró profundo...
—Estoy enamorado de ti —le confesó—. Te amo, Kyuhyun. Te amé desde el
momento en que te conocí. Haría cualquier cosa por ti. Siempre —Se sentía tan débil
que le sorprendía seguir estando de pie—. ¿Tú me amas?
Kyuhyun se quedó callado. El tiempo pasó. Años.
—Tú... ¿no me amas? —le preguntó Sungmin, con la voz tan débil como las rodillas.
Kyuhyun estaba callado.
Sungmin tragó un sollozo. ¿A dónde iba uno después de aquello? Ni el infierno era
tan triste. Se apartó de Kyuhyun, con los miembros paralizados, los dientes castañeándole y
se dirigió hacia el tramo de escalera de caracol. Lanzó una mirada fugaz hacia la
espalda de Kyuhyun en penumbras. Kyuhyun permanecía tan inmóvil como los lejanos Alpes.
***
En el enorme salón comedor, se encontró con Sallah y Nasrin.
—¿Dónde está el Príncipe Azul? —preguntó Sallah al mismo tiempo que su
esposa quiso saber con ansiedad—. ¿Qué ha pasado?
Una lágrima se deslizó por el rostro de Sungmin.
—Nada. Está en el torreón. Si me disculpáis, no tengo tanta hambre como
pensé. Me retiraré ahora. Buenas noches.
Sallah y Nasrin intercambiaron miradas inquietas,
—Veré qué es lo que lo retiene —sugirió Sallah y subió las escaleras. Se topó
con Kyuhyun en la galería, donde los duques Cho desplegaban sus armaduras e
imponentes retratos—. ¡Ahí estás! —exclamó con forzada alegría.
Kyuhyun ni siquiera lo miró, mientras se echaba un abrigo sobre los hombros y se
dirigía de prisa hacia las escaleras. Sallah fue de prisa tras él.
—¡Kyuhyun, espera! ¿Qué es lo que está sucediendo aquí? ¿Volvió a correr sangre?
Maldita sea, hombre, ¡quédate quieto un segundo!
Pero como si fuera una tormenta negra, las botas de Kyuhyun golpearon el suelo de
mármol al dirigirse hacia la entrada. El viento ululó cuando abrió la puerta,
hinchándole el abrigo negro y dejando entrar un alboroto de hojas secas y el olor a
lluvia incipiente. Sin decir una palabra, desapareció en medio de la noche, cerrando
de un golpe la puerta detrás de sí.
Una ráfaga de viento revolvió el aire sofocante en el viejo Heartless Fortune Inn.
Estaban sentados en medio de rostros sudorosos absortos en juegos de azar: cricca y
tricchetrach que dieron lugar a una serie de insultos y discusiones, donde los
jugadores peleaban por un centavo y se los escuchaba gritando desde tan lejos como
San Gimignano. Changmin alzó la vista de una mano de cartas desmoralizante y
frunció el ceño. Kyuhyun entró despacio, con un abrigo negro y una expresión que hacía
juego. Changmin lo llamó con una seña.
—Eres la última persona que esperaba ver esta noche —Rió con disimulo y
dispuso a su lado una silla para Kyuhyun—. ¿De quién te estás escondiendo? ¿De tu
hermoso ángel rubio... o de ti mismo?
—¿Recuerdas que hay cosas que no hablo con nadie? Sungmin es una de ellas —
Kyuhyun le hizo señas al mesonero para que le trajera una jarra de vino y dejó caer una
bolsa con monedas sobre la mesa—. Taemin, cuéntame para la próxima ronda.
Changmin se inclinó para acercarse más.
—Te dejaré entrar sí te cuento un pequeño secreto, Kyuhyun. Sí yo tuviera un joven rubio como el tuyo no estaría aquí jugando cricca contigo —Esa mirada llegó hasta las
zonas más internas de Kyuhyun y él frunció el entrecejo con preocupación—. Tu captor no
te causó ningún... daño permanente, ¿verdad?
—No. Pero yo sí lo haré contigo, si no te callas.
Changmin meneó la cabeza.
—No te entiendo. Hay un hombre —hizo un gesto con el mentón para señalar
una mesa alejada—, que daría su brazo derecho por ser tú esta noche. Yo creo que el
daño está dentro de tu cabeza.
Kyuhyun desvió la mirada hacia un rincón alejado de la posada, donde estaba
sentado Minho, encorvado sobre una jarra de ron. Changmin sintió la repentina
fuerza feroz de la furia de Kyuhyun que le puso los pelos de punta. Minho debió de haberlo
presentido, porque alzó la vista y estaba mirando fijamente en dirección a Kyuhyun.
—No hagas nada de lo que vayas a arrepentirte —le aconsejó Changmin con
discreción—. El pobre hombre es un miserable. Creo que quiere que lo mates.
—Pues no lo haré. Así que sólo mantenlo alejado de Sungmin, y de mí.
Minho los miró un momento más, luego dejó algunas monedas sobre la mesa y se
marchó. Kyuhyun se relajó y Changmin le dio las gracias a algunos santos en silencio.
—Sabes que él jamás haría nada que te hiciera daño —lo calmó—. El problema
es que estos días, él no está pensando con claridad. ¿Y quién puede culparlo? Tú
volviste de la muerte y duermes con el hombre del que está enamorado. Está
dividido entre la lealtad hacia ti y los sentimientos hacia Sungmin, y sabe que no tiene
ninguna posibilidad. Para empezar, Sungmin no sólo fue tuyo, sino que ahora, además de
eso, eres un príncipe real.
El mesonero llegó con un vino y con el rostro radiante.
—Monsignore —esbozó una reverencia—. El vino corre de la casa, en memoria
de Su Alteza vuestro padre, el Gran Duque Gianluccio, a quien tuve el honor de
servir en el Lanze Spezzate hace muchos, pero muchos años.
Kyuhyun parecía consternado. Luego poco a poco su expresión se fue tornando más
cálida. Se puso de pie. Una sonrisa sincera se le expandió en el rostro.
—Compaesano? Milanese?
—¡Sí, sí! Mi nombre es Battista —El mesonero se quitó el delantal y se abrió la
camisa de un tirón, exhibiendo orgulloso el vientre con una hoja de color púrpura
tatuada en el pecho—. Treinta años de servicio.
—¿Tú prestabas servicio con Lentes Rotos, el Guardia Especial?
El mesonero sacó pecho.
—Si, monsignore. En Vigevano, Novara y Galliate, con el honor y valor
correspondiente que el duque, que Dios lo tenga en su gloria, inspiraba entre sus
soldados.
—Entonces será un gran honor estrecharle la mano a un soldado veterano de
Milán —Kyuhyun le ofreció la mano y soltó una leve risa cuando Battista la aferró y se la
estrechó con entusiasmo, echando una mirada a su alrededor para asegurarse de que
los demás estuviesen prestando mucha atención.
—«El príncipe Kyuhyun tiene la mente y el corazón dispuestos para cada gran
empresa» —recitó Battista—. «Es el caballero más decente y noble, el hijo de Marte
que acaba de descender. Un joven inteligente y encantador, capaz de expresarse bien
y comportarse con gracia principesca, digno futuro duque de Milán, si es que alguna
vez lo hubo». Esas fueron las palabras mencionadas por un cronista milanés sobre
Vuestra Alteza en ocasión de celebrarse vuestro decimotercer cumpleaños, y ya hace
semanas que estamos celebrando el retorno de Vuestra Alteza.
—¿Celebrando su retorno? —Kyuhyun parpadeó. Las cejas se le juntaron en un gesto
feroz.
—Hemos esperado durante dieciséis años a que Vuestra Alteza regresara y
enarbolara la bandera del Lobo en contra de los malvados vencedores —continuó
Battista con añoranza—. Desde que se oyó el rumor acerca del regreso del príncipe
Kyuhyun y de que está formando un ejército para liberar Milán, aquí han llegado
personas para alistarse. Pues ¿quién mejor que un Cho para dirigir a los milaneses
contra los franceses y españoles, un príncipe que es un soldado, capaz de resistir
años de guerra, capaz de satisfacer a la gente y protegerla de los nobles, quien ha
pasado años en el exilio y conoce el sabor de la crueldad, el prejuicio y las típicas
injusticias de los seres humanos? Vuestra Alteza es nuestra verdadera y última
esperanza de salvación, un hombre extraordinario a quien Milán reclama.
Sin saber qué decir, Kyuhyun simplemente se quedó mirando al hombre, y según
notó Changmin, comenzó a sentirse extremadamente incómodo. Él mismo se sentía de
nuevo un poco nostálgico por su Sicilia, después de décadas.
—Como lo escribió nuestro gran Cicerón —declaró Battista—: «Puede que la
gente sea ignorante, pero voluntariamente seguirán a un hombre digno de
confianza». En nombre de los milaneses: ¡os saludo, Vuestra Alteza! —Con una
profunda reverencia se disculpó y regresó a su sitio detrás de la barra. Kyuhyun tomó
asiento de manera rígida.
Changmin reorganizó las cartas y le entregó un montón a Kyuhyun.

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