Capitulo 32

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La gente empezó a prestar atención y formaron un círculo alrededor de ellos,
incitando a Kyuhyun a que entablara combate. Sungmin contuvo la respiración al observar
cómo sus dedos aferraban la empuñadura del arma. El pulso le martilleaba en la
mandíbula. El hecho de sacar la daga parecía haberse tornado una comezón que Kyuhyun
tenía que evitar rascar.
—Esto no es el Circo Máximo, Siwon —dijo Kyuhyun con voz áspera—. No hagas de
nosotros un espectáculo para agasajar a todo París. Nosotros no somos como estos
cortesanos del rey. Somos milaneses, descendientes de las Casas de Sforza,
casas más importantes que las de Borbón.
—¡Haz las paces con tu Creador! —gruñó Siwon—. Ya que tengo intención de
terminar en este instante lo que comencé en Ostia —Avanzó de un salto, blandiendo
la espada. Kyuhyun retrocedió trastabillando. Cambió la daga a la mano izquierda y sacó
el espadín. Formaban círculos entre ambos como si fueran gladiadores en la arena.
—Metiste a los Orsini en Milán. ¡Sólo por eso debería matarte! —Kyuhyun se
abalanzó sobre su primo e hizo un corte en el brazo de Siwon.
Impávido ante el rasguño, Siwon sonrió.
—Sabía que apreciarías mi ingenio. ¿Te arruiné el plan de ataque? —Para
deleite de la multitud, él atacó de nuevo. Kyuhyun le esquivó y atravesó con el espadín el
brillante aro que formaban los cuchillos. Los espadines se trabaron a la altura del
pecho, dejando a los duelistas mirándose a los ojos—. Debiste haberte quedado en las
alcantarillas de Argel, Kyuhyun. Te fuiste de Milán a los dieciséis años, demasiado
tarde para lograr el grado de astucia que Italia exige de un príncipe. Con o sin mí, tú
no hubieras durado ni un día como duque de Milán. Habrías hallado la muerte en el
suelo de la sacristía del Santo, asesinado por tus propios cortesanos.
—Me das demasiado crédito al decir que mi virtud se mantuvo intacta. Ruego a
Dios que tengas razón —Apretando la mandíbula, Kyuhyun golpeó violentamente con la
frente el rostro de Siwon, fracturándole el tabique nasal. La multitud hizo una mueca
de dolor. La sangre salpicó el suelo de parqué.
—¡Salvaje! —gruñó Siwon. Sacó un pañuelo de encaje y se apretó la nariz
sangrando—. ¡Eres tan vulgar como esos simios a los que serviste en la kasba!
Kyuhyun lo miró divertido.
—Lloriqueáis como una mujer, Siwon. Sólo es sangre.
—Ventrebleu, Kyuhyun! —El grito repentino cautivó la atención de todos.
Apurados por despejarle el paso a Su Radiante Alteza Real, el estrecho círculo de
espectadores se dividió en dos enjambres de abejas que zumbaban. Caminando
enérgicamente y con aspecto de disgusto, el rey Kangta avanzó sin la máscara. Se
detuvo frente a Kyuhyun, frunciendo el ceño ferozmente.
—¡Aquí estás, en mi palacio! ¿No se te pasó por la cabeza anunciarte de manera
apropiada sabiendo que verte sería de mi agrado?
—Buenas noches, Majestad. Espléndido baile. Soberbio, como siempre —Kyuhyun
bajó el espadín e inclinó la cabeza galantemente. Pero no le hizo una reverencia, notó
Sungmin con una sonrisa.
—¿Entonces —lo apuró el rey—, no tienes excusas que ofrecerme? ¿Ni
disculpas?
Una sonrisa llena de seguridad curvó los labios de Kyuhyun:
—Estaba a punto de presentaros mis respetos cuando un asunto familiar
reclamó mi atención. Se trata de asuntos apremiantes. Uno nunca sabe con quién
puede toparse y verse obligado a intercambiar cumplidos —Apuntó el espadín al
primo lastimosamente descuidado, con la nariz sangrando, que estaba de pie no muy
lejos de ellos—. Aquí tenéis un ejemplo.
—¡Aja! ¡Tú también estás aquí! —exclamó Kangta—. ¡Ya me encargaré de ti
también! ¡Bien! —Miró a Kyuhyun echando fuego por los ojos—. ¡El regreso del hijo
pródigo! ¡Y omnipresente, además! ¿Dónde has estado? ¿En qué has estado metido?
Todo el tiempo escucho distintas historias acerca de tus hazañas. Un día aquí, otro
allá... ¡Uno nunca sabe qué creer! —Una sonrisa genuina le arrugó el rostro
empolvado—. Ya estaba comenzando a preocuparme pensando en que tenías un
hermano mellizo malvado rondando por ahí, encargándose de asuntos en tu nombre.
—Qué alarmante idea, Majestad —Kyuhyun se estremeció finamente—. ¿Otro como
yo?
—De hecho una idea alarmante —Kangta frunció los labios. A Sungmin, ese diálogo
le pareció algo surrealista. Sin mencionar las espadas en la mano y el duelo
pendiente, conversaban como viejos amigos que hacía mucho que no salían de
juerga—. Bueno —el rey finalmente se dirigió a un Siwon muy malhumorado—.
¿Tenéis intención de terminar con vuestras vidas esta noche, nada menos que en mi
baile?
—Su Majestad —Aún apretándose la nariz con el pañuelo, Siwon blandió la
espada e hizo una reverencia formal exagerada—. Lamento profundamente lo...
—No me muestres esa cara tuya de compungido y arrepentido, Choi. No
confío en tu hipocresía —Siwon trató de hablar, pero Kangta levantó la mano
silenciándolo—. Tampoco me interesan tus excusas. Ya las conozco de memoria. En
especial, cuando le echas la culpa a tu primo.
Poniéndose intensamente colorado, Siwon se calló.
—Mi primo preferido y yo estábamos a punto de trasladarnos a los jardines —le
informó Kyuhyun al rey—. Ni soñábamos con arruinar la gala favorita de Su Majestad.
Los duelos son tan vulgares...
—¿Arruinar? ¿Por qué dices arruinar? ¡Seamos vulgares esta noche! —El rey
hizo un ademán grandilocuente con una mano adornada de joyas—. Mi salón queda
a vuestra disposición, messieurs. Continuad, por favor.
A Kyuhyun se le acabó la diversión. A Sungmin le quedó claro que él se resistía a
ventilar los asuntos familiares para el beneficio de la chusma de todo el continente.
No obstante, el tema estaba fuera de su control. Kangta había dado su consentimiento.
En un falso gesto de severidad, Kyuhyun se llevó la empuñadura dorada del espadín a la
nariz.
—¡Ave, Siwon! Morituri te salutamus: ¡Los que vamos a morir te saludan!
—¡Aja! —resolló Kangta—. ¡Eso depende de ti! —Se acercó más a Kyuhyun—. Ven a
verme más tarde en privado, Kyuhyun. Tengo intención de reprenderte —Formando
un remolino de seda dorada, se dio la vuelta y se marchó pavoneandose hacia el
estrado dorado y mientras lo hacía exclamaba—: ¡Que gane el mejor!
La orquesta dejó de tocar. Con los ojos encendidos anticipándose a la inminente
masacre, todos aguardaban a que continuara el duelo. Las personas que habían
conquistado el mundo tenían en ese momento sólo dos intereses: pan y circo, pensó
Sungmin de manera mórbida, imaginando a la multitud vestida con togas en lugar de
lujosas prendas de satén.
Se oyó una ovación y Kyuhyun se desplazó velozmente para bloquear el movimiento
de la espada de Siwon. Con la agresión redoblada por el desaire poco delicado del
rey, Siwon arremetía con fuerza y se movía más rápido, aunque esquivaba como un
hombre que le tenía el mayor de los respetos a su epidermis. Discípulos de los
mejores maestros de esgrima italianos, ambos luchaban de manera deslumbrante, la
elegancia letal de sus ataques exhibía una destreza e inteligencia fuera de lo común.
Los espadines se cruzaban una y otra vez, chocándose con un sonido estridente,
brillando intermitentemente bajo la iridiscente luz de los candelabros, casi irreales.
Luchaban como tigres rabiosos, girando incesantemente uno en torno del otro, con
ataques rápidos y relampagueantes. En medio del combate arrojaron las capas y se
abrieron paso entre la embelesada multitud, con las camisas blancas empapadas de
sudor y sangre.
Sungmin vio mujeres desvaneciéndose con elegante gracia, oyó que se hacían
apuestas, hombres que incitaban a los duelistas a que se acuchillaran. Resultaba
imposible deducir a quién apoyaban con gritos como "¡Mi oro por ti, Sforza!" o
"¡Hacedle conocer el frío acero!".
Kyuhyun perdió pie y rodó por el suelo. La multitud lo abucheó. Un hombre que
estaba detrás de Sungmin gritó:
—¡Aquí van mis cien luises!
No obstante, Kyuhyun se levantó de un salto y retomó la lucha. Sungmin dio vuelta la
cabeza y siseó:
—¡Sujetad vuestra lengua, Alfred! A ver cómo os defenderíais vos ahí —Por
casualidad, su mirada se topó con la de Leonora. La barracuda pelirroja estaba
parada justo detrás de él, conversando con una amiga. Sungmin sospechaba que ella
había escogido ese sitio deliberadamente.
—¡Qué emocionante, chérie! —la amiga francesa de Leonora aplaudió—. Si
Siwon gana, tú te convertirás en duquesa de Milán y yo seré tu madrina de boda en
el Duomo.
—Qué aburrida eres, Antoinette —Leonora le deslizó una sonrisa fría a Sungmin —
. Esta noche no importa quién gane. El pirata con el que Siwon está peleando es
Cho Kyuhyun, el verdadero Príncipe de Milán. Y a pesar de que dicen que se casó con
una cosa tímida de la Pequeña Isla para asegurarse la buena fe por parte de la Alianza,
según la Ley de Lombardía, esa promesa de matrimonio es nula. El mayor deseo del
duque Gianluccío era que su hijo se casara con alguien de pura sangre romana, como
él. Y yo soy una Orsini. Kyuhyun jamás se casará con un celta. Él seguirá el
testamento de su padre al pie de la letra y olvidará por completo a ese inglesito.
—¡Oh! —Antoinette exclamó con entusiasmo—. ¡Eros, el misterioso rufián por
cuya cama pasaron todas las cortesanas de Versalles como ropa sucia, es tu príncipe
milanés!
—Precisamente —sonrió burlona Leonora—. Después de todo, aún estamos
comprometidos.
Comprometidos. Sungmin sintió como si le pusieran esposas en el corazón. Sin duda
Kyuhyun se irritaba con el tema del matrimonio. Ya estaba comprometido con una
princesa romana que su padre le había escogido. Sintiéndose preocupado y
miserable, Sungmin observó a Kyuhyun poner a Siwon contra la pared.
—Podemos ponerle fin a esto cuando quieras, fuera de esta arena —le dijo Kyuhyun
a su primo.
Jadeante y sudoroso, Siwon gruñó:
—¿Es que tu sangre se ha vuelto débil, o hay que echarle la culpa a las cadenas
de hierro de Ostia por romperte la espalda?
—Oh, deseo matarte —dijo Kyuhyun con voz áspera y gélida—, no lo dudes. Pero
matarte tranquilamente, en un lugar alejado y confortable, donde no puedas hacer
alarde de tu muerte ante nadie.
—¡Luchemos ahora hasta la muerte! —gruñó Siwon.
Un brillo decidido iluminó los ojos de Kyuhyun.
—Luchemos hasta la muerte —Con renovado vigor, se abalanzó sobre Cesare,
amagando en todas direcciones, mientras su primo retrocedía tambaleándose hacia el
centro del salón. Cambiaba la guardia constantemente y blandía el espadín con
implacable brutalidad. A él ya no le quedaba ni compasión ni tolerancia. Con
deliberada crueldad atacó los puntos débiles de Siwon, rasgándole la camisa hasta
dejarla hecha jirones al tiempo que le dejaba heridas en cada trozo de piel desnuda.
La multitud enmascarada retrocedía trastabillando para dejar espacio a los duelistas,
pero seguían apretujándose para lograr conservar posiciones cercanas a la lucha. La
defensa de Siwon se tornó desesperada. Se esquivaba, se agazapaba, doblaba las
rodillas, balanceándose con la mano enfundada en el guante y manteniendo la
cabeza bien atrás, pero un calculado demi-vaulte le hizo un corte en el brazo hasta el
hueso. La sangre brotó. La multitud se puso frenética, ovacionando en un coro que
parecía ondularse como un oleaje en medio de una tormenta. Cubierto de sudor, con
el pecho que subía y bajaba, Kyuhyun avanzó de un salto y el delgado filo de la espada
atravesó el hígado de Siwon, que se desplomó en el suelo, donde su cuerpo formó
un charco de sangre.
—Kyuhyun... —El miedo se reflejaba en sus ojos. Deslizó la mirada rápidamente
hacia donde yacía su espada, alejada unos metros—. Mi espada... —murmuró
tratando de alcanzarla de manera impotente.
Kyuhyun parecía tan agotado como su primo. Enfundó la espada.
—Suelta el cuchillo —le ordenó. Siwon vaciló, sin confiar demasiado en la
generosidad de su primo.
—¡Suelta el cuchillo, bastardo! —gruñó Kyuhyun—. Te concederé el último deseo,
sólo tú morirás con un cuchillo, como merece un traidor.
Siwon sacó la daga.
—Tú también estás muerto, Kyuhyun. Sólo que no te das cuenta —Con una brutal
patada derribó a Kyuhyun, rodó sobre él y lanzó una cuchillada.
El grito de Sungmin fue tragado por el ruido de la multitud. Hasta el rey se puso
rápidamente en pie.  

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