Capitulo 4

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Kyuhyun se inclinó en la silla hacia delante, emergiendo de la oscuridad a la luz de
la vela. Escogió una flor roja del florero que había sobre la mesa y la arrojó sobre el pantalón de él:
—Una flor por vuestros pensamientos.
A Sungmin se le detuvo el corazón al ver aquel fino rostro masculino realzado por
el suave fulgor de la llama de luz. Ya no podía negar que sus atenciones le daban
placer. Ya que por primera vez en su vida, el apreciaba el poder de su atractivo.
He aquí un hombre a quien casi todo el mundo temía, esforzándose por entretenerlo,
por encontrar la aceptación en sus ojos. Desde que habían compartido el primer
almuerzo, el día anterior, él se había vuelto discretamente amable y cortés,
comportándose como un perfecto caballero. No obstante, a pesar de sus esfuerzos,
él no era tan tonto: Kyuhyun era un depredador: tranquilo, elegante y letal.
Con aire distraído, El se enroscó un mechón rubio y lo acomodó sobre su oreja.
—Costaría más que una flor comprar mis pensamientos.
—Entonces quizás el vino de Málaga haga lo necesario. Como dice el dicho: "In
vino veritas". —Volvió a llenar las copas, con una expresión divertida condimentada
con un descarado interés masculino.
Para Sungmin no pasó inadvertido el hecho de que él apreciaba las curvas que la ropa le resaltaban. Aquellos ojos lo habían estado acariciando durante toda la noche. Sungmin apoyó la copa de vino contra la cálida mejilla.
—Tenía otro tipo de precio en mente.
Kyuhyun alzó la ceja negra azabache:
—Por supuesto, poned vuestro precio. Estoy de ánimo aventurero.
Sungmin bebió un sorbo de vino.
—Me estaba preguntando acerca de esa persona a la que queréis rescatar.
Él sonrió abiertamente.
—¿Ah, sí? ¿Y qué es lo que queréis saber de ella?
Una mujer. El humor de Sungmin ennegreció. La amante, sin duda.
—Bueno, ¿cuál es su nombre?
Kyuhyun analizó la sonrisa bien educada de el:
—Victoria —le respondió—. Ahora habladme de vuestros pensamientos.
Sungmin echó un vistazo a los pétalos de color escarlata que anidaban en su regazo.
—Estaba pensando en mi prometido.
—Ah —A él se le congeló la sonrisa—. Ya estáis ansioso por deshaceros de mi
compañía —Escogió una naranja del bol de plata con frutas y la peló con la daga en
lugar de usar el cuchillo.
—Jungmo no está informado acerca de mi inminente llegada. Tengo intención
de darle una sorpresa.
—Y lo haréis —afirmó él con tono enigmático—. Sin embargo, él debería de
estar agradecido de que os aventurarais a navegar en tiempos de guerra sólo para
hacerle una visita. Pocos enfrentarían ese peligro.
Sungmin decidió que ya no tenía ganas de seguir hablando de Jungmo. Prefería
mucho más interrogar a su anfitrión.
—¿Por qué las flotas son vuestro objetivo? El riesgo es diez veces mayor en
relación al escaso beneficio.
—El beneficio inmediato para mí es insignificante. Mi objetivo son tanto los
buques franceses como los de línea mercante o real, ya que para Kangta son los más
importantes.
—¿Estáis combatiendo contra los franceses? —le preguntó Sungmin con tono
incrédulo.
A él pareció divertirle la reacción de Sungmin.
—Como bien sabéis, el Continente, Alta Mar y las Américas están en guerra.
Uno no puede vivir en este mundo sin tomar parte. Yo, personalmente, no aspiro a la
Corona Española, pero encuentro inaceptable el reclamo de Leeteuk. Kangta no puede
permitirse tener el control de dos tercios de las potencias y los recursos del mundo
occidental.
—Qué admirable —murmuró Sungmin. Eso colocaba a Kyuhyun de su lado—. ¿Pero por
qué tenéis que enfrentaros por vuestra cuenta al poderoso abuelo de Leeteuk, el Rey
Sol, cuando podéis uniros a la Gran Alianza? Kangta cuenta con los medios para
aplastar a un solo hombre sin el menor esfuerzo.
El sonrió:
—No creo que los aliados me acepten, y yo estoy decidido a no contar con ellos.
El hombre era una constante sorpresa.
—Debéis de ser muy valiente... o estar muy loco.
—Hasta los valientes caen en trampas y se engañan a sí mismos persiguiendo
ideales fuertes y nobles —Sosteniéndole la mirada, se estiró por encima de la mesa y
lo asió de la mano—. Os tengo intrigado, ¿verdad? —le susurró—. ¿Queréis que
intentemos sobornar a Jungmo con oro después de todo?
A Sungmin le dio un vuelco el corazón. Liberó la mano lentamente.
—No tengo ni idea de por qué tendríamos que hacerlo...
—Yo creo que sí, amore. Creo que nosotros dos nos entendemos muy bien.
La tensión entre ambos se tornó excesiva para Sungmin y desvió la vista hacia la luz
plateada que bañaba el mar abierto.
—Entonces, permitidme contaros una historia —le sugirió Kyuhyun. Una vez que tuvo
su atención, se aclaró la garganta—: Había una vez un juez rico en Pisa, más dotado
de intelecto que de fortaleza física, cuyo nombre era Robert. Digamos que tal
vez carecía de ingenio ya que compartía la misma idea estúpida de otros hombres
que suponen que mientras ellos andan viajando por el mundo, disfrutando del placer
de estar con una pareja detrás de otra, sus esposas se quedan en casa con las manos
cruzadas. Allora, el buen juez, que se sabía solvente y destacado y se creía capaz de
satisfacer a una mujer de la misma forma que se desenvolvía en su trabajo, comenzó
la búsqueda de una que fuera dueña de belleza y juventud. Su búsqueda resultó ser
de un éxito sorprendente (pues Pisa es una ciudad donde la mayoría de las mujeres
parecen lagartos) y desposó a Bartolomea, la joven más encantadora. Con gran festejo
llevó a su nueva esposa a su hogar, pero como era un hombre enclenque y marchito,
sólo logró hacer un intento con ella en la noche de bodas, apenas manteniéndose en
juego por esa única vez, y descubrió que tenía que beber grandes cantidades de vino
Vernaccia, ingerir confituras fortificantes y contar con cualquier cantidad de otro tipo
de ayudas para poder salir a flote al día siguiente.
Kyuhyun terminó el vino, disfrutando de la expresión de Sungmin con la boca abierta.
—Bien, el amigo juez, habiéndose formado un cálculo estimado de su
resistencia, resolvió enseñarle a la esposa el calendario, es decir, los días que por
respeto tanto hombres y mujeres debían abstenerse de practicar el acto sexual. Allora, los
más rápidos de resolver eran —Contó con los dedos—: las cuatro semanas antes de
Cuaresma, las noches de los Apóstoles y la de cientos de santos más. Viernes,
sábados y domingo del Señor, los días de Cuaresma, ciertas fases de la luna, y
muchas otras excepciones, pensando en que uno se toma un respiro para hacerle el
amor a su pareja del mismo modo en se toma el tiempo para defender un caso en la
corte.
Sungmin lo miraba perplejo. Pero aún más desconcertante era el extraño escalofrío
que sentía.
—¿Y entonces?
—El buen juez continuó así durante un tiempo, sin privarse del mal humor por
parte de la dama. Un día, durante el transcurso del sofocante verano, él decidió ir a
navegar y pescar en las costas de su adorable propiedad cerca de Monte Nero, donde
podía disfrutar del aire puro. Habiendo ocupado un bote para él solo, ubicó a la
mujer y a sus doncellas en otro. La excursión de pesca resultó encantadora, y así
entretenido con su diversión no se dio cuenta de que el bote de la dama había
terminado en el mar a la deriva. Cuando de repente —hizo una pausa de manera
dramática—, apareció un barco de remos comandado por Paganino da Mare, un
famoso pirata de sus tiempos. Tomó el barco con las damas, y no bien vio a
Bartolomea la deseó de inmediato. Decidió quedarse con ella, y como lloraba
amargamente él la consoló con ternura, durante el día con palabras, y cuando llegó la
noche... con hechos. Pues él no pensaba en calendarios ni prestaba atención a las
fiestas ni a los días laborables.
Absolutamente consciente del rápido latido de su corazón, ella le preguntó con
suavidad:
—¿Y qué hizo el buen juez?
—Al haber sido testigo del secuestro, él se encontraba profundamente afligido,
pues era del tipo de personas que celaba hasta el aire que rodeaba a su mujer. En
vano se encaminó hacia Pisa, lamentando la maldad de los piratas, aunque no tenía
idea de quién se había llevado a su esposa ni hacia dónde.
—¿Y lady Bartolomea? —insistió Sungmin.
—Olvidó por completo al juez y a sus leyes. Vivió muy alegremente con
Paganino, que la consolaba día y noche y que le rendía honores como si fuera su
esposa.
Sungmin parpadeó:
—¿Eso es todo? ¿Así termina? ¿El esposo se olvidó de ella?
—No. Un tiempo después, Robert se enteró del paradero de su esposa. Se
encontró con Paganino y astutamente se hizo amigo del pirata. Fue entonces cuando
le reveló el motivo de su visita y le imploró a Paganino que aceptara cualquier suma
de dinero a cambio de recuperar a su mujer.
—Y, por supuesto, Paganino aceptó —replicó Sungmin, clavándole una mirada
furiosa al hombre que tenía enfrente—. ¿Qué iban a importarle los
sentimientos habiendo oro de por medio?
—Paganino no aceptó —recalcó Kyuhyun—. Por respeto a ella, le dijo a Robert: "Te llevaré donde está y si desea marcharse contigo, entonces podrás poner
tú mismo el precio de la recompensa. Sin embargo —agregó con un tono de voz más
grave—, si ese no es el caso, me causarías un gran daño al apartarla de mi lado, pues
ella es la mujer más adorable y deseable, la que me robó el corazón y yo..."
A Sungmin le subió un calor:
—¿Cuál fue la respuesta de Bartolomea? —se apuró a preguntar.
—¿Cuál sería la vuestra, Minnie?
Hasta ese momento, Sungmin no se había dado cuenta de lo zorro que él era. El
objetivo de la historia no era contarle lo que sucedería o no; sino tratar de abrirle la
mente a posibilidades, elecciones, hacia extraños giros del destino...
—El esposo tenía poco que elogiar y Paganino era un mercenario. Si estaba
dispuesto a aceptar el oro en compensación de un corazón roto, entonces no la amaba
de verdad.
—¿Y si Paganino hubiese rechazado el oro? —insistió Kyuhyun en un tono grave y
seductor—. Vos no escogisteis a ningún hombre, Minnie.
Sungmin desvió la mirada.
—Os pido que terminéis con este tonto juego que habéis tramado...
—Yo no lo hice —Sonrió Kyuhyun—. Giovanni Boccaccio, que vivió en Florencia hace
siglos, lo hizo para entretener a los amigos que le quedaban cuando la Peste Negra
devastó Italia. Pero como me lo habéis pedido con tanta gentileza, os contaré el final.
La mujer le dijo al esposo: "Puesto que me he topado con este hombre con quien
comparto este cuarto con la puerta cerrada los sábados, viernes, vigilias y los cuatro
días de Cuaresma, y aquí se sigue trabajando día y noche, te diré que si les hubieras
otorgado tantos días de fiesta a los empleados de tus haciendas, como lo hiciste con
el hombre que se suponía tenía que trabajar mi pequeño terreno, no habrías
cosechado ni un solo grano. Pero como Dios es un considerado testigo de mi
juventud y así lo deseó, mi suerte ha cambiado. Tengo intención de quedarme con
Paganino y trabajar mientras aún sea joven y dejar las fiestas y ayunos para cuando
sea mayor. En cuanto a lo que a ti respecta, ve a celebrar todos las fiestas que tengas
ganas, pues por más que te exprima por completo no te cae ni una gota de zumo".
Ruborizado de la furia, Sungmin se mordió el labio.
—No demasiado admirable viniendo de alguien casada, ¿verdad?
—La mujer prefirió al amante.
—¿Entonces el sacramento del matrimonio os parece tan insignificante? —
preguntó Sungmin.
Una chispa de rabia iluminó los ojos de Kyuhyun.
—Todo lo contrario —dijo bajo con voz áspera—. Conservo el mayor respeto
por los sagrados votos del matrimonio, pero no soy tan tonto como para caer en la
trampa. Caer en el adulterio es una diversión común para los casados de alta
cuna.
—¿Entonces preferís asumir el rol de seductor?
—Uno sólo puede seducir si alguien desea ser seducido.
Interesante, pensó Sungmin. A juzgar por la reacción de Kyuhyun, sospechaba que alguna
vez le habían sido infiel.
—¿Quién es Kangin, Sungmin?
Esa pregunta lo tomó completamente por sorpresa.
—¿Qué? ¿Cómo...? ¿Quién os ha hablado de él?
—Vos —Sacó del bolsillo un diario sospechosamente conocido, abrió la tapa y
leyó: «A mi querido Kangin, que está en el sitio más preciado de mi corazón. Extraño tu
dulce rostro y todo lo maravilloso que hay en ti. Mientras tomo un baño de sol,
recuerdo los días de ocio que pasábamos a orillas de...». Vuestras lágrimas borraron
los renglones que siguen —Lo miró con reproche.
—¡Mi diario de viaje! —Furioso, Sungmin se inclinó sobre la mesa para arrebatárselo
de las manos, pero Kyuhyun lo sostenía bien fuera de su alcance—. ¡Devolvédmelo! ¡Es algo privado y vos lo robasteis!
—Mi querido Minnie—dijo Kyuhyun con un gruñido—. Vuestro diario humilla al Arte de
amar, de Ovidio.
—¿Cómo os atrevéis? El libro de Ovidio es... indecente. Mi diario no es... — Sungmin
frunció los labios—. ¿Tenéis el descaro de leer algo privado y esperáis que os dé una
explicación? ¿Dónde lo encontrasteis?
—Me lo trajeron mis hombres. Lo encontraron en vuestro camarote mientras
sacaban los arcones.
—¿Registraron todo mi camarote? —Agrandó los ojos de la incredulidad—.
¿Qué es lo que esperabais descubrir: misivas secretas enviadas a Francia?
—Fue un malentendido. Entonces, ¿quién es él, Sungmin? ¿Vuestro amante? —
exigió Kyuhyun.
La sonrisa silenciosa de Sungmin lo enfureció aún más; Kyuhyun pareció sentirse culpable.
—Pobre Jungmo —dijo enojado—. Un cornudo y ni siquiera está casado aún.
Qué ingenuo de mi parte, yo que creía que erais un niño inocente, demasiado puro
para mancillar con mis sucias y malvadas manos. ¡Vos no merecéis ni el respeto de
un cortesano profesional!
El intenso resentimiento que hervía en sus ojos a Sungmin le causó gracia.
—Cualquiera diría que es a vos a quien le pusieron los cuernos, y no a vuestro
enemigo. ¿No os parece absurdo? ¿O tal vez es que estáis celoso? ¿Os duele
imaginarme enamorado de otro aunque no seáis mi prometido?
—Le doy gracias a Dios no ser vuestro prometido — masculló Kyuhyun con enfado—,
de igual modo le entregaré esto, para prevenirlo de la verdadera naturaleza de su
futuro esposo.
—Hacedlo, por favor — Sungmin lanzó una carcajada ante la expresión perpleja de
él—. No tenéis idea de lo tonto que os veis, teniendo en cuenta que... Kangin es mi
hermano.
Aquello lo tumbó.
—¿Vuestro hermano?
Deslizó lentamente el diario sobre la mesa. Sungmin lo cogió:
—Kangin es mi hermano pequeño. Falleció hace cinco años, en un duelo absurdo y
trágico.
Kyuhyun se mostró torpemente arrepentido:
—Mis condolencias. ¿Él era vuestro único hermano? ¿Y vuestros padres?
—Fallecieron cuando yo tenía doce años. Mi abuelo se hizo cargo de nosotros —
¿Por qué razón le estaba contando a este pirata la historia completa de su vida? La
respuesta lo excedía.
—Debéis de haberos sentido solitario —recalcó él sin dejar de mirarlo a la cara.
—Solitario no. Solo. Pero tenía a Kangin y a Jungmo cuando regresaban a casa
después de la escuela.
—¿Jungmo era amigo de vuestro hermano?
—Eran excelentes amigos. Así que ya imaginaréis lo imbécil que os veíais
presentando esta insignificante e inculpatoria evidencia de infidelidad hacia
Jungmo —Sonrió Sungmin.
Kyuhyun se movió incómodo.
—Jamás tuve la intención. Lo siento. Por favor, disculpad mi torpeza.
—Disculpo vuestra torpeza. ¡Lo que no os disculpo es haber leído mi diario
privado! ¡No teníais ningún derecho a curiosear! Debisteis haberlo devuelto en
cuanto os percatasteis del error.
—Quizás debí de haber contenido mi curiosidad —admitió Kyuhyun, no sin una clara
muestra de su orgullo—. Estoy dispuesto a compensaros por ello. Decidme cómo.
Sungmin lo miró de manera circunspecta:
—Liberadme de comer con vos mañana: el último día juntos.
Kyuhyun se puso tenso:
—No.
—No podéis elegir la compensación que os convenga —masculló Sungmin.
—Pedid otra cosa.
Sungmin contempló la postura implacable de la mandíbula de Kyuhyun, el brillo decidido
de sus ojos y dijo:
—No.
La irritación le atravesó el rostro:
—D'accordo. Va bene. Tendréis vuestro deseo.
—Gracias —Cuanto menos tiempo pasara en compañía de aquel italiano
despiadadamente seductor sería mejor, se dijo así mismo.
—Vuestro abuelo parece ser muy condescendiente en lo que concierne a su
nieto —afirmó Kyuhyun al cabo de un largo rato de silencio—. ¿Sabe que habéis leído a
Ovidio?
El motivo por el que Sungmin estaba familiarizado con la obra del poeta romano era
la excéntrica perspectiva de su abuelo con respecto a la educación. A
ningún joven refinado se le tenía permitido leer lo que el había leído.
—Vos habéis leído a Ovidio. ¿Por qué no habría de hacerlo yo? —señaló Sungmin de
modo cortante, irritado por tener las mejillas encendidas de nuevo.
—Y por cierto, ¿por qué —Kyuhyun rió burlonamente—, cuando el motivo por el que
los hombres prohibieron a sus esposos mejorar su educación surge del temor y la
estupidez? Ustedes ya han ejercido tanto poder sobre nosotros los pobres
hombres que nos aterra el hecho de pensar que una vez que sepan todo, nos tendrán
absolutamente a su merced.
Aquel comentario mitigó la actitud hostil de Sungmin y se descubrió sonriendo de
nuevo.
—Me resulta difícil imaginaros de rodillas ante nosotros.
—Os sorprenderíais —La profunda sonrisa que le lanzó Kyuhyun lo estremeció por
completo.
Sintiéndose tímido y al mismo tiempo decidido, dijo:
—Lo único que escuché sobre vos es robo, tortura y asesinato. Decidme una
sola cosa que no sea un rumor malintencionado.
—¿Por qué pensáis que no son más que rumores malintencionados y no la
verdad? —quiso saber Kyuhyun, divertido.
Decepcionado ante la fácil evasión de Kyuhyun, Sungmin respondió:
—He compartido cuatro comidas con vos y aún no os he visto comer órganos
humanos crudos ni succionar sangre fresca.
Kyuhyun rompió a reír libremente, a todo pulmón.
—¿Es eso lo que habéis escuchado decir sobre mí? Hete aquí, secuestrado de un
mundo de decencia y refinamiento y forzado a compartir la comida con el monstruo
del pozo negro.
—Vos no sois de los bajos fondos. Sois sumamente bien educado, vuestros
modales (cuando os conviene) son excelentes, vuestros gustos son caros...
—Cualquier persona con un buen ojo puede experimentar el gusto por las
mejores cosas de la vida. El hecho de que no sea vizconde... —hizo un ademán
exagerado con la mano—, no significa que sea un analfabeto. Leer es un método
conveniente para pasar el tiempo en el mar, Amore.
Esas tiernas palabras cariñosas que pronunciaba en italiano le hacían
tamborilear el corazón.
—Es más que eso —dijo Sungmin —. Es el modo en que os desenvolvéis, sois... —
Buscó en la cabeza la palabra precisa—: Principesco.
Hubiera jurado que él se estremeció, pero al hablar, lo hizo con voz serena y
monótona.
—¿Esta es vuestra deducción después de dos días de observación? Sungmin:
príncipe o mendigo, bueno o malo, nada de eso tiene importancia en este mundo. La
cuestión es lo que el destino nos tiene preparado y lo que nosotros elijamos hacer con
eso. Yo elijo mi camino, porque esto es lo que soy. Un hombre cuya lealtad depende
de sí mismo.
—Y sin embargo defendéis el reino contra la tiranía francesa —señaló Sungmin. Y
recitó en voz baja—: «Un bandido cual león que ronda el Líbano. Su hogar, un filoso
pedernal, y en la cima de un risco se yergue un leopardo con manchas cual guardián,
pues él es un hombre de linaje, un hechicero que hasta los salvajes temen». Vos no
venís de un mundo igual al mío, pero sí vivís en un sitio solitario —La
vulnerabilidad que Sungmin percibía en su mirada lo afectó del mismo modo que
evidentenemente Sungmin había afectado a Kyuhyun. Kyuhyun había escogido ese camino como
desquitándose de... algo, y Sungmin tenía la sensación de que se sentía enjaulado en el
mundo que él mismo se había creado, del mismo modo que él se sentía en el
mundo en el que había nacido.
Kyuhyun se acercó:
—Vos no me teméis, ¿verdad? Pero deberíais hacerlo, Sungmin. Aunque sois
capaz de ver cosas que los demás no ven, sois demasiado ingenuo para
comprenderlo.
La voz de Sungmin sonó como un susurro vacilante:
—Explicádmelo.
—Es tarde —Kyuhyun se puso de pie y se acercó para ayudarlo con la silla—. A vuestra
criada se le debe de haber metido en la cabeza que he abusado de vos de manera
abominable y me perseguirá con su lengua letal.
Al asirlo del brazo, Sungmin percibió una aguda tensión que latía debajo de esa
gélida apariencia. No lo miraba a los ojos, se había vuelto muy frío y distante. Tenía
la vista puesta en el suelo.
—Mi flor.
Kyuhyun se adelantó. Al enderezarse para ofrecerle el tallo, sus miradas se
encontraron. La transformación en Kyuhyun fue inmediata y fascinante. La mirada
hambrienta, el intenso deseo que irradiaba: lo vio como un merodeador salvaje en
plena caza nocturna, con los instintos aguzados y con la presa totalmente a su
alcance. Habían quedados atrapados en ese preciso instante en que el leopardo se
abalanza para matar.
Él sentía deseos de besarlo, se lo indicaba su intuición. Posaría los
labios sobre los suyos como ningún hombre jamás lo había hecho, ni siquiera Kim Jungmo. El corazón le latía salvajemente. El tiempo se alargó. Sungmin sentía una atracción
tan fuerte que todo su ser esperaba ese beso...
—Cambiad de idea con respecto a la cena de mañana —le imploró con tono
suave.
Decepcionado por la repentina retracción por parte de Sungmin y furioso consigo
mismo por sentirse de ese modo, Sungmin respondió de modo conciso:
—No lo creo. Nada bueno resultará de eso.  

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