Capitulo 42

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El combate se propagó por toda la ciudad causando caos y destrucción. El suelo
no era apto para la operación de la caballería y el conflicto se convirtió en una brutal
masacre. Cada metro era ganado con un enorme esfuerzo ante un enemigo
perseverante. Justo en el centro de la pelea, Kyuhyun lanzaba cuchillazos a diestro y
siniestro, haciendo cortes a cualquiera que se interponía en su camino. De ahí en
adelante, todo se tornó borroso. Lo invadió un frío interior endureciéndole el
corazón, entumeciéndole los pensamientos. La sensación no le resultaba
desconocida. Ese modo de separar cuerpo y mente cuando la situación se tornaba
muy mala, cuando su consciencia rehusaba aceptar el horror que él mismo causaba,
cuando su brazo casi se rendía, cuando la sangre y el sudor le bañaban el rostro,
cuando gritos de dolor penetraban su razón y aun así él los ignoraba, y cuando
enfermo de muerte le rogaba a Dios que se apiadara de su alma, sabiendo que no
merecía nada.
* * *
El frío y oscuro interior le hicieron pensar en el reinado del que apenas había
escapado ese día. Velas conmemorativas titilaban en rincones alejados, elevando las
almas de los muertos más y más alto hacia el cielo. Cincuenta y dos enormes pilares,
decorados con santos y profetas, se erguían para crear un ambiente de grandeza. Su
gran antepasado, el duque Gian Galeazzo Visconti, había construido ese edificio
gótico como símbolo de poder; pero para Kyuhyun el Duomo simbolizaba otra cosa
completamente distinta.
Con los ojos rojos del agotamiento y las botas resonando firmemente en el suelo
de mármol, descendió hacia la oscura cripta. Un profundo sentimiento de paz y
desamparo se mezclaban en su corazón. Había regresado, aunque no a la vida plena
y opulenta de la que había disfrutado allí anteriormente, sino a una tumba fría e
inánime.
Palpando el camino en la oscuridad, encontró la primera losa, un ataúd fijo de
fría inmortalidad: la tumba del primer duque Sforza, SiKyung. Sólo algunas
personas sabían que su hijo, Cho Younghwa, el quinto duque de Milán, compartía el
mismo ataúd, en lugar de haber recibido uno que llevara su nombre, de tal manera
que en la posteridad no se lo iba a poder mostrar diciendo: «Aquí yace el duque
Younghwa, asesinado por sus propios cortesanos». El padre de Kyuhyun fue asesinado por su
propio hermano.
Él se tropezó con bloques de mármol con ilustres nombres grabados en relieve,
se movió a tientas, hasta que finalmente distinguió otra tumba, una que antes no
estaba allí. Pasó los dedos por encima de la suave piedra, buscando cuidadosamente
algo grabado. Cuando los dedos detectaron lo que allí había grabado en latín, él cayó
de rodillas y apoyó la mejilla en el frío y duro mármol. Con la garganta oprimida,
susurró:
—He regresado, papá. Estoy en casa.
* * *
Octubre en Lee era cálido dorado y castaño rojizo. Mientras pasaba un
apacible anochecer en la biblioteca, Sungmin contemplaba las llamas que bailaban en el
hogar al tiempo que su abuelo hojeaba The Gazette. Seis meses habían pasado desde
que habían regresado de Francia, y él pensaba en el vino de Málaga, la salada brisa
del mar y en flores de color rojo encendido. Cerró los ojos y soltó un suspiro desde el
corazón.
—Ha conquistado Milán, ¿sabes? —afirmó el duque, observándolo preocupado
con aquellos gélidos ojos y a su vez, dando una breve vista a su vientre en donde ya se podía notar que su pequeño estaba creciendo a diario, y que, a pesar de todo, estaba haciéndolo bien.
Sungmin no quería hablar de Kyuhyun. No quería escuchar mencionar su nombre. Aunque
ya había pasado por ese loco deseo, el dolor visceral, la opresión del corazón, los
pensamientos de Kyuhyun se reservaban estrictamente para sus momentos de privacidad
al anochecer en su cama, cuando las lágrimas hirviendo rodaban hasta que se
quedaba dormido.
—Los refuerzos franceses llegaron demasiado tarde — continuó el duque—, y
ahora él está desterrando del país el resto de fuertes franceses. Milán es de nuevo un
ducado, aunque no formalmente todavía.
Sungmin frunció el ceño.
—¿Por qué no? ¿Es que los milaneses no lo proclamaron duque inmediatamente
después de la batalla?
—Lo hicieron, pero él pospuso la ceremonia de coronación.
Sungmin se tocó el pesado medallón escondido en el interior de sus ropas. Si Kyuhyun lo
necesitaba, vendría. Pronto. El temor y la expectación le aceleraron el pulso. Él
debía entregárselo a su hermana, pero, ¿lo haría? Se moría tanto por volver a arder...
aunque eso lo destruyera por completo, para siempre.

* * *

—Una delegación de condes está solicitando audiencia, monsignore.
Kyuhyun levantó la cabeza de una pila de papeles y se frotó los ojos cansados. Le
frunció el ceño al secretario que asomaba del otro lado del macizo escritorio.
—¿Una delegación de condes? ¿Qué condes?
—El Consejo Privado, monsignore. Desean felicitar a Su Alteza por su victoria y
daros la bienvenida a casa.
De modo que esos bastardos hipócritas y lameculos se encontraban allí para
reparar sus faltas. Kyuhyun sonrió con malicia:
—Que pasen, Passero, pero asegúrate de que sepan que estoy de mal humor.
—Muy bien, monsignore —Passero ocultó la sonrisa y se retiró haciendo una
reverencia.
Kyuhyun sabía que los intrigantes condes eran los que habían enviado aquellos
asesinos a su tienda; sin embargo, les perdonaría la vida. ¿Por qué? Porque los
necesitaba. Porque compartían la sagrada misión de curar y reconstruir juntos la
nación. Al igual que curar sus propias cicatrices personales...
Se sirvió una copa de coñac y miró por la ventana. Los muros marrones rojizos
del castillo sembraban en él una intensa sensación de pertenencia, algo que no había
sentido casi en dos décadas. Bebió su coñac de pie, esperando a que entraran los
condes. De ese modo, cuando esas comadrejas inclinaran sus maquinadoras cabezas,
se sentirían verdaderamente humillados. Por primera vez en su vida, por un breve
instante, Cho Kyuhyun de Sforza estaba a punto de obtener una inmensa satisfacción
del poder que el prestigio y la sangre real le proporcionaban.

Y se regodeó.
... Con arrepentimiento que se desahoga con lágrimas.
Dante: Purgatorio.  

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