Capitulo 41

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El cortejo fúnebre comenzó al anochecer del día siguiente. Un sendero de
antorchas subía serpenteando hasta la ciudad sitiada, monjes vestidos con sotanas
negras cargaban los restos del asesinado príncipe de Milán, pidiendo entrar por la
Porta Romana. Su único deseo era que les permitieran depositar los restos del último
de los príncipes Cho de Sforza para que descansara junto a sus antepasados en la enorme
lápida fría de la catedral de Milán.
El capitán de la guardia lo consultó a sus supervisores. Durante todo el día, el
rumor de que el príncipe Kyuhyun había sido asesinado en su cama del ejército se
había extendido por toda la ciudad cual peste negra. Ahora el rumor estaba
confirmado: Cho Kyuhyun de Sforza estaba muerto. Los centinelas del muro
observaban cómo el campamento del enemigo era levantado estaca por estaca. La
ausencia de doscientos hombres pertenecientes a las fuerzas enemigas pasó
completamente desapercibida. Estaba demasiado oscuro y valía aún menos la pena
investigar los troncos de árbol que flotaban por los canales del sur hacia la ciudad. En
las líneas de circunvalación, donde las rejas de hierro filtraban la basura del agua, los
troncos permanecían inertes en los viaductos, golpeando contra los barrotes.
—Toma mucho aire —le dijo Kyuhyun al hombre que formaba equipo con él dentro
del tronco de árbol ahuecado—. Tenemos una larga zambullida por delante.
Lo único que Minho vio fue un destello blanco en contraste con una bruñida piel
morena y unos ojos brillantes que titilaban cual diamantes.
—Es todo o nada —dijo antes de que se sumergieran en la profunda oscuridad.
El agua estaba helada, nutrida de los glaciares de los Alpes. Sólo la desbordante
fuerza de sus extremidades pateando y abriéndose paso por la líquida oscuridad
inyectaba calor en las corriente sanguínea de Kyuhyun. Que Dios lo ayudara si el sistema
de riego que él había dibujado de memoria estaba equivocado: doscientos de sus
hombres se ahogarían. Se resistió a pensar en ello y nadó más rápido. Nadaron varios
metros, las siluetas oscuras, navegaban con las manos a lo largo de las mugrosas
paredes del muro. Cuando al final salieron a la superficie para tomar aire, tenían las
caras casi azules. Con los pulmones ardiendo, Kyuhyun dio gracias en silencio y salió del
agua de un impulso. Estaban del lado de dentro del Muro Español.
Otros grupos emergieron a la superficie. Algunos entrarían en la ciudad,
reducirían a los centinelas y abrirían las puertas. El resto se infiltraría por los
pasadizos del muro, barrerían con armas y hombres y las fuerzas se unirían afuera,
donde yacía una formidable batería de cañones. Para ese entonces, calculaba Kyuhyun, su
ejército supuestamente habría levantado el campamento y se habría retirado del
campo de batalla.
Volvieron a dividirse en parejas y atravesaron los intrincados y oscuros
corredores de la muralla. Descalzos y chorreando agua, Minho y Kyuhyun se desplazaban
cual fantasmas. Detectaron un par de centinelas, avanzaron lentamente, le taparon la
boca a cada guardia y los silenciaron para siempre. Continuaron así,
sistemáticamente hasta encontrarse con las otras parejas de compañeros en las
almenas, donde inhabilitaron las armas. Para cuando Kyuhyun cogió una cuerda segura y
se deslizó por el lienzo de la muralla, franjas doradas formaban estrías en el cielo del
este. Se puso en cuclillas para calzarse las botas, que traía amarradas a la espalda, y
marchó hacia la línea de cañones.
—¡Misión cumplida! —lo recibió Suho—. Todos están cargados y listos para
disparar, encantadores monstruos de hierro. Y como vos dijisteis, están apuntando
en otra dirección. ¡Hacia su propia muralla!
Kyuhyun examinó la larga línea de contravalación que apuntaba hacia el lado
equivocado.
—Buen trabajo, Suho. Ahora levantemos a los muertos —Esperó a que todo el
equipo llegara y tomara posición detrás de las armas. Levantó la mano—. ¡Fuego! —
gritó al tiempo que el Muro Español se derrumbó estrepitosamente.
La ciudad volvió a la vida con el ruido de cientos de armas retumbando a la
vez, de paredes derrumbándose y polvo levantándose tan alto como el amanecer en
el cielo. El pánico y el alboroto se apoderó de las calles: los oficiales gritaban a todo
pulmón, los soldados desaliñados salían en tropel de los cuarteles. Todos salían en
desbandada hacia el sur, hacia el origen de la devastación y se detenían.
Boquiabiertos, se quedaban mirando hacia la frontera sur, donde en lugar de estar la
muralla fortificada de su ciudad había una pila de escombros en medio de una nube
de polvo. El daño que se había provocado del lado interior de la muralla era muy
poco, pero el efecto a la vista era horroroso. Luego la tierra tembló.
Como una plaga de langostas, el ejército de cuirassiers emergió desde el sur.
Montado sobre caballos de guerra armados, los cuerpos protegidos con hierro
ennegrecido, los flancos extendiéndose hacia el este y el oeste, llegaron a cientos, el
ruido de los poderosos cascos de los caballos como un rugido, pisoteando cada
brizna de hierba y blandiendo la bandera Cho de Sforza y una cruz roja sobre fondo blanco:
la insignia de Milán.
Los comandantes franceses improvisaron posiciones de batalla. Madres
preocupadas apremiaban a los niños a entrar a sus hogares y hasta el hombre más
fornido hubiera huido de no ser por la figura imponente que trepaba por encima de
los bloques derrumbados. Imperturbable ante la amenaza de salvas por parte de la
infantería francesa acuclillada al frente, Kyuhyun recorrió a los miles de rostros con una
mirada de halcón y levantó los brazos:
—¡Milaneses! —exclamó con una voz grave que llegó hasta los callejones más
lejanos—. ¡Ha llegado el momento de luchar contra la espada de los bárbaros,
levantar las armas y expulsar a las hordas extranjeras de Italia!
Los milaneses bramaron con éxtasis.
—¡Noble sangre latina! — Kyuhyun se dirigió a su pueblo—. ¿Cuánto tiempo
debemos sufrir esta opresión? ¿Cuánto tiempo permitiremos el copioso
derramamiento de nuestra sangre? ¡No creéis un ídolo en vano! ¡Por Dios! ¡Los
corazones que el soberbio y cruel Marte endurece y cierra se abrirán, se elevarán y
serán liberados! —Sacó la espada y apuntó al Duomo de marfil que brillaba bajo el
sol naciente.
Siempre listos, los milaneses sacaron las pistolas y espadas y emularon su
saludo.
La sangre de Kyuhyun corría espesa y caliente.
—«Italia mia! ¡Contra la furia bárbara, la virtud entrará en el campo de batalla e
interrumpirá la lucha. Fieles a su linaje, los corazones italianos demostrarán su poder
romano!».
La multitud se puso frenética, recitando a gritos las palabras junto con él,
vitoreando y agitando los puños. Los cuirassiers atacaron. Los mosqueteros franceses
dispararon. Los milaneses se abalanzaron. La batalla comenzó.
Changmin saltó junto a Kyuhyun empuñando el arma.
—¡Recuerda conservarte íntegro!
—¡Si tú eres el último sobreviviente —le gritó Kyuhyun por encima del tumultuó de
la batalla—, regresa a Sicilia, cásate con la muchacha campesina que ha estado
encendiendo una vela en la ventana por ti!
—¡A la orden, mi capitán! —Changmin sonrió abiertamente y se zambulló en el
combate.
Kyuhyun lo siguió. Bloqueó el ataque de un soldado francés, luego otro, sin prestar
atención a las granadas que estallaban y le escupían tierra y metal en la cara. Los
batallones enemigos abrían un fuego torrencial, pero el espíritu de los italianos era
fuerte y la batalla fue tenaz hasta el extremo.
Kyuhyun vio demasiado tarde la granada volando hacia donde él se encontraba.
Algo lo golpeó ruidosamente. Se golpeó con la cabeza en el suelo, pero no sintió
ninguna herida abierta.
—Eros... —El peso que le había caído encima gimió, tosiendo sangre. Kyuhyun
reconoció la voz al instante, y la cabeza castaña oscura ensangrentada. Minho yacía en un
charco de sangre, con la piel desgarrada... por la granada que había dejado que
impactara en él para salvarlo. ¿Por qué demonios había hecho algo tan estúpido?
—Minho — Kyuhyun se deslizó a un lado y le puso una mano debajo de la cabeza.
Apretó la herida abierta con la otra, sintiendo cómo se le salían los intestinos. Los
proyectiles seguían silbando cerca de su cabeza, pero él apenas los notaba—. Lo
hiciste bien, amigo mío, hasta el momento en que decidiste que mi vida era más
preciada que la tuya.
—Lo es —sonrió Minho débilmente—. Para Milán, y para toda Italia. Qué pena
que yo no viva para ver a nuestro país de nuevo unido.
—Lo harás, si ahorras energías —Aunque sabía que no había esperanzas.
Odiaba ver los signos—. Regresarás a Venecia, como siempre quisiste y abrirás ese
negocio...
—Nah. Muy aburrido —Minho rió y se ahogó en sangre. Gimiendo de dolor,
miró a Kyuhyun a los ojos—: Jamás imaginé que tendría a un príncipe como amigo y que
me aferraría la mano en el momento de mi muerte. Me concedisteis doce años de
libertad, Kyuhyun. No hubiera durado ni un año como esclavo en Argel.
—No me debes nada —insistió Kyuhyun. Se le retorcía el alma al darse cuenta de lo
que había impulsado a Minho a lanzarse entre él y la granada—. Jamás me lo debiste.
A Minho se le dificultó la respiración.
—Haced algo por mí—murmuró.
Kyuhyun tragó con dificultad.
—Lo que sea.
Violentos espasmos sacudieron el cuerpo de Minho y abrió los ojos con urgencia
repentina.
—Decidle...
Kyuhyun se endureció.
—¿Sí?
Una suave sonrisa se dibujó en los labios de Minho.
—Decidle que lo amáis —Y luego falleció.
Kyuhyun apoyó con delicadeza la cabeza de Minho en el suelo y le cerró los párpados.
Tenía la vista nublada. Una mano consoladora le apretó el hombro. Al levantar la
cabeza vio a Changmin y a Taemin parados junto a él. Ahora entendía por qué aún
no le habían disparado. Ellos lo estaban protegiendo.
—Quiero que lo enterréis en Venecia —dijo Kyuhyun, tragando el nudo que tenía en
la garganta—. Taemin, ¿podrías encargarte de que reciba la debida cristiana
sepultura? ¿Y que su familia quede bien atendida?
—Lo haré —prometió Taemin con voz ronca, con las lágrimas dejando finos
surcos en sus mejillas ennegrecidas.
Kyuhyun se sacudió y se puso de pie.
—Ahora vayamos a tomar la ciudad.  

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