Capitulo 35

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Asesinos y ladrones, bohemios, prostitutas, falsificadores y deudores habitaban
la prisión más siniestra de Europa: la Bastilla. Convivían en celdas mugrientas y
húmedas, encadenados, a merced de despiadados e insensibles carceleros. El aire
apestaba a hedor humano: a muerte, enfermedad y miseria que tomaban forma en los
espectrales ojos que asomaban por entre las hendijas con barrotes. Sungmin seguía a La
Villette, que bajaba por interminables túneles iluminados por antorchas; descendió
cientos de escalones y se estremeció ante los insalubres huecos.
—Diez minutos, Lord Lee —dijo el capitán cuando llegaron al fondo del
foso.
Un jorobado que gruñía, que parecía una bestia autóctona de aquella espantosa
guarida abrió la celda. La puerta se abrió haciendo un ruido metálico y las bisagras
medievales chirriaron. Sungmin entró. Al principio no percibió nada más que la
oscuridad. Al cerrarse la puerta de golpe, sintió unas manos fuertes que le aferraron.
El corazón le dio un vuelco violentamente.
—Sungmin —Unos cálidos labios suaves y conocidos le rozaron los suyos. El
deseo de responderle el beso era arrollador, pero se contuvo, sabiendo que si
demostraba algún indicio de calidez, Kyuhyun jamás le creería. Le estaría cavando su
propia tumba.
—El rey me envió aquí —dijo de manera impasible—. Afirma que has estado
preguntando por mí.
—Día y noche —Kyuhyun tenía el rostro cubierto de hollín, pero sus ojos aún brillaban
intensamente bajo la tenue luz de las antorchas filtrándose por entre los pequeños
huecos; su sonrisa era un sol—. Cielos, estás precioso —Le acarició los cabellos rubios
y le depositó otro beso en los labios—. Te he extrañado, ninfo. ¿Y tú, me has echado
de menos?
A pesar de lo sucio que estaba, Sungmin se excitó con su caricia. Se moría por
acariciarle los cabellos espesos y grasientos y devorarle la boca. Pero en cambio le
preguntó:
—¿Cómo has estado resistiendo?
La sospecha se notó en los ojos de Kyuhyun.
—Bien. ¿Y tú? Espero que las bestias de mi primo no...
—Tú llegaste a tiempo. Gracias. Parece que mi pequeña mentira al Papa te puso
en un tremendo problema. Kangta cree que te uniste a las Fuerzas Aliadas. Con
Marlborough y Saboya.
—Imagínate —Kyuhyun sonrió burlonamente.
—Programó una cita contigo y el verdugo de París para la próxima semana.
Kyuhyun vaciló.
—He decidido ceder ante el ultimátum de Kangta. Aceptaré su almirantazgo.
—¿Cómo? ¿Lo aceptarás como soberano? ¿Te convertirás en una marioneta
francesa y le servirás como capitán de su ejército? —le preguntó Sungmin horrorizado. El
pueblo de Milán lo recordará con odio y repugnancia—. Si haces eso —susurró Sungmin—,
jamás recuperarás tu país. ¿Por qué, Kyuhyun?
—Por ti. ¿Vivirías conmigo en Francia? —la voz sonó más grave—. ¿Como mi
esposo?
El corazón le latió con una fuerza brutal, y si no hubiese tenido los brazos de
Kyuhyun aferrados alrededor de la cintura él se hubiese desplomado en ese suelo
mugriento lleno de paja como un idiota pasmado.
—¿Tu esposo?
Kyuhyun se apretó a la mejilla de Sungmin.
—Estoy ansioso por darle a Kangta mi consentimiento, salir de este agujero
apestoso y hacerte el amor en una cama limpia. Tú y yo, Sungmin, esposos al fin.
En ese momento, Sungmin sabía sin lugar a dudas que prefería caminar sobre el
fuego antes de permitir que Kyuhyun sacrificara su principado. Verlo andar por la vida
castigándose por haber abandonado a sus paesani y apoyado a sus enemigos sería un
tormento mucho peor que renunciar a Kyuhyun por completo. Eso los destruiría a ambos
poco a poco. Él tenía que dejarlo. Por su bien. Echó la cabeza atrás.
—Lo siento. No puedo aceptar tu propuesta. No viviré en Francia.
Kyuhyun torció la boca en una sonrisa sarcástica.
—Entiendo tu aversión, inglese. Créeme, a mí tampoco me entusiasma la idea de
vivir aquí. Pero no será para siempre. Nos fugaremos a la primera oportunidad que
se nos presente.
—¿Y qué hay de las bodas según Lombardía? Sé todo acerca de las leyes de
Milán.
—¿De veras? Bueno, ahora no tiene importancia —se encogió de hombros de
modo descuidado—. La Ley de Lombardía se aplica a los príncipes reales de Milán,
no a marineros franceses anónimos y sin techo.
El dolor oculto de Kyuhyun a Sungmin le desgarraba el corazón, pero su determinación se
volvió más firme.
—¿No serás príncipe?
Kyuhyun lo abrazó con más fuerza, con una sonrisa llena de confianza y calidez.
—¿Sabes? A este ninfo con el que pienso casarme no le importa. Resulta que
supe que me ama —Kyuhyun buscó tranquilidad en los ojos de Sungmin y al verlo desviar la
mirada sutilmente se puso rígido del temor—. ¿Tienes... dudas?
—Bueno, más bien esperaba... —Ese era el momento para lanzar otra
andanada—. Kangta le aseguró a mi abuelo que si yo te visitaba, nos permitiría regresar
a Inglaterra. Partimos mañana.
Sus brazos cayeron a los lados del cuerpo.
—No te creo. Estás mintiendo. ¿Por qué?
Sungmin lo miró a los ojos.
—Porque tú tenías razón desde el principio. Aquella noche sí fui a buscarte en
respuesta a lo que me habías dicho. Quiero ser un principe, y si no es en Milán,
entonces en alguna otra parte.
El terror le atravesó la frente a Kyuhyun.
—Tú me amas.
Dominando las lágrimas, Sungmin le sostuvo la mirada sorprendido.
—Jamás lo hice.
Concretamente, Kyuhyun parecía dudar de su cordura, o al menos, de sus oídos.
—Debo de ser un verdadero idiota —susurró—. No... No estoy
comprendiendo...
La desdicha de Kyuhyun a Sungmin le retorció el estómago.
—Sí que entiendes. Simplemente te niegas a aceptarlo.
—¿Aceptar qué? —gruñó Kyuhyun con desánimo—. ¿Que la persona que me sacó a rastras
del foso del infierno, que volvió a unir los pedazos de mi alma, que durmió entre mis
brazos noche tras noche durante semanas, es una persona que ni siquiera reconozco?
¿Por qué eres tan desalmado?
Desalmado era una definición acertada, porque lo que a Sungmin le quedaba adentro
del pecho eran escombros.
Kyuhyun le cogió el rostro entre las manos y lo miró fijamente a los ojos.
—Sungmin, ¿no has pensado en la posibilidad de que podamos estar esperando
un hijo? ¿Nuestro hijo?
Sungmin parpadeó como parte de su perfecta actuación.
—¿Ahora te preocupa?
—Jamás me preocupó —Le sostuvo la mirada expresando más de lo que Sungmin
quería ver.
Sungmin cerró los ojos brevemente para recobrar la calma y luego le apartó las
manos y con tono áspero dijo:
—No hay tal bebé —Dejó que Kyuhyun lo despreciara. Que maldijera su nombre por
toda la eternidad. Al menos viviría para eso en Milán. Retrocedió y dio el golpe
final—: Ya me encargué de eso.
Las palabras de Sungmin lo golpearon tan fuerte como una almádena.
—¡Viniste a mí siendo virgen, Sungmin! ¿Cómo sabías cosas como esa?
Sungmin se estremeció ante la furia de Kyuhyun.
—Un virgen. No un idiota.
Kyuhyun lo cogió de los brazos con fuerza y lo sacudió brutalmente.
—¿Qué fue lo que hiciste con tu cuerpo? ¡Dímelo!
Parecía un muñeco de trapo entre sus manos. El desprecio que mostraban sus
ojos lo hicieron encogerse del miedo.
—Infusiones especiales —le confesó con tono inexpresivo—, que bebía hervidas
cada mañana.
Kyuhyun cerró los ojos, creyéndole finalmente. Lo soltó y se apartó de él.
Mentalmente, Sungmin sentía que estaba desmoronado, llorando a sus pies.
—Adiós, Kyuhyun.
Kyuhyun lo miró, como si fuera un leopardo negro con ojos feroces, con un mechón de
cabellos negro azabache caído sobre sus ojos. Se quitó la pesada cadena de
oro del cuello y le cogió la mano. Dominando la mirada vidriosa de Sungmin, le depositó
el medallón en la palma de la mano, acomodó la cadena y le cerró el puño.
—Consérvalo. Te lo has ganado. Es todo lo que cualquiera de los dos tendrá de
Milán.
Jamás volverás a verlo, le decía una vocecita dentro de su cabeza que lloraba
desconsoladamente. Con la espalda erguida, Sungmin se dirigió hacia la puerta y pidió
salir. La última mirada que le echó a Kyuhyun fue a través del hueco con barrotes de la
puerta de la celda. Kyuhyun lo miraba fijamente, y los hermosos ojos le brillaban
intensamente con lágrimas contenidas  

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