Capitulo 9

368 38 4
                                    

Capítulo 9

Sungmin estaba de nuevo en el camarote negro y púrpura. Eros cerró la puerta,
guardó la llave en el bolsillo y contempló el gesto hostil de su rostro. Tenía la piel
brillante del agua del mar. Los cabellos rubios le caían cual cascada sobre su rostro,
desordenados y húmedos. El traje color púrpura brillaba bajo la suave luz del
farol.
-Te ves hermoso usando mis colores, amore mio. Te sientan bien.
-Tus colores -dijo Sungmin con desdén-. Te enorgulleces de estos colores como
si fueras un noble caballero luchando contra los sarracenos en Tierra Santa, cuando
en realidad eres un hombre malvado y ruin.
Un músculo palpitó en la mandíbula de Kyuhyun. Los ojos dejaban traslucir la mirada
de un depredador herido. Desvió la vista y se dirigió hacia el mueble de las bebidas.
Descorchó una garrafa de coñac y sirvió una medida en una copa pequeña. Echó la
cabeza atrás y bebió todo el contenido de un solo trago.
La voz de Sungmin era eco de la escarcha de sus ojos.
-Llévame de regreso a Kingston. O la flota entera se abalanzará sobre ti y te
perseguirá hasta el fin del mundo. ¡Ni por un instante imagines que el vizconde
Jungmo abandonará a su prometido en manos de un pirata despreciable!
Eros inclinó la garrafa en la copa.
-¿Estamos hablando del mismo prometido que huyó en medio de la noche
porque prefería viajar por el mundo con dicho pirata?
-Sabes perfectamente que cambié de opinión en el último momento. ¡Me has
secuestrado! ¡Te pueden colgar por esto!
Kyuhyun le lanzó una mirada severa.
-¿Por qué no te vuelves nadando hasta Jungmo y se lo dices tú mismo?
Estoy seguro de que le hará gracia, como a mí. Una advertencia: el Caribe está
plagado de tiburones. Será mejor que nades rápido -Caminó despacio hacia el
espejo y dejó la copa sobre el tocador. Con un movimiento rígido se quitó la camisa y
se examinó el torso en el espejo.
La imagen de su cuerpo bronceado y escultural aún tenía el poder de
perturbarlo, pero el comportamiento de Eros esa noche le hizo reconsiderar qué tipo
de cosas estaban perturbándolo. Una extensa mancha de color carmesí apareció en el
vendaje blanco. La herida se le debía de haber abierto antes cuando el le había dado
un codazo en la costilla. Eros maldijo y vació la copa. En ese momento Sungmin entendió
el repentino apego al coñac. Los hombres ebrios tendían a ser viles y salvajes, aunque
este pirata ya lo era estando sobrio. ¿Cómo haría para arreglárselas con él tan
borracho?
-Esta vez no la curaré -le informó Sungmin-. No puedes comportarte como un
caradura y esperar gentileza a cambio.
-¿Y quién te lo ha pedido? -Vertió agua en una vasija y se lavó la cara.
Alisándose la melena oscura con los dedos húmedos, lo miró a través del espejo-:
Ponte cómodo. No irás a ninguna parte, Sungmin.
Sungmin se desabrochó la capa y la dejó caer sobre una silla.
-¿Qué es lo que intentas hacer conmigo?
Eros se ató los cabellos y volvió a mirarlo.
-Este humilde siervo te está llevando a casa.
Maldito sea.
-¿A casa?
-Casa. Inglaterra. Abuelo. ¿Te suena? -Se concentró en quitarse el vendaje.
Sungmin se preguntaba si aquella pesadilla sería su idea de retribuirle las tonterías
que le había dicho a Jungmo sobre él. Obviamente, lo había escuchado por casualidad.
-¡Un comentario no merece la destrucción de mi vida! Yo te he salvado de la
horca y de morir desangrado. Lo menos que puedes hacer es dejarme en libertad.
La irritación de Kyuhyun tomó forma de exasperación.
-No puedo liberarte, Sungmin. Ojala pudiera. A pesar de la pobre opinión que
tienes con respecto a mí, esto no tiene nada que ver con vengarme.
-¿Y entonces de qué se trata? -preguntó Sungmin bruscamente, y al instante supo
la respuesta-. Lo estás haciendo para ayudar a tu hermana -¿Cómo había podido
ser tan ciego, tan ingenuo?-. Me mentiste. Jamás tuviste intención alguna de
mostrarme los sitios de los que hablamos. Todo era una farsa.
-Yo no te forcé. Ofrecí una tentación y tú aceptaste. Estabas tan ansioso por
escapar de Jamaica como yo de sacarte de allí. Tú encontraste la nota y viniste detrás
de mí, ¿recuerdas?
-¡Yo confié en ti! -¿Cómo había podido malinterpretarlo tanto? ¿Cómo había
podido sucumbir ante sus falsos encantos? Él era cruel, y no porque blandiera
espadas y dagas mejor que nadie, sino porque era horriblemente astuto, furtivo como
un lobo y absolutamente privado de conciencia-. ¿Qué clase de mundo engendra
un ser sumamente fracasado, desprovisto de todo rasgo de humanidad?
Kyuhyun contuvo la furia sin parpadear.
-Este mundo, Sungmin. Este mundo.
-Qué triste para el mundo, y qué triste por ti. Tu mundo no vale la pena ser
explorado. Mejor me voy a casa.
-Sí, claro que lo harás.
La respuesta de él sólo le sirvió para reavivar su mal humor.
-¡Maldito hipócrita!
Eros suspiró.
-Es mí hermana pequeña. Yo hago lo que sea por ella. Lo que sea. Ella ama a
Jungmo y tú estabas en el camino. Nada personal.
-¿Nada personal? Para mí sí es personal, ¡bastardo! Se trata de mi vida, de mi
honor, de mis sueños que hiciste añicos. ¡Así que no te atrevas a decirme que no es
personal! Es absolutamente personal.
Kyuhyun se dio la vuelta y lo atrapó con su mirada, ojos negros brillantes.
-Como mi beso, que al instante se vuelve nauseabundo. Creo que esta noche
ambos vimos nuestras ilusiones hechas añicos.
Lo dejó atónito. ¿Realmente se habría ofendido cuando él rehusó a irse con él?
Sungmin podía fácilmente explicar lo que lo había hecho cambiar de opinión en la playa,
pero en un arrebato de venganza, escogió no hacerlo. Giró en redondo y
comenzó a caminar por el cuarto. Tenía que lidiar con esta nueva contrariedad. Su
abuelo le retorcería el pescuezo, justificadamente. Y Jungmo... el era su amigo y lo
había tratado como a un enemigo, creyendo que Eros era su salvador. Decidió apelar
a su sentido de la decencia una vez más, aunque sinceramente dudaba de que
poseyera alguno.
-Por favor, llévame de regreso - Sungmin sonaba absolutamente irritado-. Yo no
represento ninguna amenaza para la felicidad de tu hermana. Aunque no lo creas, al
marcharme les deseé buena suerte. Espero que se casen. Lo único que quiero es
disfrutar de un mes bajo el sol de Jamaica. Seguramente tú tienes cosas más
importantes que hacer que acompañarme a casa.
-Si te llevo de regreso, tu prometido no tendrá el coraje de casarse con mi
hermana. Él la ama, pero la considera inferior a él. Como tú a mí. Creer que huimos lo
inducirá a casarse con ella. Se sentirá traicionado, rechazado, deshonrado.
Considerará el hecho de casarse con ella como una venganza justa -Suavizó el tono
de voz-. Ella está enamorada de él, tú no. ¿Por qué habrías de estropearlo?
Eros tenía razón, y el hecho de saber que la respuesta de el a sus besos lo había
hecho llegar a esa conclusión, lo hacía sentir aún peor. Recordó los superlativos que
los caballeros de Jamaica había utilizado para describir a los Lobos:
feroces guerreros extremadamente astutos que provocaban un escalofrío en el
corazón de sus semejantes.
-Cuánto te habrás deleitado al verme desempeñar mi papel de ingenuo a la
perfección en tu astuto juego.
-No fue un juego.
-¿Entonces por qué tu hermana me advirtió que tú no eras lo que aparentabas?
Me imploró que me quedara en Kingston.
El músculo de la mandíbula se movió como triturando algo.
-Victoria me conoce bien. Debiste escuchar su consejo.
-De modo que no sólo eres un ladrón y un pirata; también eres pedante, otro
calificativo que sigue en la lista de tus destacadas cualidades - Sungmin continuó
deambulando por el camarote. Se detuvo en la puerta.
-Sabes que la puerta está cerrada con llave -le recordó Eros mientras se
examinaba el nuevo vendaje que se había puesto en la herida. No había detenido la
hemorragia, por lo que se lo quitó entero y puso el filo de la daga en la llama de la
vela-. Y si no fuera así, ¿qué magníficas vías de escape tenías en mente? ¿Nadar con
los tiburones o hacer uso de tus encantos con mis hombres? Créeme, Sungmin: correr
por cubierta con ese traje te llevará a provocar lo contrario de lo que esperas.
-Debe de haber un tipo decente a bordo de tu balsa, Caronte.
-Yo no contaría con eso. Mis hombres no han tenido a nadie en meses.
Estarían encantados de mantenerte a bordo durante una larga temporada.
Maldiciéndose por ser tan tonto, bajó la vista al cinturón de cuero, que
descansaba sobre el sillón como por descuido. Tenía el soporte para las pistolas. De
manera audaz, Sungmin tiró de una de las armas y apuntó a la fibrosa espalda parada
frente al espejo.
-Da la vuelta la embarcación. ¡Ahora!
Eros dejó caer la daga y se giró para hacerle frente. Ante los ojos de Sungmin, se
transformó de un hombre cansado, herido y algo ebrio; en un merodeador nocturno.
Su expresión reflejaba fría templanza. Comenzó a acercarse a Sungmin, evaluando a la
presa en silencio con ojos brillantes.
-Baja el arma, Sungmin. No sabes cómo usarla y puedes hacerte daño a ti mismo
en tu intento por dispararme.
-No quiero dispararte, pero tú mismo provocaste esta situación -balbuceó
Sungmin mientras retrocedía-. No puedes moldear mi vida a tu antojo. Lo que yo haga o
adonde vaya será decisión solamente mía -Miró el arma plateada que tenía entre las
manos y movió un dedo tembloroso para montar el martillo. No era un experto en
disparar, pero sabía cómo utilizaban los hombres de guerra aquella maldita cosa. Si iba o no a tener el coraje de apretar el gatillo ya era otro asunto.
Kyuhyun avanzó lentamente hacia el.
-No me detestas tanto como para dispararme, así que sugiero que bajes el
arma antes de que te hagas daño o me obligues a hacer algo que sinceramente no
quiero hacer.
-Estás absolutamente en lo cierto. No te detesto. Te aborrezco -siseó Sungmin, pero
lo que realmente aborrecía era su miserable reacción ante el contacto con él. Incluso
en aquel instante seguía sintiendo el estremecimiento que siempre lograba
provocarle su cercanía-. ¿Por qué tienes que ser tan bajo y mentiroso? Me utilizaste.
Manipulaste mis sentimientos. ¿Realmente eres despiadado? ¿Sólo finges ser
humano? -Las lágrimas le inundaban los ojos.
Eros se detuvo. Su mirada punzante alternaba entre el rostro bañado en
lágrimas y la pistola, tratando de improvisar un modo de arrebatársela sin causar
daño a ninguno de los dos. Debió haber imaginado que hasta los hombres pacíficos
eran capaces de tomar decisiones atolondradas cuando se sentían acorralados.
-Si bajas el arma, reconsideraré la idea de llevarte de regreso a Kingston.
-¡Estás mintiendo! -Los nudillos se le pusieron pálidos alrededor de la culata
de plata-. No tienes ninguna intención de llevarme de regreso allá.
-Y tú no tienes ninguna intención de matarme -recalcó Kyuhyun con cuidado-.
Ambos lo sabemos.
-¡Tú no sabes nada! -Dolido y decepcionado, recordó el increíble beso
compartido en la playa hacía una hora. Decir que era un tonto era subestimarse; su
idiotez era de un grado despreciable. Levantó la mano que le quedaba libre para
secarse las lágrimas. Eros se adelantó con rapidez. El pánico se apoderó de Sungmin.
Incapaz de dispararle, se dio la vuelta y siguiendo un impulso disparó el cerrojo de la
puerta del camarote. Provocó una terrible explosión; unos brazos como de acero lo
envolvieron por detrás. Sobre cubierta se oyeron unos gritos sobresaltados. Sungmin miró
fijamente y con temor la puerta humeante. Junto a la cerradura apareció un hueco del
tamaño de un puño. Aquella noche, el no había tenido ni una condenada gota de
suerte.
-¡Obstinado tigreso salvaje! ¿En qué diablos estabas pensando? -Le gruñó
Kyuhyun al oído. Le sujetó la muñeca con fuerza y le arrebató la pistola de la mano. La
metió en la parte de atrás del pantalón con el cañón para abajo y lo hizo volverse
para que lo mirara de frente. Estaba furioso; sujetándolo de los hombros lo sacudió
con tanta fuerza que lo hizo echar la cabeza atrás mientras Sungmin lo miraba a los
ardientes ojos cafes fijamente-. Pudiste haberte hecho daño, Sungmin, ¿eres
consciente de eso? ¿Y si la bala impactaba en un metal en lugar de madera y
rebotaba? ¡Pudiste haberte matado, tonto temperamental!
Lo sostuvo fuerte del mentón y le examinó rápidamente la pálida piel hasta los
pies, asegurándose de que todo estuviera en orden. Sungmin lo miró boquiabierto,
sorprendido de ver auténtica preocupación reflejada en sus ojos. ¿Cómo era posible
que una persona fuera despreciable y considerada al mismo tiempo?
-Al diavolo! Estoy decidido a amarrarte al poste de la cama y mantenerte allí
hasta el final del viaje.
Unas pesadas botas venían corriendo a todo prisa por la escalera de cámara.
Alguien golpeó la puerta.
-Capitano, ¿qué ha pasado? -Changmin vociferó afuera. Sus compañeros
también expresaron preocupación.
-¡Nada! -respondió Eros bruscamente por encima del hombro de Sungmin. Lo soltó
y Sungmin se volvió a mirar la puerta cerrada. Un ojo apareció por el hueco, y afuera
alguien rompió a reír. Sungmin notó que el ojo que espiaba iba cambiando. La curiosa
pandilla del Wine137 se turnaba para espiar adentro del camarote. Eros se dirigió hacia
la puerta, se arrancó bruscamente la cinta que le sujetaba los cabellos y la metió en el
hueco, bloqueando la vista-. Va bene, monos, se acabó el chiste. Buonanotte.
-Buenas noches para vos también, capitano. ¡Si nos necesitáis, disparad! -Las
risas disimuladas y las palmadas en el hombro disminuyeron, mientras los tacones
de las botas se retiraban por el corredor, retornando a ocuparse de sus propios
asuntos.
Sungmin no era tan afortunado. Al encontrarse con los ojos furiosos de Eros y su
aspecto ceñudo se le aceleró el pulso. Esa noche había aprendido cómo se sentía ser
la presa de una pantera. Con una determinación espeluznante Kyuhyun se aproximó
precipitadamente. Sungmin pegó un grito y corrió a un lado, refugiándose detrás del
poste de la cama. Cautelosamente, lo observó a través de la cama de seda color
púrpura mientras Eros lentamente acortaba la distancia que los separaba.
Eros se detuvo ante el poste de la cama más cercano al que Sungmin estaba aferrado
y apoyó la mano en el poste esculpido.
-Me gustaría saber qué es lo que está pasando por esa tortuosa mente
que tienes. ¿Por qué diablos le disparaste a la puerta? ¿Creías que al atravesarla
vencerías el obstáculo para regresar a Jamaica? ¿O quizás no estabas dispuesto a
soportar ni un minuto más mi despreciable y humilde compañía? Bastaba una sola
palabra para que te instalara en un camarote privado. De hecho, en cuanto entregues
tus piedras púrpuras allí es precisamente donde te encontrarás.
Sungmin lo miró asombrado.
-No puedes quedarte con mis joyas, ¡bruto codicioso! Merecías que te hiciera
explotar la puerta. Ojala te hubiera disparado a ti.
Kyuhyun miró al techo, pidiendo paciencia en silencio. Chasqueó los dedos:
-Vamos. Entrega las malditas joyas y vete a un camarote aparte.
Sungmin entrecerró los ojos.
-¡Jamás!
-No puedes conservarlas a menos que no te importe pasar las próximas tres
semanas encerrado. Y lo mismo va para tu lindo traje color ciruela. No te tendré
desfilando por cubierta como un abundante menú, llamando demasiado la atención:
tener a mis hombres confundidos ya es extenuante, y encima tú me desairas en
cuanto tienes oportunidad. Todavía tengo algo de ropa vieja de cuando era niño.
Creo que te irá bien -Y ante la expresión atónita de Sungmin, le examinó la silueta
deliberadamente, demorándose en la cadera. Una sonrisa voraz se
le extendió en los labios-. Aunque quizás la encuentres ceñida en algunas partes.
Las mejillas se le tornaron de color rojo cereza.
-Ningún caballero se atrevería a hablar de ese modo.
Sonriendo de oreja a oreja, Eros cruzó los brazos sobre el pecho y se apoyó en el
poste.
-Jamás he pretendido ser un caballero. Demasiados impuestos que pagar. Yo,
tesoro, soy libre de hacer lo que me plazca, inclusive desvestir Principes poco dispuestos
-dijo arrastrando las palabras, relamiéndose mentalmente.
Sungmin le lanzó una mirada de desprecio.
-Puedes enrollarte esa lengua y meterla de nuevo en la boca. Puede que tú no
seas un caballero, pero yo sí soy un caballero puro y con clase.
Su sonrisa burlona se convirtió en otra de oreja a oreja.
-Más interesante aún.
Sungmin evaluó la situación, contemplando la posibilidad de esquivarlo. Tenía la
espalda contra la pared, hacia la izquierda había más muebles y atrás las portas
abiertas; la cama estaba hacia la derecha, y justo enfrente de él el mismísimo diablo.
Se adelantó un paso hacia Sungmin, torciendo los labios en una sonrisa abyecta.
-¿Buscando el modo de fugarte? En mi camarote casi no hay sitios donde
ocultarse. Entonces... por qué no entregas tu pila de joyas y damos esto por
concluido, ¿eh?
-¡Vete al diablo! -masculló Sungmin ante su expresión divertida.
-El diablo y yo nos llevamos muy bien. De hecho, somos muy amigos. A veces,
es difícil diferenciarnos -Se acercó más, dejándolo acorralado entre sus brazos y la
pared. Sungmin se estremeció. No de miedo. Estaba demasiado perturbado para sentir
miedo. A pesar suyo, lo que Sungmin sentía era un tremendo deseo de acariciarlo. Bajo la
tenue luz, su piel cual miel esparciéndose sobre los músculos firmes.
Eros lo observó. Debió de haber percibido el aire cargado entre ambos, pues su
sonrisa burlona desapareció y en su lugar, un ardiente deseo le oscureció los ojos. Le
hundió los dedos entre los cabellos, deleitándose con la sedosa abundancia.
-¿Qué voy a hacer contigo? -preguntó con voz ronca, atrayéndole más la
cabeza-. Eres terriblemente hermoso y yo estoy muy ebrio. Mi santidad está
pendiendo de un hilo.
A Sungmin el calor le recorrió todo el cuerpo desenfrenado. La voz sonó como un
susurro débil y quebradizo:
-Sé que eres muchas cosas, Eros, pero no creo que seas un violador.
Extendió la gran mano por el cuello y lentamente le recorrió el hombro
desnudo, acariciándole la piel.
-Pero ese es el problema, amore. No creo que vaya a ser violación.
Sungmin tragó saliva, maldiciendo esa conocida sensación que le subía por el cuerpo
en forma de espiral. En ese instante supo cómo se había sentido Eva en el Jardín del
Edén, cuando seducida por la serpiente cogió la manzana prohibida. Arqueó el
cuello y volvió la cabeza a un lado para evitar la tentación.
-Sí lo sería.
-¿De veras? -susurró el Lobo al tiempo que probaba su cuello, tragando el
perfume que Sungmin tenía adherido a la piel. Gimiendo suavemente, con la lengua y los
labios trazó una huella de fuego en el hueco vulnerable entre el cuello y el hombro.
Sungmin se quedó inmóvil, luchando contra el hechizo embriagador que lo hacía
entornar los ojos lánguidamente. Estaba combatiendo a dos enemigos poderosos, no
a uno: Eros, y la loca atracción que sentía hacia él. Sucumbir sería la opción más
pobre que jamás hubiera escogido. ¿Cuáles habían sido las palabras exactas de
Victoria? Sus conquistas amorosas siempre comienzan con lujuria y terminan con lágrimas.
Tenía que resistir. Si le interesaba conservar algo de su devastada autoestima, tenía
que resistir.
Le acarició los suaves labios rosados con un dedo:
-¿Por qué cambiaste de idea esta noche en la playa?
Sungmin le sostuvo la mirada, con su respiración rozándole levemente el pulgar.
-¿Qué importancia tiene ahora? De todos modos, jamás tuviste la intención de
llevarme a los sitios de los que habíamos hablado.
-¿Pensaste que te dejaría con otro hombre? Aunque mi hermana no hubiese
conocido a ese imbécil, yo hubiera hecho exactamente lo mismo. Jungmo no era el
hombre para ti, Sungmin, y en lo más profundo de tu corazón lo sabes -Le acarició los
labios con los suyos, dejando que sus cálidos alientos se mezclaran. El intenso olor a
coñac a Sungmin le embriagó la cabeza. Dios, cuántos deseos sentía de que lo besara, ¿pero
se detendría allí?-. Dime que no sientes lo mismo que yo, amore, y te dejaré tener tu
propio camarote esta noche.
Sungmin cerró los ojos sintiendo por anticipado cómo el beso le empañaba los
sentidos. el sí que quería tener su propio camarote, insistía una voz interior, pero sus
labios parecían incapaces de pronunciar las palabras.
Eros se inclinó sobre el cuerpo de Sungmin:
-Él te importa un comino -le susurró sensualmente en la curva de la
mandíbula-, es a mí a quien quieres, a pesar de mi espíritu malvado y mi lastimoso
origen humilde, y lo peor es que yo también te quiero a ti -Le rozó la mandíbula
suavemente con los dientes blancos-: Mucho.
Sungmin casi se derritió en el suelo. Con el corazón latiéndole con fuerza, se
apoyó contra la pared, embriagado por la intensa fragancia almizcleña que llenaba la
penumbra, que emanaba de ese vigoroso hombre que le bloqueaba los sentidos. Le
apoyó las manos en el pecho empujándolo levemente, deslizándolas con suavidad
por su piel sinuosa y aterciopelada.
-Quiero mi propio camarote -le susurró, sorprendido por el instinto de
preservación que aún poseía.
-No, no lo quieres -Le aferró la nuca y le selló los labios. Le llenó la boca con
la lengua, aunque la sensación era de invasión absoluta. Sungmin emitió un gemido a
modo de respuesta y antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, se entrelazó
alrededor de él sin querer soltarlo. Kyuhyun lo condujo meciéndolo hasta la cama y cayó
encima. Los besos se volvieron más y más suaves, dulces, haciéndolo sentir que era el
tesoro que él había estado buscando durante todo su miserable vida y, ahora que lo
tenía, no estaba dispuesto a renunciar a él. Sungmin se retorció debajo de él, horrorizado
por cómo se sentía, de cómo él lo hacía sentir.
-Eros... -dijo acariciándole la mejilla.
Kyuhyun se apoyó en los antebrazos. La melena renegrida se esparció sobre el rostro
de Sungmin; los ojos le brillaban como piedras preciosas.
-¿Cómo hemos llegado a esto, Sungmin? ¿Es que estábamos condenados a
convertirnos en amantes?
Nuevos indicios de pánico latieron en su cabeza. Sungmin sentía deseos de besarlo y
acariciarlo, ¿pero estaba dispuesto a arrojar su vida por la borda por un instante de
locura?
-Creo que... esto ha llegado demasiado lejos.
-No pienses -Le mordisqueó los labios, seduciéndole los sentidos, atizándole
el deseo habilidosamente.
Un sollozo de deseo le brotó de la garganta. El abismo de su alma clamaba por
él, ansioso por absorberlo hacia las solitarias cavidades de su corazón. Le acarició la
dócil melena negra y recibió las hambrientas estocadas de su lengua con suaves
ronroneos.
Eros se hizo a un lado colocándolo encima suyo. Le desabrochó el traje. De
manera experta, le desenlazó la ropa interior y luego se la quitó presionando fuerte
de los costados.
Los latidos del corazón le retumbaban en los oídos. Sungmin apenas pudo respirar o
pensar cuando Eros le quitó el resto de las prendas una por una, arrojándolas sobre
la alfombra. Cuando ya no llevaba nada puesto -salvo el ligero calzoncillo
de seda a la moda-, Kyuhyun volvió a rodar hasta quedar encima. Se extendió sobre los
muslos tersos y contorneados y acomodó las caderas contra la suavidad de Sungmin. La
parte delantera de los pantalones, dura como una roca le aplastaba la tela del calzoncillo y se roszaba fieramente contra su igual dureza, excitándolo de manera indescriptible.
-Santo Michele... -dijo Kyuhyun repitiendo los mismos pensamientos confusos de Sungmin, al tiempo que apretaba la boca ardiente contra los duros pero dulces pezones. Con los dientes mosdisqueo suave uno de sus firmes pezones...
Sungmin le enterró las uñas en los músculos de la espalda; arqueó el cuerpo,
avivando un profundo deseo ardiente. Aquella no era una seducción inofensiva. ¡Tenía
que detener esta locura! Estaba a punto de...
Eros se apartó bruscamente. Haciendo rechinar los dientes en una sarta de
improperios en italiano, con una expresión de debilidad. Cerró los ojos y respiró
fuerte. Sungmin se sintió aliviado y preocupado al mismo tiempo.
-Eros -Le enmarcó el rostro con las manos-. ¿Es tu herida? ¿Está sangrando
de nuevo? Déjame ver.
Kyuhyun abrió los ojos y lo miró de una manera indescifrable y firme. Le buscó por
detrás del cuello y le desabrochó el collar. Demasiado consternado como para
moverse o emitir una protesta, Sungmin sintió cómo le quitó el brazalete y los pendientes.
Cuando tuvo en sus manos la pequeña fortuna de el, se sentó. Deslizó las joyas en
el bolsillo, se pasó una mano por la cabellera y apoyó los codos en las rodillas.
Sungmin se quedó rígido y le miró furioso el perfil. Sintió un escalofrío que le
llegó hasta los huesos. Percibiendo su mirada, Eros levantó la cabeza. Parecía
asombrado de su propio ardid. Fría como el hielo, Sungmin levantó la mano y le dio una
fuerte bofetada en la mejilla.
-Vuelve a tocarme y juro que te mato -le prometió.
Pasó un instante. Aunque Sungmin percibió el asombro dibujado en sus ojos, el
rostro de él toleró el ataque inexpresivamente. Ese no era un hombre, reflexionó el.
Era un témpano. Kyuhyun se puso de pie con rigidez y fue hacia la botella de coñac. No le
importó servirse en la copa. Se lo bebió con los ojos cerrados.
-Existe un precio espiritual por el tipo de vida que tú llevas -le dijo Sungmin con
calma-. «La conciencia, torturadora del alma, aunque sea invisible, blande un feroz
flagelo en su interior. Aunque te confieses a ti mismo tus propios crímenes, tu
conciencia será tu propio infierno».
-¿Qué es lo que sabes tú acerca del infierno, de la conciencia, o de nada? -dijo
y lanzó un suspiro irregular-. Acabo de hacerte un favor.
-¿Un favor? Estás mintiendo, miserable ladrón. ¡Ojala ardas en el infierno!
Kyuhyun se encontró con aquellos ojos color avellana brillantes de rabia.
-Probablemente tus deseos se cumplan.
Sungmin lanzó una mirada al medallón que se balanceaba en el pecho masculino.
-Te adornas con hermosos emblemas, pero en tu caso, ¡el lobo significa un
lamentable proyecto de hombre! Compadezco al legítimo dueño.
Él dirigió la vista hacia el escudo antiguo. La inscripción decía: Francisco Sfortia
Dux Mediolani Quartus. Él frunció los labios en un gesto burlón.
-Sí, yo le robé los emblemas a un excelente ejemplar de la nobleza que es el último
lazo de una ilustre dinastía. ¿Le sorprende, mi recatado y delicado caballero? ¿Es que
esta nueva información le suma una mancha más a mi carácter malvado y ruin?
Sungmin lo miró de manera imperturbable.
-Ya nada de lo que hagas me volverá a sorprender.
-Bien. Entonces no te sorprenderá ponerte un par de pantalones viejos que usaba de niño, porque eso es lo que usarás el resto de lo que dure el viaje.

Secuestrado por el LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora