Capítulo 21

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Chicas, gracias a todas por leer y lamento haber tardado tanto en actualizar, pero aquí vuelvo con esta y más historias de la OTP! Bonitos días Joys!  

El primer impulso fue caer de rodillas y llorar, pero tenía que mantenerse

despabilado. Tenía que rescatar a Kyuhyun. Levantó la cabeza y se encontró con la mirada
abatida de Sallah y los hombres.
—Preparad todo barco disponible —le ordenó a Changmin—. Zarparemos de
inmediato.
Horas más tarde, Sungmin estaba parado junto a la barandilla del alcázar y vio la
desértica línea de la costa teñirse de carmesí bajo la puesta del sol. ¿Cómo había
sucedido aquello? Se preguntaba. Estaba al mando del Wine137, a cargo de su feroz
tripulación y tomando decisiones fatales relacionadas con la vida de Kyuhyun.
Este pirata está sumamente agradecido de poner su vida en tan delicadas manos. No
cuentas con nadie en todo el mundo, Kyuhyun; todos te quieren muerto.
Sungmin cerró los ojos y rezó una plegaria mentalmente:
—No te fallaré —juró—. No lo haré.
Minho apareció a su lado y le dio una palmada suave en el hombro.
—No os preocupéis. Lo encontraremos. Entre nosotros no hay hombre que no
sea capaz de entregar su vida por Eros. Le debemos todo.
—¿Aún no hay rastros de algún barco argelino o francés? —Le echó una
mirada, pero Minho se retorció incómodo y no quiso mirarlo—. ¿Qué? —exigió Sungmin—.
Dímelo ahora mismo.
—El viento ha amainado y ellos llevan ventaja. Estamos navegando tras una
búsqueda a ciegas. Sungmin se alejó de la barandilla.
—Necesitamos hacer una asamblea. Busca a Changmin, Suho y todo el que
pueda contribuir con una idea inteligente. Nos reuniremos en el camarote de Eros.
Un momento después, Sungmin ya estaba haciendo surcos caminando por la
alfombra del lujoso camarote negro y púrpura.
—Nuestro mejor recurso es navegar rumbo a la kasba —afirmó Sallah—. Desde
hace ya tiempo el rey anda como loco detrás la cabeza de Eros. Le haré una visita a
Sanah. Quizás ella pueda decirnos algo.
—El Rey de Francia también está involucrado en esto —dijo Minho—. No
debemos descartar a Francia.
—Ni a Milán —agregó Changmin—. ¿Dijisteis que este hombre, Siwon, es
milanés?
Sungmin asintió con la cabeza.
—Pero en Milán hay una guerra. Si yo fuera Siwon, no me arriesgaría a
meterme en zona de fuego. Llevaría a mi prisionero a un sitio bien conocido, a algún
lugar privado, donde lo mantendría oculto durante largo tiempo hasta obtener lo que
quisiera de él. Evitaría Argel y Francia también porque querría que ni el dey ni el Rey
de Francia interfirieran en mis planes.
—Italia no es el país más extenso del mundo —dijo Minho—, pero hay mucho
territorio que cubrir.
—Le advertí a Eros que estaba haciendo frente a demasiados flancos a la vez —
suspiró Sallah—. Podría ser el Dey, decidido a eliminar a uno de sus enemigos, o
Hani actuando por cuenta propia, o los franceses, o Siwon... —Miró a Sungmin de
manera confusa, sin duda preguntándose qué era lo que no les estaba diciendo.
—Podría estar en cualquier parte —resumió Sungmin, sintiendo la opresión del
pánico.
—Conozco a alguien que podría ayudar —La voz de Nasrin atrajo todas las
miradas—. Su nombre es Sidi Moussa d'Aglou. Es un viejo pescador ciego que vive
en la costa, en las cavernas cerca de Safi. Queda a unas horas de navegación rumbo a
Argel. En el camino podemos detenernos para verlo.
Sungmin la miró agradecido, pero Sallan pareció ponerse algo incómodo.
—Sidi Moussa es un adivino, querida, o lo que algunos llamarían un charlatán.
Los marroquíes lo convocan para fisgonear sus pozos cuando se secan, y ni siquiera
eso me convence de que él sirva para algo.
—Sidi Moussa es un santo —insistió Nasrin—. Además, fuiste tú el que empezó
con lo de consultarles a clarividentes y adivinos. ¿Qué hay de malo en detenernos
ante su caverna y preguntarle? Mi hermana me contó que el año pasado él encontró
un camello extraviado tocando los arneses de metal. Podemos hacerle tocar el
medallón de El-Amar. Tal vez él lo encuentre por nosotros.
Sungmin vio a Minho y a Taemin mirando al cielo, pero nadie se mofó
abiertamente de la idea de Nasrin, salvo Sallah.
—Eso es una absoluta estupidez —criticó—. Nos costará un tiempo precioso
llegar a Argel para hacer un rastreo en condiciones.
Nasrin lo miró echando chispas por los ojos.
—Entonces cuando les consultamos a tus charlatanes sí es un acto inteligente,
pero cuando yo sugiero a alguien respetado de aquí a Tánger, a quien toda
Marrakech...
—Cuéntame algo más sobre este hombre, Nasrin —le pidió Sungmin. El tiempo se
estaba agotando.
—Es el hombre más dulce y es muy sabio —le aseguró Nasrin—. Mis hermanas
y yo solíamos visitarlo en su caverna de la playa cuando mis padres nos llevaban a la
costa durante los agobiantes veranos de Marrakech. Compartía sus pescados asados
con nosotras y nos contaba historias de tierras desconocidas que nadie de los
alrededores había escuchado jamás. Es muy especial, te digo, y tiene el don divino de
ubicar individuos extraviados tocando metales que ellos tenían el hábito de usar.
—Camellos perdidos querrás decir... —murmuró Sallah y se ganó otra mirada
encolerizada de la esposa.
—¿Qué queréis que hagamos, mi lord? —le preguntó Minho a Sungmin con gentileza—.
¿Queréis consultar a este Sidi Moussa d'Aglou?
Todos los ojos se posaron en Sungmin. Se preguntaba cómo aceptaría Eros esa nueva
situación. Tocó el pesado medallón que tenía resguardado en su camisa. Era el
objetivo por el cual Siwon lo había perseguido y la cruz que cargaba Kyuhyun por la
tragedia de su vida entera: lo que le daba el derecho a gobernar el ducado de Milán,
privilegio que él ya ni siquiera quería, aunque estaba poco dispuesto a perder. Esa
era su maldición.
Sabía que a Kyuhyun no le importaría morir antes de renunciar a la reliquia de su
padre y entregársela al hijo de su tio. Sin embargo, él lo quería con vida, y al diablo
con el medallón. Si lograba llegar hasta Siwon, negociaría recuperar a Kyuhyun a cambio
del medallón. Levantó la cabeza y dijo:
—A Sidi Moussa primero.
Aquella noche, el Wine137 echó anclas lejos de la costa de Safi. Desembarcaron en
la costa en dos botes y se toparon con un grupo de pescadores que estaban
preparando la cena en una fogata en la playa. Nasrin hizo las presentaciones,
ofreciendo humildemente fruta y mantas traídas del Wine137. Los pescadores
recibieron los obsequios e invitaron al extraño grupo de forasteros a compartir el café
y el pescado asado. Una vez relajados en torno al fuego, Nasrin entabló conversación,
mencionando a El Amar —la Ciudad Roja, Marrakech— y señalando las cavernas
con ademanes.
—Ella les está comentando que es de Marrakech —Sallah le susurró a Sungmin al
oído—, y les está pidiendo por favor que le indiquen cuál es la caverna del santo Sidi
Moussa, hombre al que le guarda sumo respeto y al que visitó a menudo con sus
hermanas cuando eran niñas. Escuchemos a ver si lo conocen.
Los pescadores se consultaron entre sí. Uno de ellos habló. Nasrin le hizo un
gesto con la cabeza a Sungmin.
—Confían en nosotros. Sidi Moussa aún vive en una de las cavernas de más
allá. Nos llevarán con él.
Guiados por los amigables pescadores, se encaminaron hacia las irregulares
brechas del acantilado. Un hombre de aspecto frágil, anciano y arrugado, estaba
sentado junto al fuego tocando su flauta.
—Venimos con la bendición del Señor, Sidi Moussa —Nasrin se sentó a su lado y
cruzó las piernas. Le ofreció las manos para recibir la inspección. Una sonrisa animó
el rostro arrugado del anciano pescador, los ojos le brillaron como un par de luces de
color indistinto. Le habló con tono cálido.
—Le está preguntando por sus hermanas y sus padres —tradujo Sallah—. Mi
esposa estará de buen humor esta noche. Nadie le ha preguntado por sus padres en
años. Han fallecido hace una década.
El anciano escuchó con atención la historia que Nasrin le contó, asintiendo con
la cabeza y haciéndole preguntas. Ella se puso de pie y se acercó a Sungmin.
—Necesito el medallón de El-Amar.
Con manos temblorosas, Sungmin se quitó del cuello la pesada cadena de oro y se
la entregó. Nasrin se sentó junto al anciano pescador y le puso el medallón entre sus
curtidas manos. Él frotó los grabados con suma concentración, murmurando para sí
mismo, invocando al Señor para que lo iluminara.
—¡Ah! —Los ojos empañados resplandecieron con una extraña percepción. Le
habló a Nasrin con una sonrisa sagaz, moviendo las manos en el aire nocturno y
señalando al norte.
—¡Sallah...! — Sungmin le aferró la gruesa muñeca, siseándole al oído—. ¡Traduce!
Sallah frunció el ceño.
—Ha hablado en beréber. Tendremos que aguardar a la traducción de Nasrin.
Llevó un momento más, pero finalmente, Nasrin se puso de pie y se acercó a
ellos. Lucía ambivalente.
—Sidi Moussa se refirió al dueño del medallón como "el Emir con el Alma
Dividida".
—¡Sallah! ¿Has oído eso? —exclamó Sungmin —. ¿Qué más, Nasrin? ¿Dónde
llevaron a Eros?
—Se torna aún más extraño. Sidi Moussa dice que el Emir aún no ha llegado a
su destino, pero que su ruta conduce a una ciudad especial, a una ciudad eterna, y a
un pozo oscuro de desesperanza.
—¿Un pozo oscuro de desesperanza? ¿En una ciudad eterna? —El corazón de
Sungmin se oprimió del temor. ¡Dios Santo!
—¿Cuál es esa ciudad especial? —preguntó Sallah con tono realista—. Podría
ser cualquiera: Argel, París. La cabeza me va a estallar con tantas posibilidades.
—Hay más —añadió Nasrin de modo incómodo—. El camino que Sidi Moussa
describe tiene muchos senderos sinuosos que conducen al mismo sitio: a la ciudad
donde conducen todos los caminos —Sus ojos se llenaron de remordimiento—. Lo
siento, querido Sungmin. No fue mi intención meternos en...
—¡Espera! — Sungmin sintió que se le erizaban los vellos de la nuca—. La ciudad
eterna donde conducen todos los caminos...
Nasrin frunció más el ceño.
—¿Eso tiene algún sentido para ti?
Sungmin les dio la espalda y miró fijamente el mar negro. La ciudad eterna donde
conducen todos los caminos... Y a un oscuro pozo de desesperanza. Fijando la vista en las
estrellas, dijo en un suspiro:
—Roma.

Secuestrado por el LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora