Capitulo 44 Final + Epílogo

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—Vendóme fue un oponente digno —dijo Kyuhyun—. Su retirada hacia los Países
Bajos propinó el golpe mortal a los franceses. Y de Orleans, a pesar de su promesa a
Kangta, fue incapaz de defender dos sitios al mismo tiempo. Debió haber venido tras de
mí, pero en cambio avanzó hacia Turín.
Marlborough estuvo de acuerdo y expresó con un gruñido:
—Después de la retirada de Vendóme, los franceses actuaron de pésimo modo.
Abrieron la carretera a Piamonte para que el príncipe Onew penetrara, no se
disputaron el desfiladero de Stradella y se quedaron en las líneas de Turín para ser
derrotados.
—Y para cuando intentaron retirarse a Milán —dijo Onew—, no tenían a
dónde regresar. Kyuhyun había ocupado la región, avanzando con ese impertinente
ímpetu italiano. Un verdadero César.
—Hasta Julio César de vez en cuando tuvo que agradecer su suerte —admitió
Kyuhyun con humildad.
—Eres demasiado modesto, Kyuhyun. Tu destacada habilidad te permitió hacer
lo que ninguno de nosotros consiguió. Milán era impenetrable. Sin embargo, tú
hiciste lo posible, lo imposible y luego lo impensable. La operación subacuática para
infiltrarse en el territorio enemigo fue una idea extraordinariamente arrojada y
brillante.
Kyuhyun no lo miraba, ni siquiera fugazmente, pero Sungmin veía lo que los demás no
distinguían: los elogios de Onew lo ruborizaban. Él sonrió, contento de verlo
destacarse y ser reconocido por su pares —por los príncipes y reinas— como él se
merecía. En Francia, él había hecho lo correcto.
—Príncipe Kyuhyun —dijo la reina Ana—. Todos estamos ansiosos por saber qué
dicen las lenguas en todo el continente. Contadnos todo, y no escatiméis en palabras.
Concediéndole a la reina otra de sus deslumbrantes sonrisas de pirata, él
empezó a decir pronunciando despacio:
—Imagino que Su Majestad desea escuchar qué es lo que la lengua de Kangta está
soltando en estos momentos.
—Por supuesto —La reina intercambió miradas picaras con algunas damas
engreídas.
—Allora, le informo con seguridad que el rey de Francia está pasando por un
momento difícil tragándose la rana, figuradamente hablando, por supuesto —Kyuhyun le
guiñó un ojo a la reina, que se ruborizó y rió con disimulo—. Echó a tres de sus
ministros, jubiló a dos generales y ya no se habla con Felipe.
—¿Que no se habla con Felipe? —la reina rió—. ¡Qué delicia! ¡Pues fue por
apoyar a Felipe por lo que él empezó esta guerra en primer lugar!
Sungmin oyó decir a una inglesa chismorreando detrás de él:
—¿No es el demonio más apuesto? ¡Un príncipe tan joven y encima soltero!
Qué pena que mi Carol ya le haya dado su consentimiento a Lord Bradshaw. Ése es el
tipo de figura que nuestras damas adoran.
—Realmente, Lillian —coincidió una voz más joven que Sungmin identificó
pertenecería a una viuda rica y atractiva en constante búsqueda de consuelo
masculino—: «Valora la lascivia por encima de la mojigatería», eso es lo que siempre
digo. Pidamos que nos presenten.
La gente seguía mezclándose. Sungmin aferró fuerte el brazo de su abuelo y le
siseó al oído:
—Un instante más de esto y seguro que grito. Con o sin tu permiso me v...
De manera abrupta el duque cambió la atención. El aire se agitó junto a Sungmin:
—Su Excelencia —Esa voz grave casi le provoca un desmayo. Sungmin volvió la
vista, sin palabras. Kyuhyun le sonrió al duque con gentileza—: Aún no os he agradecido
que me dierais crédito tan caballerosamente en Schónbrunn. Estoy en deuda con vos
—Inclinó la cabeza morena de manera elegante y clavó la mirada en Sungmin.
El anhelo y la zozobra le desgarraron el corazón, y cuando su abuelo dijo "Por
favor, permitidme presentaros a mi nieto, Lord Sungmin", Sungmin sintió un repentino
impulso de quitar una baldosa del suelo y meterse debajo. Pero se mantuvo con
calma y siguió la etiqueta ofreciéndole a Kyuhyun los dedos de la mano.
—Su Alteza —Sungmin hizo una reverencia, entornando los ojos para disimular el
efecto que le producía sentir esos labios en su mano. Estaban jugando el juego más
condenado, sin embargo, lo único que él podía hacer era seguirle la corriente.
—Piacere —susurró con voz profunda—. Qué inesperado placer.
Sungmin lo miró a los ojos. Lo había saludado con las mismas palabras que había
usado en su primer encuentro en el camarote. El mundo se detuvo, mientras Kyuhyun le
sostenía la mirada angustiada e irrefutable, sin revelar ninguno de sus pensamientos:
ni odio, ni desprecio, ni enojo, ni un indicio de emoción, al parecer tampoco había visto con atención su vientre, claro, aunque tuviera seis meses no era tan notable como el embarazo de las mujeres, encima tenía un abrigo que le cubria y ayudaba a disimular. Le soltó la mano.
Se anunció la cena y todos se dirigieron sin prisa hacia el comedor. Sungmin echó
una mirada por encima del hombro de Kyuhyun. ¡Su abuelo lo estaba abandonando a su
suerte!
—Al parecer voy a acompañar a Su Señoría hasta la mesa de la cena real —
observó Kyuhyun insípidamente, ofreciéndole un brazo como con descuido. Ni siquiera lo
había mirado al ofrecérselo. Sungmin le examinó el perfil de piedra, consumiéndose de la
angustia mentalmente. Mi corazón se detiene al mirarte. Nada. Sungmin lo cogió del brazo y
siguieron la cola de vestidos de seda, comportándose como perfectos desconocidos.
Sungmin era físicamente consciente de cada respiración suya, de cada músculo que se
movía en su brazo, y percibió que su última chispa de deseo se apagaba. Su
indiferencia era tal que ni siquiera se regodeó de su triunfo final.
La colorida procesión desapareció a la vuelta de una esquina. De repente,
Sungmin fue tirado bruscamente y conducido hacia una puerta lateral que daba a un
salón iluminado por un suave resplandor. Con el corazón martilleándole, Sungmin
observó a Kyuhyun cerrar la puerta y correr el pestillo.
Demasiado para tratarse de indiferencia, pensó Sungmin nerviosamente, mientras Kyuhyun
se daba la vuelta y le clavaba una mirada tan efectiva como una prensa de hierro. El
intenso brillo de aquellos ojos le hicieron sentir deseos de salir corriendo y ocultarse.
Comenzó a caminar hacia él, con paso lento, la mirada firme. Venganza, la palabra
retumbaba en su cabeza. Invadido por el pánico, Sungmin retrocedió hasta chocarse
torpemente con una mesa. Una lámpara se balanceó y él se dio la vuelta justo a
tiempo para ponerla de nuevo en su sitio. Al levantar la cabeza, Kyuhyun estaba parado
enfrente, con aquel rostro hermoso como si fuera una máscara, irguiéndose unos
centímetros por encima de él.
—Sungmin —le dijo.
El escuchar su nombre pronunciado por aquellos labios le provocó un temblor
en el corazón.
—¿Por qué estás aquí, en Inglaterra?
—Vine a buscar algo que me pertenece.
Sin quitarle la mirada de encima, Sungmin metió la mano en sus ropas con disimulo digno de un noble. En
general usaba el medallón sobre el corazón, pero no con aquel traje; era más ceñido de los que usaba últimamente y encima el pánico de que mirará su vientre, oh no. Aferró la cadena de oro con dedos rígidos.
—Eres el Duque de Milán. Lo lograste —dijo Sungmin con tono suave, al tiempo que
se preguntaba por qué diablos seguía teniendo esperanzas...— ¿Volver a casa fue
como... lo esperabas? —Sungmin le hizo frente con la esperanza de encender una chispa de
intimidad en Kyuhyun, algo de lo que había existido entre ellos.
Kyuhyun no dijo nada. Su expresión confirmaba que Kyuhyun recordaba cada palabra que
habían hablado en la Bastilla. Qué estúpido por su parte esperar que Kyuhyun compartiera
su momento con él. Lo había abandonado. Le había hecho creer que lo mágico que
había entre ellos era falso. Y ahora Kyuhyun era el Duque de Milán, admirado por todo
gobernante del mundo, incluyendo al Emperador y al Papa. Lo que él había
pretendido como requisito para ser su esposo. Le ofreció el medallón.
—Este es el motivo por el que pospusiste la ceremonia de entronización,
¿verdad? Necesitas exhibirlo.
—No.
Sungmin ya no sabía qué pensar, salvo que si Kyuhyun lo seguía mirando tan
intensamente, su endeble compostura —o lo que fuera que lo estuviera conservando
entero— se quebraría.
Kyuhyun se acercó más, con ojos inclementes, implacables, con la piel de un suave
bronceado bajo la luz tenue. Le aferró fuerte la muñeca que latía. Le apartó la mano,
incitándolo a que dejara el medallón sobre una mesa de ébano. Le aferró la otra
muñeca y tiró de él. Sungmin avanzó torpemente. Volvió a tirar, deslizándole las manos
lentamente por los brazos desnudos. Se quedaron con las puntas de los pies pegadas,
el aire a su alrededor cargado de electricidad, y Sungmin se preguntaba si Kyuhyun percibiría su
pulso acelerado. La mirada de Kyuhyun se volvió más intensa y ya no era inescrutable;
sino miserable.
—Sungmin —inclinó la cabeza y apretó la cálida mejilla contra la de él. Abrió los
labios y le susurró al oído—: Te amo.
Sungmin se aferró a su cintura para no caerse.
—¿Q...qué?
Lo estrechó fuerte entre sus brazos. Sungmin sintió los suaves labios en el cuello. Con
voz ronca, casi quebradiza, Kyuhyun confesó:
—No puedo vivir sin ti. No... quiero vivir sin ti.
Sintiendo un alivio inexpresable, Sungmin le enterró el rostro en el hombro,
abrazándose a su cintura, humedeciéndole el abrigo con lágrimas.
—Yo también te amo —¿De verdad estaba sucediendo esto? ¿Podía la suerte ser
tan generosa?
Permanecieron abrazados, abstraídos de todo salvo de los latidos de sus
corazones. Kyuhyun era su alma gemela y había ido a buscarlo. Levantó la cabeza del
hombro y le dijo:
—Mentí en la Bastilla.
La mirada de Kyuhyun en carne viva lo conmovió:
—Lo sé. Fuiste casi... convincente. Cuando Kangta vio lo deprimido que yo estaba,
eso bastó para caer en la cuenta y aprecié lo que habías hecho. Era a Kangta a quien
querías convencer, no a mí—Le acarició la mejilla, recogiendo cuentas de cristal que
Sungmin seguía derramando sin darse cuenta—. Tú querías que yo recuperara mi hogar,
amore.
—Así es. Dejarte abandonado en aquella celda fue el momento más difícil de
toda mi vida. Pero yo quería que te sintieras feliz y completo. Gracias a Dios
funcionó.
—A veces pensé que quizás lo habías dicho en serio, pero igualmente hubiera
venido —Lo atrajo más hacia sí y lo besó con tanto amor y deseo que el corazón de
Sungmin se llenó de sol—. Te amo, Minnie, más de lo cuerdamente posible —le confesó sin
permitirle más que un susurro entre besos lentos, y Sungmin, asombrado, se dio cuenta de
que no todas las lágrimas que bañaban su rostro le pertenecían.
—Kyu —lo abrazó con tanta fuerza que tenía miedo de quebrarlo; pero ése era
Kyuhyun, se recordó a sí mismo, no se quebraba tan fácilmente, ni por los peores fosos, ni
por las peores mentiras, aunque se separó un poco al pensar que no era saludable en su estado—. ¿Crees que Kangta se da cuenta de que fue él quien te
condujo a unirte a sus enemigos? —le preguntó.
—Tal vez. Y quizás algún día se digne a perdonarme —Sonrió Kyuhyun con
satisfacción.
Sungmin lo contempló con perspicacia.
—Extrañarás su amistad, ¿verdad?
—La diversión. Mi nueva definición de amistad es un poco distinta a la suya.
—¿Y Taofik? —le preguntó de nuevo preocupado—. Tal vez tenga intención de
quitarse tu sombra de encima y decida venir tras de ti para recuperar su tranquilidad
de espíritu.
—No creo que lo haga. Aunque él es de todo menos cobarde, dudaría de
aventurarse tanto en nuestro mundo. Mi mejor venganza será ignorarlo. Taofik es un
hombre que habita el lado oscuro, que lo ve todo con forma de violencia y alevosía.
Razón por la cual jamás podrá disfrutar de una noche entera de descanso,
preocupado porque yo pueda andar al acecho en algún sitio entre las sombras. No
obstante —Kyuhyun suspiró—, si de hecho viene tras de mí, yo lo... manejaría.
Alanis sonrió.
—Estás cambiado.
—Más blando, ¿eh?
—Tu sed de sangre desapareció.
Exhalando, Kyuhyun pegó su frente a la de Sungmin.
—Estoy harto de muerte. Harto de cuerpos mutilados nadando en ríos de
sangre. Harto de enterrar a mis amigos... —Levantó la cabeza—. Minho murió.
—No. Minho no —Lágrimas de angustia inundaron los ojos de Sungmin—. Tenía
tantos sueños y planes, tanto que perseguir... Le echaré mucho de menos.
—Yo también. Me salvó la vida. Detuvo una granada dirigida a mí. Un héroe.
Sus últimas palabras fueron para ti, Sungmin. Me dijo: "Decidle que la amáis" —Los
ojos de Kyuhyun reflejaron gran tristeza—. Podemos ir a visitarlo juntos y encender una
vela por su alma noble. Está enterrado en Venecia.
Sungmin asintió con la garganta obstruida. Por amarlo, Minho había salvado al
hombre que él amaba. No existía hombre más valiente y noble. Un héroe de
verdad.
—Tienes que contarme absolutamente todo sobre la guerra. Yo estaba aterrado
de que puediera sucederte algo... por haberte enviado a morir.
—Ni te imaginas cuánto he extrañado tenerte a mi lado, para consultarte,
confiar y compartir cosas juntos. Para abrazarte por las noches... —gimiendo, Kyuhyun
reclamó su boca con un beso más hambriento: un beso de amante. Sungmin se aferró a él,
dando gracias a Dios mil veces.
—No creí que vinieras a buscarme —admitió Sungmin con tono suave—. Pensé que
te había perdido para siempre.
—Le rogué a Dios no encontrarte casado con otro. No pude echar a los franceses
lo bastante rápido para venir a buscarte. Si te hubiera perdido, no habría existido un
sitio lo bastante triste para ocultarme. Ni siquiera Agadir. Milán tendría que haber
buscado otro duque.
—¿Pospusiste la ceremonia de entronización por mí?
—Mi pueblo necesita un duque cuerdo, amore. No uno arruinado y enfermo de
amor.
—Y lo tendrán. Yo también te amo locamente, Kyu. Tenía miedo de que mi
abuelo me comprometiera con Bridewell, si yo no mostraba prometedoras señales de
mejorar pronto.
Kyuhyun rió:
—Tu abuelo es una gran persona. Él me avaló en el consejo de guerra de Viena.
¿Te lo contó?
Sungmin lo miró con esos ojos color avellana abiertos sin dar crédito.
—El viejo zorro no me contó nada.
—Bueno, esta noche te ha tendido una trampa y te dejó conmigo. ¿Crees que le
gustará la idea de que estemos juntos?
—Mmm —Sungmin frunció el ceño de manera pensativa—. Sanah sí mencionó algo
acerca de que mi abuelo me buscaba un imponente príncipe: una criatura odiosa,
siempre absorta en temas políticos...
Kyuhyun le tiró un mechón rubio de manera juguetona.
—Y si no recuerdo mal, Sanah también mencionó que la próxima vez que la
visitáramos, tú estarías encinta. Por lo tanto, sugiero que uno de los dos suspenda el
uso de métodos anticonceptivos y que nos pongamos a trabajar en llenar el Castello
inmediatamente...
—No será necesario —confesó Sungmin de golpe, aunque nervioso pero decidido, vio la mirada confusa de Kyuhyun clavarse en él y con todo el valor que había adquirido desde que conoció a su amado pirata, se descubrió el vientre de manera tímida, dejando ver el pequeño bulto de amor tras su camisa de lino rojo.
La expresión de Kyuhyun de volvió de confusa a sorprendida, sus labios temblaban y aunque su boca parecía querer formular palabras no era capaz de emitir ningún sonido, de pronto, cuando Sungmin empezaba a sentir miedo de lo que podría decir Kyuhyun por ocultarle a su hijo, sintió los fuertes brazos de Kyuhyun elevarlo en el aire luego de tomarlo por la cintura, terminando en un abrazo lleno de amor.
—¡Amore! Ni cuando recuperé Milán me sentí más feliz que en este momento, Buen Dios ¡Seré padre! Sungmin, mi Sungmin —cada caricia, cada sonrisa, cada suspiro lleno de orgullo y felicidad por parte de Kyuhyun al acariciar su vientre hacían que Sungmin se ahogara en un mar de dicha, aún no podía creer que todo aquello estuviese pasando.
Tras varios minutos abrazados hablando del tiempo que Sungmin pasó en cinta, sobre el castigo que recibiría por ocultarle a Kyuhyun lo del pequeño Eros, como le empezaron a llamar a su bebé, y recuperando el tiempo perdido por medio del dialogo, Kyuhyun lo soltó un poco, enderezó la espalda e inspirando de manera reconfortante, le dijo:
—¿Querrías casarte conmigo, mi hermoso embarazado ninfo rubio? ¿Y venir a vivir conmigo
a Milán?
El corazón le dio un salto, pero antes de gritar "Sí", Sungmin le preguntó con
agudeza:
—¿Y qué hay acerca de esa barracuda de prometida que tienes y sus hermanos,
los Orsini?
Eso lo sorprendió. Kyuhyun medio hizo una mueca:
—¿Cómo te enteraste de lo de Leonora?
—Lo sé todo —Sungmin le golpeó el pecho con la punta del dedo—. Debes recordar
eso.
—Lo haré —rió Kyuhyun ahogadamente—. En cuanto a Leonora, los Orsini son agua
pasada. Con Siwon muerto y yo unido a la Alianza, ellos se cruzaron de brazos y se
volvieron a Roma a paso lento.
—Entonces no hay princesa romana para ti, sólo un celta salvaje de la Pequeña
Isla.
—Un rubio ninfo en lugar de... ¿cómo la llamaste? ¿Una barracuda? Lo
adoptaré. Y sólo para que lo sepas, yo también tengo mucha sangre celta. Milán tiene
sus orígenes en un remoto pasado celta. Según la mitología romana, la esposa de
Mercurio era una diosa celta llamada Rosmerta.
—¿Era bella? —le preguntó Sungmin con esperanza.
—No particularmente. No como Venus —La sonrisa de Kyuhyun se dulcificó—. No
como tú, amore.
—¿Sabes? —dijo Sungmin—, en general este tipo de petición se hace con una sortija.
—Ah, qué fastidio —suspiró Kyuhyun. Metió la mano en el bolsillo y sacó una
sortija: con un delicado lobo hembra con pequeños diamantes incrustados, ámbar negro y
un par de amatistas formando los ojos, enroscado alrededor de un enorme diamante
brillante—. Ya sabes a quién perteneció esta sortija.
—A tu madre —dijo Sungmin boquiabierto—. Fuiste a verla. Oh, Kyuhyun. Cuéntamelo
todo.
—Tú tenías razón en todo. Ella sí fue a ver a Carlo aquella noche, después de
encontrar a mi padre con una de sus amantes. Él le fue eternamente infiel. Yo era
consciente de sus pecadillos, de manera pasiva, y los acepté como una forma de vida,
sin pensar jamás lo que esto le provocaba a mi madre. Ella lo amaba, y durante años
él hizo alarde de sus conquistas como si fueran símbolos de prestigio, humillándola,
ignorándola. Dios sabe por qué ella lo soportó durante tanto tiempo. Su familia vivía
en Roma, ella nunca encajó demasiado entre los milaneses. Las transgresiones de mi
padre y las habladurías resultantes la hacían sentir aún más aislada y sola. Cuando tú
me hablaste de ella en Toscana, los recuerdos me vinieron a la mente. Me di cuenta
de que sí necesitaba saber la verdad. Cuando la vi, ella era... —esbozó una sonrisa de
niño y se encogió de hombros—: Mia mama. Ya nada más tenía importancia. La
extrañé. Necesitaba escucharla decir que nos había extrañado y que sí se había
preocupado por nosotros. Que siempre nos había amado. Y aún nos amaba.
—¿Y cuando fuiste a visitarla te contó lo que realmente sucedió aquella noche?
—Con mucha reticencia. Sentía vergüenza de contarme a mí (el que la había
abandonado, despreciado y acusado erróneamente) que Carlo trató de seducirla para
obtener información acerca de la Liga, y que cuando ella forcejeó con él, la amenazó
con matar a mi hermana. Debí haber matado lentamente a ese bastardo por lo que
hizo. Que Dios me perdone, pero fui un idiota, un pequeño cazzo recto, igual que mi
padre —Los ojos cafes brillaron con remordimiento—. Mi madre no fue una arpía.
Fue una víctima. Carlo la golpeó y... abusó de ella y la encerró en su alcoba, y ella
estaba avergonzada...
Sungmin lo abrazó, desesperado por quitarle el dolor que sentía. Kyuhyun estaba
temblando.
—Yo creé mi propio infierno —dijo—. No quiero que nosotros terminemos
como mis padres, con nuestros hijos perdiendo todo, como Victoria y yo. Nada
duele tanto. Nada. Especialmente una caída fácil. Quiero un hogar de verdad, con nuestro hijo, muchos más hijos, Sungmin,
una familia cariñosa y feliz —Lo miró con resolución—. Juro por todo lo sagrado que
siempre te seré fiel. ¿Tú me jurarías lo mismo?
—Lo juro con todo mi corazón.
Kyuhyun le cogió la mano, deslizó la sortija en el dedo y le besó los nudillos.
—Este anillo te liga a mí al igual que al pueblo de Milán, pero debes saber,
tesoro, que en Milán nosotros no llamamos "Lobo" a nuestro emblema —Le sonrió
de manera irónica—. Le decimos "il biscione". Lo verás reptando en paredes y pilares.
Creo que esta sortija irá muy bien con tus amatistas, ¿no?
Sungmin examinó su sortija nueva, demasiado deslumbrado para admirarla entera.
—Ya no tengo mis amatistas. Se las di al capitán a cargo de ti en la Bastilla. El
acordó...
—Que me ayudaría a escapar. Lo hizo —Kyuhyun lo miró con asombro. Le levantó la
mano y se la besó—. Dios mío, Sungmin, no puedo creer todo lo que hiciste por mí. Juro
que las recuperaré. Yo...
—Las joyas no me interesan, Kyuhyun. Sólo me importas tú y nuestro bebé —Sólo ver el amor
reflejado en los ojos de Kyuhyun era una compensación mucho más grande de lo que él
jamás había pretendido. Lo abrazó fuertemente. De ahora en adelante ya nunca
tendría que dejarlo ir—. Te amo.
—Te amo —le dijo Kyuhyun con voz ronca—. Sin ti, mi vida no tiene sentido.
Sungmin echó la cabeza hacia atrás con un brillo de picardía en los ojos:
—¿Y entonces quieres una respuesta?
—Necesito testigos —Lo cogió de la mano, tomó el medallón y se dirigió a la
puerta.
Sungmin voló tras él, riendo, meneando el gran abrigo de un lado al otro por todo el
suelo lustroso.
—¡Kyuhyun, espera! ¡Aún no sabes cuál es mi respuesta!
Kyuhyun le lanzó una sonrisa por encima del hombro.
—Es por eso que necesito audiencia, amore, para asegurarme de que me des la
repuesta correcta. Te desafío a que me rechaces en presencia de la Reina de
Inglaterra...
Al entrar al salón comedor, todas las cabezas se levantaron con intriga. Kyuhyun
condujo a Sungmin hasta los últimos sitios vacíos y golpeó la copa con un tenedor,
tosiendo a propósito.
—Su Majestad —inclinó la cabeza ante la reina. Buscó la mirada del duque de
Lee—: Su Excelencia —Esperó a recibir un gesto de aprobación. Luego les
sonrió a todos—: Encantadores damas. Honorables caballeros —Hincó una rodilla
sosteniendo la mano de Sungmin. Sungmin casi se muere de la vergüenza.
Las sillas chirriaron en el suelo cuando el grupo entero se acomodó para
escuchar las palabras.
Sungmin le lanzó a Kyuhyun una mirada de súplica. El lo ignoró, dándole a entender
que así es como debía ser y que él no tenía ni voz ni voto en el asunto. Lo miró a los
ojos con una sonrisa sólo para él:
—Te ruego, angelical Sungmin, que seas mío.
El numeroso grupo contuvo la respiración. La joya de su madre ya le adornaba
el dedo, de modo que lo único que restaba era decir "Sí". Sungmin le rodeó el cuello con
los brazos y lo besó de lleno en la boca ante la sorpresa de todos los presentes. Los
invitados se recuperaron rápidamente. Surgieron brindis, las copas tintinearon, todo
el mundo saludó a la pareja de enamorados mientras especulaban con la idea de si
aquel romance habría nacido delante de sus narices en los momentos en que aquellos
dos habían quedado a solas. Caía por su propio peso que el príncipe de Milán había
ido a Londres a celebrar su victoria y a buscarse una buena pareja.
Tomando ventaja del pequeño alboroto, Kyuhyun le susurró a Sungmin:
—Ven a mis aposentos en el palacio esta noche después del baile. Enviaré a
Suho a buscarte.
También de manera disimulada, Sungmin pegó los labios a los oídos de Kyuhyun,
acariciándole despiadadamente los pliegues con la punta de la lengua:
—Espera desnudo.
Kyuhyun gimió.
* * *
Kyuhyun estaba de pie frente a la chimenea, contemplando la pintura que había
arriba; llevaba puesta la bata de seda negra que le había prestado la noche en que
habían regresado de Argel. La luz del hogar le doraba el perfil y el suave triángulo
de piel bronceada del pecho al descubierto.
Cuando Sungmin entró en la alcoba decorada al estilo Tudor, él volvió la cabeza y
sus miradas se acariciaron.
—Amore, Tesoro —le dijo y Sungmin atravesó el cuarto de prisa arrojándose a sus brazos
abiertos.
Kyuhyun lo apretó contra sí de forma cariñosa y cuidadosa, murmurándole entre los cabellos:
—Tú eres mi corazón. Jamás te dejaré ir —Lo besó con tanto amor que le dolía
el corazón. Aquel abrazo hablaba de un deseo agonizante, de las solitarias noches en
el campo de batalla—. Me muero por hacerte el amor, amore, pero antes... un obsequio
para ti, un regalo de bodas —Le dio vuelta entre sus brazos y le señaló el cuadro que
había encima de la chimenea—: El príncipe Camillo Borghese de Roma ha acordado
amablemente cedérmelo por un período de veinticinco años. Es una de las obras de
arte de su casa de campo, pintada por Tiziano: La Venere che benda Amore. Venus
vendándole los ojos a Cupido —Le apoyó el mentón en el hombro—. Una vez me
preguntaste por qué mi madre me llamaba Eros. Éste es el motivo.
Sungmin levantó la vista. Un cupido rubio y alado con el torso desnudo estaba
parado entre las piernas de Venus, dejando que le tapara los ojos, aun cuando el claro
peligro acechaba desde todas las direcciones. La confianza absoluta del niño hacia su
madre a Sungmin lo conmovió hasta el último rincón del corazón, evocando el más dulce
de los recuerdos de la caricia de una madre. Quedó cautivado por la belleza y la
fuerza de la pintura.
—A mi madre le encantaba este cuadro —dijo Kyuhyun—, y a mí me obsesionó durante
años. Con sólo pensar en él me volvía loco. Aunque me había quitado la venda de los
ojos, seguía envidiando al niño, porque él tenía a alguien con quien se sentía
completamente protegido: un refugio —Le apretó los labios en la mejilla—. Gracias,
Sungmin, por convertirte en mi Venus, y por amarme como me amas. El hecho de que
me vendaras los ojos con amor fue mi milagro... y mi salvación.
—Me encanta mi regalo —le susurró Sungmin. Se dio la vuelta y deslizó una mano
dentro de la bata de seda—. Tú eres el amor de mi vida, Eros, Kyuhyun. Debes saberlo siempre
—Le besó los labios, el cuello, el pecho, cada uno de los músculos que se ondulaban,
como queriendo asegurarse de que Kyuhyun había regresado de la guerra sano y salvo.
La bata cayó al suelo. Kyuhyun le cogió la mano y la apretó contra su corazón. Latía
fuerte y rápido.
—¿Lo sientes? Cuando me tocas... tiemblo.
—Lo siento —Sungmin percibía las vibraciones que lo recorrían como si ambos
fueran una sola persona.
Kyuhyun le desabrochó el saco, la camisa, el pantalón. De alguna forma
llegaron hasta la cama, tropezándose con la ropa interior y los calcetines en la prisa
por estar juntos. Kyuhyun le cerró la boca con un beso rudo y excitante, y Sungmin quedó de
espaldas con Kyuhyun entre sus piernas. Su olor, su cuerpo, todo Kyuhyun le resultaba familiar,
parecía que nunca habían estado separados.
—Tú y yo, amore, para siempre seremos... —susurró y el fuego comenzó a arder.
Se unieron en una tormenta, prometiéndose un futuro de amor y júbilo, y cuando el
éxtasis se tornó demasiado potente para prolongarlo, Kyuhyun lo aferró con fuerza contra
sí, y dos palabras brotaron de sus labios:
—Ti amo. Ti amo. Te amo...

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