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Oliver siempre tuvo una pequeña desventaja en todo, le costaba prestar atención en clase, su casa no era un lugar muy agradable, y una vez que comenzó a meterse en líos fue difícil parar... nunca había sido un camino de rosas.

Sí, pero eso no era escusa.

Él mismo se decía que ahora era otra persona, el reformatorio, los psicólogos, la familia adoptiva... le habían ayudado mucho.

Por eso, no era ético que en este momento estuviese corriendo calle abajo porque había hecho saltar la alarma de un instituto para sabiondos.

(Cualquier instituto sin graffitis en la puerta a él le parecía de sabiondos).

Lanzó la barra metálica (con la que había conseguido abrir una de las ventanas) hacia atrás , para ver si con suerte le daba a alguno de sus perseguidores.

El aire frío chocaba contra su cara con tanta violencia que sus ojos estaban llorosos y su visión cada vez más borrosa.

-¡Detente!- gritó uno de los oficiales de policía que lo perseguían, pero su voz quedó ahogada en el sonido de las pisadas en el asfalto.

«Sí, claro», pensó Oliver, «después nos haremos amigos e iremos todos de picnic».

Desobedeció. Él ya conocía cómo iban los juicios rápidos en Piccola Villa , uno de los peores barrios de la zona, ya ni se molestaban en leer las acusaciones, el veredicto siempre era el mismo, CULPABLE.

El problema llegó cuando frente a él había un muro de ladrillos naranjas de dos metros tapiando la calle, no lo pensó dos veces y se dispuso a saltar sobre un contenedor de basura mugriento y así superar la pared.

Sin embargo, lo máximo que logró fue poner un pie sobre el contenedor, perder el equilibrio y caer.

-Mierda, - dijo mientras se intentaba colocar el hombro desencajado por la caída. - esto no pasa en las películas.

Y en un momento estaba rodeado de agentes de policía.

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