Capítulo XIV

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A los 20 minutos de haber hecho los pedidos, la chica de cabello verdoso y uñas negro mate, dejó los cafés encima de la mesa con un movimiento suave y una sonrisa.

Una sonrisa amable, muy muy amable.

—Gracias —Dijo Gerard, alegrándose de que por fin pudiera tomar su infusión matutina. Cuando Ray los echó de su casa aquella mañana (casi a patadas), el chico esperaba al menos tener tiempo para beber algo, lo cual no ocurrió. Eso explicaba su actitud gruñona y la expresión de pocos amigos que había mantenido durante toda la mañana.

—¿Viste cómo te sonrió? —Frank comentó, y ciertamente, parecía muy incómodo con la situación. No dejaba de mirar (sin disimular ni un poco) a la mesera en cuestión y tampoco paraba de mover sus dedos nerviosamente sobre la mesa.

—No —Mintió, con media sonrisa. Batió torpemente sus pestañas, como había visto que hacían en las películas para salirse con la suya. ¿Funcionó? ¿Se había visto bien? Al menos un poco, ¿un poquitito bien?

Frank bufó, separando su vista de la de Gerard, como si estuviera ignorándolo.

El chico se sintió un poco mal, y bajó la cabeza, mirando al piso. Claro, esto hasta sentir que la cálida mano del guitarrista se fundía con la suya debajo de la mesa.

Gerard sonrió al tacto. Entrelazar sus dedos con él se sentía como reclamarlo, decir que era suyo, de nadie más. Nadie podía ver su gesto, pero no era necesario de todos modos. Él sabía que Iero lo quería cerca y eso era suficiente.

—Soy tan feliz. La comida me hace tan, tan feliz —Pete exclamó, había pedido distintas tartas y dulces sólo porque sentía ciertas ganas de hacerlo. En esos últimos días estuvo teniendo algo así como unos antojos extraños.

—Y me dices gordo a mí —Susurró para sí Way, cuidando de sólo Frank lo escuchara. No quería ser decapitado por Stump a tan corta edad por insultar a su completamente no-novio.

—Sabe especialmente bien cuando no tengo que pagar.

—En tus sueños —Contestó el pelirrojo, cambiando su sonrisa-a-causa-de-Frank-Iero-el-Dios-griego a una simplemente sarcástica, dirigida a Wentz.

—No... —Dijo Patrick, con una mirada levemente preocupada— no trajimos nada de dinero.

—El plan era, y es —Completó el moreno, aún con su medialuna en la boca— obligarlos a pagar.

—No trajimos nada de dinero —Imitó el guitarrista, poniendo su pálido rostro entre sus manos— porque queríamos hacerlos pagar a ustedes.

Los cuatro se intercambiaron expresivas miradas de preocupación mientras veían a la moza ir y venir con sus pedidos. Ninguno recordaba haber ordenado tantas cosas.

—Mierda —La palabra escapó de los labios de Patrick y este se sonrojó al instante, notando las múltiples miradas posadas sobre él. Nunca decía groserías, a menos de que fuera una situación especialmente estresante— vamos a ir a la cárcel. O nos van a poner una multa. Seguro vamos a morir. Ay, no quiero morir, Pete, no quiero morir ahora.

—Dios mío —Susurró este, poniendo los ojos en blanco— es una comida. No asesinamos a nadie, calmate un poco.

—Yo sí voy tener cargos por asesinato si no hacemos algo para arreglar esto ahora —Musitó Gerard, fijando su mirada en el chico. No era gracioso.

—Piedras, papel o tijeras —Sugirió Frank, intentando crear algo de calma en el tenso ambiente— el que pierde sale a buscar dinero, o una forma de pagar. Los otros se quedan y esperan.

Prozac y avellanas -Frerard-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora