Capítulo XXXI

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—¡Brendon, que mucho cambiaste, amor! —Chilló Ryan, dándole a Frank un fuerte abrazo y colocando su cabeza en su pecho. El chico sintió que si lo estrujaba más sus órganos explotarían, dejando pequeños trozos de Frank desparramados por la abarrotada habitación.

—Ryan, me estás matando —Susurró, intentando soltarse del agarre. No podía respirar apropiadamente pero tampoco le diría al pobre borracho que su tan amado novio estaba, en efecto, muerto.

Además, no reconocía a Ross en ese estado. Generalmente era una persona muy amable, quizás un poco demasiado amable y sensible a las emociones ajenas, pero ahora actuaba increíblemente desesperado, abrazando y aferrándose a todo lo que tuviera latido del corazón. Al menos cumplía el propósito de despejar la mente de Frank.

—Te extrañé tanto —Seguía él, ahora dándole besos en la mejilla. El chico intentó pisarle un pie pero Ryan seguía moviéndose al ritmo de la agitada música, haciendo casi imposible el poder alcanzarlo— ¿donde estuviste todo este tiempo? ¡Hasta cambiaron tus tatuajes!

—Ry, ¿mis tatuajes no son parecidos a los de alguien que ya conoces? —Intentó— ¿una persona que tiene un rostro parecido al mío? ¿No podía ser yo, ya sabes, FRANK IERO?

En efecto, no pudo evitar el alzar la voz al menos dos octavas en las últimas dos palabras. Sus nervios se empezaban a poner a prueba.

—Estos son más lindos —Rió Ryan inocentemente, trazando las líneas de los dibujos en sus brazos— nunca me gustó mucho ese... el del piano con las flores. Nope. Era muy tropical para mi gusto.

—¡Ross! —Gritó finalmente, hastiado del estúpido comportamiento de su amigo. Trató empujarlo lejos de sí con delicadeza, pero falló miserablemente y el esbelto cuerpo de este chocó con un par de desconocidas. Sobra decir que les pidió perdón rápidamente.

Al recuperarse, Ryan tenía una mirada atónita en su rostro. Observaba sus propias manos vacías,
respirando fuertemente por la boca y nariz, casi jadeando. Su mente no quería procesar que su novio no estaba entre sus brazos.

El pensamiento era irracional pero lo dominaba por completo.

—Si no eres Brendon... —Empezó, casi tropezando las palabras.

Con velocidad, se acercó al más bajo y lo sujetó por los hombros, mirando directamente a sus cálidos orbes avellana. Este sintió un helado escalofrío recorrerle la espalda y llegarle hasta la médula, alertándolo.

—¿Por qué quiero hacer esto? —Terminó, juntado sus labios con los de Frank. Sabían a vodka.

Ryan se movía rápido contra el tatuado, casi impaciente. La acción le tomó por sorpresa completamente, pero ¿qué importaba en ese momento, además la dolorosa realidad de que los dos estaban terriblemente jodidos?

Iero lentamente lo besó de vuelta, sólo para que el otro lo apartara de un empujón muy parecido al que él había dado momentos antes. Por suerte, Frank no chocó contra nada.

—¿Qué carajo te pasa? —Gruñó, ya enojado— ¿qué tomaste, idiota? ¿¡Qué carajo tomaste?!

La música acallaba los fuertes gritos de ambos, de modo que nadie volteó a mirar cuando el castaño empezó a sollozar. Intentaba cubrir su rostro con las manos pero casi no sentía nada, sus palmas estaban inconscientes. Empezaba a hacer efecto.

—Tu clonazepam.

Ross tomó varias profundas respiraciones, su pecho bajando y subiendo pausadamente. Las palabras le costaban en salir, se enredaban en su cabeza y le causaban dolores punzantes. Gimió y siguió hablando:

Prozac y avellanas -Frerard-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora