Capítulo XXXII

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—¡Entra al puto auto!

Entonces Gerard estaba gritando y de repente Frank sintió como que el mundo dejaba de tener un eje, sintió como que Ryan era peso muerto en sus brazos y más que nada, sintió que estaba cansado.

Porque todo en la vida era ridículo y agotador: su trabajo en la farmacia, guardar píldoras, tener pocos amigos, pasar su maldito tiempo no haciendo nada. Estaba tan increíblemente fatigado que perdía el sentido de la realidad: todo se desdibujaba. Ya no veía las luces del club desvanecerse a lo lejos, ni tampoco los edificios y oficinas que plagaban la cuidad.

—¿Qué pasó? —La voz de Gerard sonaba lejana, como si le estuviera hablando a través de una cortina de agua. Asintió, incapaz de darle una respuesta coherente sin que la cabeza se le prenda fuego— Frank, quiero que me digas que pasa, mierda, ¿quién eres exactamente y qué carajo está pasando?

—Frank —Repitió este, acariciaba el cabello de Ryan con sus dedos, observando embelesado como su pecho subía y bajaba. Aún respiraba, pero el movimiento cada vez era más acompasado y lento.

Gerard conducía más rápido de lo que había hecho años y ni siquiera sabía la razón. Había algo en la situación que le aceleraba el pulso y lo motivaba a presionar el acelerador, debía ayudar al tembloroso chico que cerraba fuertemente sus ojos en el asiento del copiloto. Era su obligación, tan simple como eso.

—Todo está bien, todo está bien —Dijo, soltando una mano del volante y agarrando la del más bajo. Estaba frío.

Frank, en ese momento, volvió a sentir con mucha fuerza: tenía miedo, estaba lloviendo y la música del auto retumbaba en sus oídos. Abrió la boca una y otra vez, respirando y sujetando fuertemente la mano del otro, mientras observaba a las gotas de lluvia caer una tras otra en el vidrio. Las contó para ver si eso lo ayudaba a calmarse.

—Nada está bien —Logró murmurar luego de un rato. Los ojos de Gerard estaban sobre él y el chico podía jurar que su mirada, dentro de todo el desastre que era la situación, lo reconfortaba. Lo hacía sentir a salvo de cualquier fuerza que quisiera dañarlo, incluso si la misma se encontraba dentro de su propia cabeza. Era ridículo, pensó.

—¿Por qué dices eso? —Preguntó el pelirrojo, maniobrando atentamente.

—Intenté matarme y nada salió bien —Escupió Iero, dejando que las lágrimas simplemente cayeran sobre sus mejillas. Eran cálidas— ¿recuerdas que trabajo en una farmacia? Bah, seguro que no. Bueno, trabajo en una y decidí robar un montón de antidepresivos para así poder matarme de una vez. Eran los correctos, sí, revisé antes de llevarlos. No como tu hiciste una vez, no era litio... esa mierda no funciona para dejar de respirar.

 esa mierda no funciona para dejar de respirar

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Gerard le apretó la mano inconscientemente. En su pecho nacieron tremendas ganas de besarlo, asegurarse de que nunca más en su vida pensara esas cosas horribles. ¿Por qué carajo le ocurrían esas cosas?

Prozac y avellanas -Frerard-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora