Capítulo XXX

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Gerard no quería salir de su maldita casa, así que la increíble idea de Mikey le parecía complemente fuera de lugar. Preferiría tragar vidrios antes de ir a una ridícula fiesta llena de drogas y jóvenes igual de ridículos. A pesar de no ser demasiado mayor... sentía una absurda aversión hacia los adolescentes. Casi le daban miedo. Al hombre de 22 años le aterrorizaban los adolescente así que intentaba evitarlos a toda costa, de esa forma no podían burlarse de él o llamarlo 'maricón'. No le importaría de todos modos, porque estaba acostumbrado al ser el típico raro que usa demasiado negro y nunca tiene ganas de hablar.

En cambio, le encantaba pintar. Dibujaba mucho recientemente, desde bosques llenos de árboles rojos que servían de hogar para sus ficticios vampiros, hasta superhéroes que vivían super-aventuras. Así mataba su tiempo.

Le gustaba eso de la vida lenta: despertaba, tomaba un montón de café y fumaba un montón de cigarrillos

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Le gustaba eso de la vida lenta: despertaba, tomaba un montón de café y fumaba un montón de cigarrillos. Trazaba sus obras. Volvía a tomar café. Y a dormir de nuevo.

Ahora que pensaba sobre su lista de actividades, todo sonaba mucho más depresivo de lo que recordaba. Uh.

Además, el estúpido chico del hospital solía arruinar su arte. Lo destruía. Porque digamos que, hipotéticamente, Gerard empezaba algo nuevo o tenía una idea nueva. Al momento de plasmarla en el lienzo, esta, irremediablemente, terminaría siendo un retrato del tal Frank. Ridículamente bonito.

Le molestaba en exceso no poder dibujar una maldita línea sin recordar la delicada curva de los labios del joven, sus bonitas cejas oscuras (¿era posible sentirse atraído hacia las cejas? Porque él ciertamente lo estaba) y más que nada, la forma en que lo había observado cuando estaba acostado en esa camilla. Tiñó su realidad de color avellana.

A la mierda.

—¡Lo estoy haciendo de nuevo, Mikey! —Gritó, tirando sus pinceles al suelo. Estaba harto de sí mismo.

—¿Qué cosa, loquito? —Preguntó este, recostándose en el marco de la puerta, sin tener un ápice de humor en el rostro. Hacía un intento por parecer feliz, pero le salía terrible.

El rubio era un desastre estos últimos días y Gerard era muy cobarde para preguntar qué le pasaba. Tenía demasiadas cosas ocupando su propia mente y añadir más leña al fuego no lo ayudaría en nada. Se consideraba asquerosamente egoísta, pero no hacía nada para remediarlo. Típico.

—Estoy dibujando a Frankie —Murmuró, abriendo sus ojos de sobremanera y curveando sus labios en un involuntario puchero. Quería llorar y realmente no sabía la razón.

—¿Dijiste Frankie? —Por su parte, Mikey sonaba increíblemente afectado. Su voz tenía un matiz candente, parecido a lo que ocurriría si las palabras estuvieran atoradas en su garganta.

—Sí —Confirmó— ¡no sé por qué sigo llamándolo así! Suena estúpido, pero... siento que no sé nada y me está volviendo loco. Dime adiós porque en poco tiempo voy a pintar desde el manicomio.

Prozac y avellanas -Frerard-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora