Capitulo VII

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Gerard dejó los pinceles y brochas a un lado, bastante satisfecho con el trabajo que había hecho. Lucía agotado y demacrado por la falta de comida y descanso, a este aspecto se sumaban las marcadas ojeras bajo sus orbes verdes y las purpúreas manchas de pintura en sus brazos, que asemejaban moretones. Un vagabundo tenía mejor aspecto que él.

Eran las cinco y media de la mañana, significando que el sol se asomaba levemente a través de sus cortinas azules. Gee tenía una mala costumbre; si es que tenía algo importante que hacer a la mañana, levantarse parecía una tortura china. Pero en días como aquel, en los cuales podía sentarse a mirar el pasto crecer si le apetecía, se despertaba antes de que los gallos cantaran.

Cuanto amo el realismo, pensó, tomando un sorbo de su café matutino. El cálido líquido lo hacía sentir menos como un tacho de basura y un poco más como una persona; cosa que sólo podía lograr Frank Iero. Si pudiera casarse con cualquiera de las dos opciones, sería feliz.

Sonrió para sí mismo observando su obra terminada. Repasó las fuertes líneas que había trazado en los ojos del que era ahora su musa, e intentó convencerse de que el dibujo le hacía justicia a todo lo que era en la vida real. Aunque su dibujo nunca podría ilustrar la sonora risa que poseía el guitarrista, ni tampoco podría enseñarle al mundo lo tierno que se veía cuando estaba avergonzado y cubría con sus manos su rojizo rostro; todas los pequeños detalles que hacían al guitarrista ser sí mismo nunca podrían ser plasmados en papel.

—¿Quién te va a comprar eso? —La voz de su hermano lo sacó de sus pensamientos, lo cual agradeció, porque lo que menos necesitaba era dar rienda suelta a los pensamientos que tenía con el chico.

—Estoy segura de que Linda Iero va a estar más que encantada de darme algo a cambio de esto. —Repuso, acomodando su rojo cabello hacia el lado que le gustaba.

—¿Quién es Linda? —Preguntó, sin quitar la mirada del cuadro.— No sabía que tenía novia, ¿está casado?

Gerard sintió una especie de molestia en el fondo de su pecho, casi como si alguien lo hubiera insultado personalmente o hubiera comido el último trozo de pizza. Intentó contestar pero sus intentos fueron en vano, tenía algo parecido a un nudo en la garganta que le impedía decir nada. ¿Estaba enfermo? No, su temperatura era normal y no le dolía nada. Es el cansancio, trató de convencerse, el cansancio nos hace hacer y sentir cosas estúpidas.

—Su mamá —Aclaró con una tos, una vez que recuperó el habla.— Es una mujer muy agradable, realmente. Aunque no parece diferenciar muy bien entre las—

—Espera ahí, tigre. —Lo cortó el menor, acercándose hacia él. Con una mano, tocó su frente como si estuviera chequeando que no tuviera fiebre.— ¿Te sientes bien? ¿Cómo que conociste a sus padres? ¿Hay algo de lo que no me estoy enterando? Porque desde la última vez que revisé, Iero no tenía una vagina.

—¿Revisaste? ¿Tigre? —Mikey sólo había contribuido a su confusión, ¿de qué estaba hablando siquiera?
Gerard se levantó abruptamente y con un rápido movimiento cubrió su pintura; ya no tenía ganas de que nadie la viera, ya no quería que nadie se entrometiera en su vida personal. Y qué si había dibujado a alguien a quien conoció por más o menos una semana, Iero simplemente tenía facciones perfectas para ser retradas. Era sólo eso, una cara simétrica.— Y no me llames tigre nunca más.

—Está bien, osa.

—No.

—¿Zebra?

—Fuera —Sus comentarios estúpidos no hacían más que alimentar las ganas de Gerard de escupirle su café. Aunque no lo haría, su espresso doble era muy bueno para terminar desperdiciado así, y era muy temprano en la mañana para lidiar con la puteada que iba a tener que aguantar— Frank es un amigo.

Prozac y avellanas -Frerard-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora