Capítulo 5

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Tengo 1 hora y 55 minutos de vuelo por delante. Me acomodo en el asiento. Cuando llegue a Paris debo hacer un montón de cosas. Decido ponerme mis cascos y envolverme en la música. Una voz de fondo me despierta de mi mundo. Me quito rápidamente los cascos y miro a la pantalla que se ha enchufado en el techo del avión. Al ver la advertencia de desconectar el móvil o ponerlo en modo avión pego un bote en el asiento. Rebusco rápidamente en mi mochila hasta que encuentro el teléfono. Desinstalo todo tipo de aplicaciones que puedan dar señales del lugar en donde me encuentro. Apago el móvil y saco mi tarjeta. Me giro hacia la derecha para ver si mi compañero de asiento está pendiente de mis actuaciones. Cuando compruebo que no lo está, dejo caer mi tarjeta bajo el asiento. Ya estoy incomunicada, cuando baje del avión nadie podrá rastrear mi ubicación. Sin darme cuenta me he perdido todas las recomendaciones de la pantalla.

De repente, comienzan a desaparecer las pantallas y aparece una azafata en cada parte del avión. Empiezo a ponerme muy tensa. Es mi primer vuelo y lo voy a vivir sola, sin nadie en quien apoyarme. Las azafatas realizan su baile típico, mostrando todas las salidas de emergencias y las diferentes actuaciones a llevar a cabo en caso de peligro. Mi corazón late más rápido, debido a que el final de sus movimientos significa el despegue del avión. Terminan y toman asiento. Compruebo que llevo bien atado el cinturón y me agarro en los reposamanos.

Oigo una voz de fondo, deduzco que es el piloto. Nos desea un buen viaje a la vez que nos habla de las condiciones ambientales del vuelo. Hay algo que no me suena bien. Nos dice que las condiciones climatológicas no son las más deseadas, siendo posible atravesar una tormenta. Dicha información me crea mucha inquietud. Finalmente, lo arregla diciendo que no es del todo seguro, ya que el tiempo puede cambiar de un momento a otro.

El avión arranca. Nos pegamos un buen rato dando vueltas. Se me hace raro. ¿Por qué no despega ya? Mis nervios se hacen cada vez mayores. Al cabo de unos 5 minutos aproximadamente se vuelve a oír otra voz que nos comunica que ya podemos despegar. Por lo visto el piloto estaría esperando a tener una pista libre. De repente, el avión hace un giro hacia la derecha y nos plantamos en una larga recta. Antes de despegar me da por mirar a través de la ventana y veo el cielo muy nublado, lo que me crea mayor inquietud. Comenzamos a coger mucha velocidad. Mi cuerpo se pega fuertemente al asiento. Cojo aire y la presión que ejerzo contra este es cada vez mayor. Conforme el avión va cogiendo altura mi pánico incrementa, en la misma proporción. Me da por girarme hacia la derecha y al ver la altura a la que nos encontramos me empiezo a marear. Llevo mi cabeza a la posición original. Menuda estupidez he hecho. El tiempo pasa y aún seguimos subiendo. No puede ser, se me va a salir el corazón del pecho. Cierro los ojos para intentar relajarme.

Entonces, suena una campana. Abro los ojos. La luz de los cinturones se ha apagado, eso significa que ya no vamos a coger más altura. Por si acaso, voy a tratar de no quitarme el cinturón. Observo cómo la gente se lo quita; incluso algunos de ellos se levantan y caminan en dirección a los baños. Yo sería incapaz. Aunque estuviera a punto de explotar, dudo que me levantara para ir al servicio.

Cuando ya llevamos unos minutos a la misma altura consigo relajarme un poco. Alcanzo mi mochila, busco en lo más profundo de esta y saco una cajita de madera. La coloco sobre mis rodillas y devuelvo la mochila al suelo. La abro cuidosamente para que no se caiga todo el contenido que hay en esta. Si llego a quedarme más tiempo en Barcelona no me hubiera cabido ningún papel más. Está a rebosar. Saco el papel que está situado más arriba. Lo abro con desprecio y comienzo a leer:

Querida Anne:

Ya estoy aquí otra vez. Me echabas de menos, ¿Verdad? Normal, ya ha pasado casi un día desde la anterior carta. Ya me perdonarás por el retraso, pero seguro que ha merecido la pena esta espera.

De todos modos, aunque no hayas recibido ninguna notica mía he estado siempre a tu lado, percibiendo todos tus movimientos. ¿Te has cambiado de colonia, verdad? Pues que sepas que no me gusta nada tu nuevo olor, espero que a partir de ahora vuelvas a la colonia anterior, porque si no me enfadaré y será peor.

Por cierto, últimamente sales poco de casa y eso no me gusta. Solo sales para comprar el pan. Vas a la panadería y vuelves. Ya ni te arreglas para que te veamos guapa. Bueno, guapa entre comillas porque por mucho que lo intentes nunca lo conseguirás.

Mañana quiero volver a verte ir al parque con esas "súper" amigas tuyas, bueno si se pueden llamar amigas. Si no sales de casa tendré que ir a visitarte yo. No puedo pasar ni un día más sin verte. Hasta mañana, querida. Adjunto dos fotos tuyas de ayer por la noche mientras dormías.

Adiós guapa.

Comienzo a derramar lágrimas a mansalva. Doblo la carta y la meto en su caja. Saco rápidamente mis gafas de sol para evitar que nadie me vea llorar. No me explico cómo esta persona puede saber lo que hago en cada momento, lo que siento, cómo voy vestida...No puedo más. Esto no se lo deseo a nadie. Me he planteado mil y una veces contarles todo a mis padres e ir a la policía. Pero no puedo...me tiene contra la espada y la pared. Si yo doy un paso, él o ella da dos. Lo hace tan bien que aún no sé ni su género, después de haber recibido más de 60 cartas en dos meses. Hay días en los que he llegado a recibir dos cartas e incluso tres. Una vez empecé a contarle a mi hermana una pincelada de la situación. Y, en segundos me llego un mensaje al móvil en el que me decía textualmente "O te callas, o será peor". ¿Cómo puede conseguir fotos mías, o saber lo que hago en cada momento? Tengo todas las ventanas cerradas, sin dejar pasar ni un rayo de luz. Y, he revisado mil veces todas las paredes de mi habitación en busca de cámaras. Nunca he encontrado nada. No me lo explico. Es todo tan complicado. ¿Por qué a mí? En Barcelona me sentía indefensa, desprotegida, sin ninguna posibilidad de actuación hacia ningún sitio. Paso que daba paso que descubría, estaba atada de pies a cabeza. Le bloqueaba el teléfono y recibía mensajes desde otro número, pero siempre a través de números privados para que no le pudiera pillar. Era insufrible. Lo peor de todo es que tengo la sensación de que sabe que estoy de camino a París. ¿Cómo? No lo sé, pero lo siento. No sería la primera vez que sabe lo que voy a hacer en cada momento.

Yo recogía todas las cartas que traía el cartero para que nadie pudiera interceptarlas. Otras cartas me aparecían en el cajón de clase, en mi mochila...bueno, en cualquier sitio.

Repentinamente, comienzo a notar botes en el estómago. Parece como si estuviéramos pasando unos baches. Me seco las lágrimas y devuelvo la caja a la mochila. Me da por volver a mirar por la ventana y solo veo una gran cantidad de rayos. El ruido estruendoso de estos me hace agarrarme fuerte al asiento.

Se enciende la luz del cinturón. Al verlo, mi cara se convierte en un poema. Algo raro pasa, ya que solo debería aparecer la luz cuando estemos aterrizando, tal y como han comentado las azafatas. Y, de momento, el piloto no ha mencionado nada del aterrizaje, ni los controladores se han comunicado con este para comunicarle que tiene una pista libre para aterrizar. Mi vello comienza a erizarse. Aprieto fuertemente el asiento, percibiendo como se vuelve resbaladizo, a consecuencia del sudor que desprenden mis manos. Las levanto para secarlas en mi pantalón y me vuelvo a enganchar rápidamente.

El piloto comienza a hablar, diciéndonos que estamos atravesando una fuerte tormenta. Oímos como si intentara decir algo más y, de repente se calla, a la vez que pegamos un gran bote. Empiezo a llorar de la tensión. No paramos de hacer cambios repentinos de posición; subiendo y bajando. La sensación es horrible. El viento choca con violencia contra el avión, lo que genera movimientos muy bruscos. Los rayos comienzan a ser más duraderos y amenazantes. Parece que voy a salir despedida del asiento. La tensión se incrementa por momentos. Parezco un manantial de la gran cantidad de lágrimas que estoy desprendiendo. Mis piernas no paran de moverse haciendo movimiento rápidos de subida y de bajada. Cada segundo que pasa, los botes son más bruscos y más largos.

Si darme cuenta, me siento como si estuviera boca abajo en una caída libre. Mis dientes no paran de rechinar. Mis impresiones eran veraces, ya que mi compañero de al lado comienza a chillar "¡Nos estrellamos!", a la vez que comienza a santiguarse. Los nervios y el estrés invaden el avión. La gran cantidad de gritos y plegarias de la gente impiden que pueda oír el fuerte ruido de los truenos.

El avión coge velocidad, como si estuviéramos cayendo en picado. Nos vamos a estampar. ¿De verdad me merezco esto? Salgo de una y me meto en otra. La velocidad de la caída se incrementa por segundos.

Libertad #DulceSal #ConcursoOreoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora