Capítulo 16

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- ¿Por qué cierras todo de par el par?, ¿tienes miedo? –lanzo una carcajada. Su reacción me permite averiguar que la pregunta no ha sido de su agrado. Se sienta en el sofá y me clava su penetrante mirada.

- Era broma Dy, no te lo tomes a mal –me siento a su lado y le remuevo el pelo. Al darme cuenta de lo que estaba haciendo, paro en seco. La mayoría de los hombres odian que les toquen sus cabellos. Por lo visto no le ha sentado mal mi gesto, ni se ha inmutado. Eso me gusta, agradezco encontrarme con gente que esté fuera del típico patrón de chico o chica.

- Desde pequeño he vivido en una buhardilla, donde estaba rodeado de murciélagos y otros seres extraños. Mi única luz provenía de una pequeña ventana en forma de óvalo y de una lámpara situada en la mesilla que lindaba con mi cama. Siempre he vivido en la penumbra. De ahí que ahora busque la oscuridad, es mi hábitat. Cuando estoy en un lugar donde hay excesiva luz me siento incómodo, incluso me crea dolor de cabeza ya que no estoy acostumbrado a ella –murmura con la mirada perdida en el suelo.

Me acabo de quedar sin palabras. Me da la impresión de que ha vivido aislado del mundo. Qué raro, me encantaría seguir indagando. Amo el cotilleo, pero esta historia le produce dolor.

- Cuando yo tenía cuatro años mis padres se divorciaron y ninguno de los dos quiso hacerse cargo de mí. Recuerdo esos momentos con mucha angustia. De vez en cuando me viene alguna noción de esos tiempos y veo la imagen de mis padres discutiendo para ver quién de los dos se quedaba conmigo, como si fuera un muñeco. Después de un centenar de discusiones, acabé en un orfanato –continúa narrando.

Pobre chico... todo lo que habrá tenido que vivir. Y yo que quería dejarle en la calle. Ahora mismo me siento fatal. No sé ni que decirle, solo me entran ganas de darle un abrazo sin límites de tiempo. Lo hago y él me lo devuelve. Ambos permanecemos enredados sin decir ni una sola palabra, solo transmitimos nuestras emociones y yo trato de mostrarle mi apoyo. Después de un rato largo en el tiempo, aunque, corto para nosotros, nos despegamos. Me mira y vuelve a apartar su mirada.

- Permanecí alrededor de un año encerrado en ese edificio. Debo decir que, a pesar de todo, fue el mejor año de mi vida. Conocí a multitud de niños de todas las franjas de edad. Cada uno de ellos había soportado infinidad de situaciones pésimas, las cuales debería estar prohibidas para todo el mundo pero, en especial, para los niños. Entablé muy buenas amistades ahí dentro. Pasado el tiempo, conforme fui creciendo, traté de buscarles pero fue una labor imposible. Una vez que desapareces del orfanato se cortan todos los lazos con la gente que habita ahí. Es muy frustrante, las únicas personas que quería retener en mi vida, no pude... –suelta alguna que otra lágrima a escondidas.

Cuando conozco a gente en estas situaciones me siento estúpida. Lo mío no es nada comparado con esto. Yo he podido vivir junto a mi familia, junto a la gente que me quiere y, sobre todo, he tenido una infancia tranquila.

- Me adoptó una familia un poco extraña, vivían en un cobertizo con seis niños más, en la misma situación que yo. En esa casa no existía vida familiar, cada uno iba a su bola. Llegué muy ilusionado con la esperanza de poder llevar una vida "normal" pero, al cabo de unos días, mis esperanzas se derrumbaron. Nada más llegar me enseñaron mi habitación, donde tenía todo lo necesario para sobrevivir sin necesidad de salir de ahí. La primera semana siempre me llamaban para comer junto a mis padres adoptivos. No obstante, los demás niños no salían casi de las habitaciones, la comida se la llevaban a sus cuartos. Yo no paraba de preguntarme el porqué de esa situación. Al cabo de unos días lo comprendí, cuando pasé a ser otro niño igual que los demás. Solo salía de mi habitación para ir a la calle. Y esto dependía de que ellos me dieran su permiso. Solo querían ganarse mi confianza... -me mira con los ojos encharcados. –En el momento en que adquirí la edad legal para trabajar traté de buscarme un empleo, a escondidas de mis padres adoptivos. Si ellos se hubieran enterado de mi nueva ocupación, habrían intentado quitarme todas las ganancias. Conseguí mantenerlo en secreto un par de meses hasta que me descubrieron. En ese momento me cayó una bronca monumental. Entonces, subieron a mi habitación y sacaron todos mis ahorros de la hucha. Si bien, yo fui previsor y solo guardé ahí la mitad de mi jornal. De esta manera, ellos solo esperarían recibir la mitad de mi salario y yo podría seguir ahorrando sin que se enterasen –intenta mostrar una sonrisa como símbolo de su perspicacia. –Y... hasta ahora. En el momento en cual conseguí ahorrar el dinero suficiente abandoné esa casa.

- ¿Te escapaste? –pregunto intrigada.

- No. Me inventé una excusa. Les dije que había localizado a mis padres biológicos y, a base de muchas discusiones, conseguí que me dejaran "pasar las vacaciones con ellos". Aunque si te soy sincero, no creo que hubiera pasado nada si me hubiera escapado. Antes de irme, se escapó otro chico y no movieron ni un solo dedo para encontrarlo. Pero, prefería hacer las cosas bien –muestra rostro de tristeza por la impotencia que le causa tal situación. –Bueno...cambiemos de tema que no me quiero poner melancólico –me agarra de los brazos, mientras me balancea. –Despierta que te has quedado embobada. Venga a cenar –se levanta, desaparece de mi visión y vuelve con un par de tenedores y de vasos. Me ofrece uno. Lo cojo y me acerco a la mesa para llevar algo de comida a mi estómago. No tengo nada de hambre y no sé cómo decírselo. Su historia me ha quitado el apetito.

Me siento y ojeo la comida, me dan arcadas. Si me acerco algo a la boca acabaré vomitando.

- Venga, coge algo –me dice insistentemente.

Estiro el brazo y alcanzo una croqueta para que se calle. Me la acerco a la boca y comienzo a pegar bocados de hormiga. Finalmente me la acabo, a pesar de haberme costado cerca de cinco minutos. Cojo otra y vuelvo a tarar el mismo tiempo, o incluso más.

- No puedo más, el estrés del viaje me ha cerrado el estómago –manifiesto.

- ¿Seguro? Has comido muy poco –dice a regañadientes.

- Sí, papá –respondo con un tono jocoso.

Me levanto, recojo la mesa y me tiro en el sofá a ver la tele. Dy desaparece del salón. Oigo el sonido del agua cayendo, así que estará fregando la vajilla. Cada vez me pesan más los ojos, estoy muy cansada.

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Un ruido me despierta. Abro un ojo y observo cómo Dy está escondiendo una caja de madera, de tamaño mediano, en el mueble situado bajo la tele. No para de girarse para mirarme. Parece que no quiere que me entere de lo que está escondiendo ni dónde, así que vuelvo a cerrar los ojos. Serán secretos de su infancia, no debo entrometerme.

- ¡Carla! ¡Carla! –me despierta Dy de un sobresalto. Mira, otra vez la chica desaparecida –señala hacia el televisor.

Me siento y observo la tele.

- Pobre...-respondo sin saber que decir. Entre que estoy dormida y que esa chica soy yo misma, no sé qué decir...

- Lo curioso es que su cara me recuerda a alguien –dice Dy mirándome fijamente.

Libertad #DulceSal #ConcursoOreoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora