Capítulo 17

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*Narra Sue*

Soy una bestia. Intento realizar giros con mi muñeca, pero el dolor me lo impide. En cada movimiento me desgarro por dentro, llegando a perder la consciencia en algunos momentos. Otra persona se vuelve a acercar a mí.

- Chica, ¿necesitas ayuda? –se agacha una señorita y apoya su mano en mi rodilla.

- No puedo mover la mano...-se la muestro.

Intenta tocarla para comprobar si hay alguna rotura pero mi angustia le impide hacer muchas maniobras. El dolor es insoportable. Sale mi madre por la puerta de la comisaría. Lleva un semblante muy pálido para lo colorada que suele estar ella. Se gira y me mira fijamente. Sus ojos me permiten averiguar el cabreo que lleva. Pocas veces la he visto en esta situación, me asusta. Prefiero un cabreo de mi padre, a pesar de lo fuerte que es, ya que me espero sus posibles actuaciones. Mientras que mi madre, no sé por dónde puede salir ante una situación como esta.

- ¡Vamos, Sue! –tira de mi brazo herido para llevarme tras ella. Su tono es más elevado que de normal.

- ¡Ay! –chillo a grito pelado por el dolor que me causa.

Mi grito no genera ningún tipo de reacción en mi madre. Sigue tirando de mí. Mi dolor es cada vez mayor. Trato de frenarla y ella aprieta fuerte mi mano. Veo las estrellas.

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- ¡Sue!, ¡Sue! –me despiertan los chillidos. Abro, lentamente, los ojos y compruebo que estoy rodeada de gente. No sé qué ha pasado, estiro el brazo para palpar el lugar donde me hallo. Es el suelo. Un hombre se acerca a mi cara con un aparato parecido a un bolígrafo con una especie de linterna en uno de sus extremos. Me abre los ojos apuntándome con esa luz.

- Sue, ¿me oyes? –me pregunta. Va vestido con un uniforme característico en su profesión, es un médico.

- Sí, ¿qué ha pasado? –pregunto buscando a mi madre entre toda la muchedumbre. Hago el esfuerzo de sentarme, pero me lo impiden.

- Te acabas de desmayar. Te vamos a llevar al hospital. Es la segunda vez que te has desvanecido en un mismo día, según nos ha comentado tu madre –me coge del brazo para ayudarme a ponerme en pie.

- ¡Ay! –vuelvo a chillar. Todo el mundo que me toca va a parar al mismo brazo. –Me duele mucho la muñeca –murmuro. El experto observa mi mano durante un rato.

- A primera vista tienes una rotura –me agarra por debajo de los brazos, facilitándome el ponerme en pie. Me dirige a la ambulancia y mi madre sigue nuestros pasos. Al entrar, me tumban en una camilla y comienzan a realizarme una serie de pruebas: pulso, tensión... Durante un buen rato busco la complicidad en la mirada de mi madre, pero no la encuentro. Tiene la mirada perdida. Desprende una sensación de... bueno, no sé ni qué tipo de sentimientos deben estar pasando por su cabeza: odio, enfado, preocupación, tristeza... me preocupa. Ha perdido toda su esencia. Da la impresión de ser una persona vacía, sin contenido. Está hundida.

Llegamos al hospital, me colocan un gotero y me hacen una radiografía. Mientras espero los resultados, tengo a mi madre sentada a mi lado. No cruzamos ninguna palabra mientras permanecemos a la espera de las conclusiones médicas.

De repente, viene el Doctor Rodríguez con unos papeles en la mano.

- Su hija tiene roto el hueso escafoides de la muñeca. Hay que escayolarla. Tendrá que llevar el yeso durante 45 días y, según los resultados conseguidos tras estos días, es posible que deba hacer rehabilitación. Mientras el facultativo comunica a mi madre todos los datos relevantes, una enfermera me coloca una venda y la moja. Realiza este proceso repetidas veces con multitud de vendas. Esto me genera dolor, pero aguanto como una jabata. Cuando terminan, desaparecen por la puerta y nos volvemos a quedar solas.

- Sue, ¿por qué no nos dijiste nada? Tu hermana estaba sufriendo y nosotros podríamos haberla ayudado –rompe a llorar.

- Mamá... no sabía qué hacer. Cuando lo descubrí... me quedé paralizada. Ella nunca me contó nada. Miento, una vez lo intentó, sonó su móvil y cambió el tema de forma radical. Días después descubrí la carta, entonces comencé a entender todo –respondo, evitado cruzarme con su mirada.

- ¿Y ahora cómo sabemos si está bien? Acaba de cumplir los 18 años, es una niña. Tenemos que encontrarla y hacerle regresar a casa. Ella nunca ha salido de la ciudad, ¿cómo va a sobrevivir sola? –anda de lado a lado de la habitación.

Se abre la puerta, es mi padre. Cierra de un portazo y se acerca a paso ligero hacia mi cama. Mi madre se aproxima a él y le agarra del brazo.

- Pero, ¿tú eres tonta? –chilla. - ¿Así nos pagáis todo lo que os hemos dado a lo largo de vuestra vida? –mi madre lo aleja de la cama.

- ¡Vale! –grita mi madre.

- ¿Cómo que vale? ¿Pero tú te estás escuchando? Tu hija se ha escapado, la otra se lo permite, no nos cuenta nada y tú diciéndome que me calle. Esto nos pasa por haberles permitido todo. No se merecen nada –golpea la camilla. - ¿Y tú, qué?, ¿no piensas decir nada? Para darle el consentimiento a tu hermana sí que tenías boquita y, ¿ahora? – me mira fijamente a escasa distancia. -¡Responde! –vuelve a elevar el tono.

Se vuelve a abrir la puerta. Entran dos enfermeras con un segurata. Los chillidos de mis padres se deben de estar oyendo por todo el hospital. Al ver el panorama, el guardia se acerca veloz hacia mi padre, le separa de mí y le esposa las manos a la espalda.

- Señor, está en un hospital. Debe mantener silencio y respetar a los demás pacientes –dice el segurata mientras se lleva a mi padre.

- ¡Ella no nos ha respetado en ningún momento, se ha reído de nosotros! –manifiesta a los cuatro vientos mientras avanza por el pasillo.

Libertad #DulceSal #ConcursoOreoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora