El conjuro

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Sentí cierta curiosidad ante el nuevo aprendiz, por lo que decidí  seguir haciéndole preguntas.
-¿Qué te trajo aquí?- pregunté curiosa.
-Eso mismo te puedo preguntar yo- dijo él con una sonrisa ladeada.
-Me crié aquí- dije -ahora vivo en Estados Unidos-
-Interesante- dijo él.
-¿Qué les ocurre a tus manos?- dije al ver que estaban algo rígidas.
-No es nada- dijo ocultándolas con vergüenza.
-Tal vez puedo ayudarte- dije -se de esas cosas ¿vale?-
-Solo el anciano me puede ayudar- dijo él -tú solo eres...-
-Está bien- dije seria.

Cuando llegamos el templo, me fui con el maestro para mí entrenamiento rutinario.

Cada vez controlaba mejor mis poderes y  estaba muy contenta por ello.
Por lo menos mi cabello ya no se volvía del color de las llamas cuando usaba mis poderes.
-Sé- dijo el anciano -qué quieres ayudar a Stephen con su problema-
-Sabes que puedo curarle- dije -déjeme intentarlo-
-Le convenceré- dijo él -sabes tratar ese tipo de cosas-
-Pero necesitaré su ayuda- dije -usted sabe los conjuros necesarios-
-Ya sabes usarlos ¿No?- dijo sonriendo.
-Si- sonreí -gracias maestro-

Fui a la biblioteca y busqué en algunos libros conjuros que me fuesen útiles.

Aprendí a  hacer magia porque mi padre me aconsejó para poder defenderme sin tener que usar  mis poderes.
En mi opinión la magia era útil, pero nada se comparaba con quemar cosas o hacer que tus enemigos se quedasen atrapados en un círculo de lava hirviente.

Salí a meditar al patio después de colocar los libros en su lugar correspondiente.
Era un patio de piedra con unas hermosas vistas del paisaje y algunos árboles que lo rodeaban.
Justo en medio de mi sesión de meditación, una voz profunda sonó a mi espalda.
-El maestro- dijo Stephen con tono de duda -dice que puedes ayudarme-
-Intenté decírtelo- dije con tono  -pero puede que ahora no me interese ayudarte-
-Por favor- dijo arrodillándose frente a mí -llevo años buscando el remedio para esto-
-Está bien- dije apartando el pelo de mi rostro -acompáñame-
-¿Qué?- dijo confuso.
-Necesito conseguir unas cosas- dije con una sonrisa mientras me levantaba -¿Quieres curarte o no?-
-Va... vale- dijo con cierto temor.

Mandé a uno de los chicos del pueblo para que consiguiese algunos ingredientes.

Por otro lado, nosotros fuimos a dar un pequeño paseo por la montaña.
El paisaje era precioso, el cielo estaba totalmente despejado, el sol brillaba y la brisa soplaba con mucha suavidad.

Stephen estaba confuso y nervioso, se le notaba porque la rigidez de sus manos empeoraba.
Tomé su mano con suavidad y paré para hablar con él.
-Stephen no te haré daño- dije -sé lo que estoy haciendo-
-Lo sé- dijo él.
-Entonces ¿Por qué estas tan nervioso?- pregunté -seguramente antes de venir aquí tenías a todas las chicas que  quisieses, así que no me digas que te intimido-
-¿Por qué crees eso?- dijo asombrado.
-Porque no es que pases desapercibido precisamente- dije -y créeme convivo con un montón de chicos-
-¿En serio?- dijo él.
-Si- dije para mirar unas flores que crecían en lo alto de unas rocas -sujétame esto-

Le di mi chaqueta y me dispuse a escalar a lo más alto para conseguir las flores.

Intenté estar tranquila, ya que si me frustraba lo más probable era que mis manos comenzasen a soltar lava y llamas.
Cuando obtuve lo que quería, bajé y noté como mis manos comenzaban a calentarse.
Le di las flores a Stephen y corrí todo lo rápido que pude.

Correr entre aquellas rocas se hacía complicado, y más aún cuando Stephen me seguía.
Llegué a un lago que se había formado por la nieve que se estaba derritiendo en las cumbres.
Metí las manos en el agua helada pudiendo escuchar un siseo al chocar mis manos en la superficie.
Aquello dolía como si millones de agujas se me clavasen en las manos, pero no debía dejar que supiesen mi secreto a parte de los niños del pueblo.

Las lágrimas caían por mi rostro debido al dolor. Pero cuando se disipó, pude sacar mis manos y secarlas con cuidado a mi camisa.
Stephen llegó a mi lado y me levanté.
-¿Por qué corrías así?- dijo con la respiración agitada por la carrera.
-No importa- dije -vamos-
-Espera- dijo él agarrando mi manga -No creo que tengas que ocultarme nada si me vas a curar-
-Acabamos de conocernos- reí -no es bueno abrirse tanto la primera vez-
-¿Ah si?- dijo con una sonrisa pícara, suponía que por el doble sentido de mi frase -en un par de días seguro que no dirás lo mismo-
-Ya veremos- dije riendo.

Volvimos al patio del templo y nos sentamos justo en el centro.

Cuando el muchacho nos dio el resto de ingredientes, los mezclé en un cuenco de madera.
Aquello desprendía un fuerte olor, pero si lo hacía era que lo estaba elaborando bien.
Cuando obtuve una consistencia pastosa y de color verde muy oscuro, prácticamente negro tomé un poco en mi mano derecha.
-Dame tus manos- dije con una dulce sonrisa.
-¿Estás segura de lo que haces?- dijo él algo temeroso.
-Confía en mí- dije sonriendo mientras aplicaba la pasta por todas sus manos con suaves masajes -puede que notes un poco de quemazón al principio y luego notarás tirantez-
-Vale- dijo él tragando saliva.

Cubrí sus manos con las mías y comencé a recitar el conjuro exactamente igual que en el libro.

Las manos de Stephen se iluminaron y él comenzó a aguantar sus quejidos por el dolor.
Al terminar, vendé sus manos con cuidado y sonreí.
-Por la mañana- dije -solo tienes que quitarte las vendas y lavarte las manos. Repetiremos el proceso a la misma hora mañana, pasado y una última vez el lunes antes de irme-
-¿Por qué te quedas tan poco tiempo?- dijo él curioso.
-Mi familia me necesita- dije con una suave sonrisa -me voy a mi dormitorio-
-¿No vas a cenar?- dijo Stephen.
-Tranquilo- dije -el maestro mandará que alguien me lleve la cena-

Dediqué una de mis mejores sonrisas a Stephen y fui a mi dormitorio con gran orgullo.

Cosa de magia (Dr. Extraño y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora