Después del primer impulso tras el inesperado disparo todo ha sucedido muy deprisa.
Edward, que ha seguido a su hermano sin que este se haya dado cuenta, ha salido corriendo hacia el acantilado dejando su pistola tirada en la playa tras de sí.
Nicolás ha dudado por un momento si quedarse donde está o ir a socorrer al pescador. Finalmente ha optado por ir en ayuda del asustado Daniel, quien, en estado de shock, no se ha movido ni un milímetro.
Los escoltas de Guillermo, por fin han reaccionado. Con repentina prisa, acuden a socorrer a su señor, pese a que, en realidad, ya era algo tarde para eso. Guillermo ha sufrido una fea herida en la pierna por la que asomaba un trozo de hueso ensangrentado. La bala le ha rozado en su trayectoria antes de estrellarse contra la arena. La espada ha quedado abandonada a su lado. Se ha quedado inconsciente debido al fuerte golpe que se ha dado en la cabeza al caer. Es una suerte, pues la pierna rota le dolerá insoportablemente en cuanto despierte, si llega a hacerlo.
Mientras sus ineficaces escoltas se encargan de atender a Guillermo, dejando escapar así al pirata, Ana y Nicolás han aprovechado para llevarse de allí al asustado Daniel. Nadie se lo ha impedido, pues Nicolás no era el pirata al que debían detener para pagar por ese intento de asesinato a sangre fría. Pues, pese a toda la buena intención de Edward, eso es lo que había sido, una mancha mas en su innumerable lista de crimenes.
Ahora Ana y Nicolás se encuentran en casa de la joven.
Sus padres se han alegrado de que esté a salvo.
Tras escuchar el relato de boca de su hija, han avisado de inmediato a la familia de Daniel para ponerles al tanto de lo sucedido. Ahora la casa está demasiado llena de gente, cuando lo que los tres jóvenes necesitan es tranquilidad.¿Qué pasará ahora? Se pregunta Ana mientras observa la calle desde la ventana del salón de Rosa. Su prometido se debate entre la vida y la muerte por culpa de un pirata. Los médicos aseguran que ha perdido mucha sangre y que solo queda esperar. Por otro lado, pese a todo el buen propósito de su gesto, si Edward pone un solo pie en el pueblo será hombre muerto. No considera que esto vaya a suponer un gran problema para el joven, pero le preocupa como pueda afectar a Nicolás que ha quedado atrapado en la ciudad al no haber huido con él.
Por último, está el asunto de Eric. Aún no ha podido contarle a su abuela que ha descubierto algunas cosas sobre lo que pasó después del naufragio. Pero eso, una vez más, tendrá que esperar.
Vuelve su vista hacia Nicolás. El chico tiene gesto serio y preocupado, parece ausente y pensativo, sentado en el suelo con la espalda apoyada en los libros de Rosa. Se puede imaginar en qué estará pensando. Probablemente en su hermano y el lio en el que se ha metido en un inesperado gesto fraternal por su parte. O, tal vez, en lo cerca que ha estado de ser él quien disparase contra el hijo del conde. Pero son solo suposiciones.
Daniel entra en la habitación y la joven se gira para mirarlo. Sigue pálido, pero ya no parece un fantasma. Tiene un ojo morado y algunos arañazos en la cara, además de otras magulladuras que le cubren la ropa limpia que su padre le ha prestado. La que él llevaba esa mañana estaba llena de sangre y hecha girones, así que Peter le ha dejado algunas prendas para que se cambiase. No parece el mismo, y no solo en su aspecto físico.
-Todo esto es culpa mía -susurra desde la puerta a punto de llorar.
Su amiga se acerca hasta él y le abraza. Como si de un niño pequeño que busca el consuelo en su madre se tratase, él apoya su cabeza en el hombro de ella mientras la muchacha desliza los dedos por su oscuro cabello en un gesto que pretende tranquilizarle y consolarle.
-No Daniel, no fue culpa tuya. Solo fuiste víctima de su mal humor y sus celos. Lo que pasó se lo buscó él solito. Prométeme que nunca te arrepentirás de haberme defendido -le susurra ella con voz tierna y maternal.
-Lo prometo -responde Daniel intentando parecer seguro y firme, pero con una voz que delata que está a punto de echarse de nuevo a llorar.
Nicolás les observa y deja escapar una tímida sonrisa. Ella se merece algo mejor que ese estúpido conde. Si finalmente no muere por el disparo, piensa asegurarse de que se arrepienta el resto de su vida de no haberlo hecho.
Ana se gira hacia él sin dejar de consolar a Daniel.
-Gracias -dice simplemente-. Eres un buen amigo.
Él no responde. Quiere decirle tantas cosas..., pero no es el momento. Ahora es mejor callar.
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La Rosa Blanca
Ficção AdolescenteAna y Nicolás son más parecidos de lo que ellos creen. A ambos les une un mismo sueño: poder ser ellos mismos y elejir su propio destino. Acompañales en sus aventuras en esta historia de piratas y secretos familiares, tesoros enterrados y amores se...