Parte 7

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-¿Dónde estuviste ayer? -pregunta Edward a su hermano mientras ambos ayudan a acabar de limpiar el casco del barco.

-Por ahí, dando una vuelta –responde Nicolás encogiéndose de hombros.

-¿Mientras los demás trabajamos en poner el barco a punto? A papá no le va a gustar.

-¿Y? Seguramente en mi ausencia habéis avanzado más que si hubiese estado aquí estropeándolo todo, como él dice. Además, es el primero que desaparece sin dar explicaciones.

-No puedes cuestionar sus decisiones. Bien sabes que no escogió este lugar al azar. Por tanto, intenta no meternos en líos y quédate donde seas útil.

Nicolás se echa a reír sin poder evitarlo y tiene que dejar su tarea por un instante.

-¿No meterse en líos, hermano? Nos dedicamos precisamente a eso –responde intentando pronunciar las palabras correctamente entre las carcajadas-. Además, solo nuestro padre puede dar órdenes en este barco.

Edward se pone aún más serio, ¿qué ha hecho él para merecer un hermano así?

-No creo que eso siga siendo así por mucho tiempo. Deberías irte haciendo a la idea.

-Cuando eso suceda ya me haré a la idea, no te preocupes Ed –Nicolás le guiña un ojo. Acto seguido vuelve a centrarse exclusivamente en el trabajo, feliz por haber dicho la última palabra, por el momento.

***

-Guillermo, tu tarea consiste en cuidar a esa chica como si fuese tu hermana –le recomienda su padre-. Recuerda que nuestra economía no pasa por su mejor momento. Llevamos ya cinco años de malas cosechas y tenemos que dar más de lo que recibimos. El dinero de los Orraban nos vendrá muy bien.

-Lo se padre, lo tengo en cuenta.

-Bien, en ese caso no lo olvides.

Diego guarda silencio unos segundos, reflexivo. Hay algo más que debe recordar a su hijo, algo importante.

-Por otro lado, será mejor que empieces a cortejarla como haces con las otras chicas, tenerla contenta es importante -Añade finalmente yendo directamente al grano.

-Lo sé –responde él casi en un tímido susurro. Piensa en añadir algo, pero, sin embargo, cambia de idea ante la seriedad de la mirada de su padre.

-Ah, y olvídate de tus amantes. Debes centrarte solo en ella, al menos temporalmente, hasta la boda -le recomienda, guiñándole un ojo un segundo antes de retornar a la seriedad de su discurso-. Recuérdalo bien, Guillermo, que lleve un anillo en el dedo no es garantía de nada. Si su familia cambia de idea, se acabó. El trato que tengas con ella, cuenta.

-Lo sé, procuraré no olvidarlo padre.

-Más te vale. Nos jugamos mucho con esto. No hay nada peor que un noble arruinado. –Hace una pausa antes de cambiar de tema-. Por cierto, he aceptado la petición de Peter Orraban de escoltar sus barcos con los nuestros. Es importante que su cargamento llegue, no podemos permitirnos que esos piratas le arruinen.

-Iré de inmediato a darle la buena noticia –anuncia Guillermo adelantándose a la petición de su padre.

-Y no te olvides de llevar algún obsequio a Ana.

-No lo hare, padre –promete el joven antes de salir por la puerta del despacho del conde camino de la casa de su prometida.

***

La casa está situada en el centro del pueblo. Una mansión de tres pisos de altura que sobresale un poco sobre las demás. Solo hay otra casa igual en todo el pueblo y, es la del alcalde, lo que confirma la importancia y riqueza de los Orraban.

Un hombre alto, fuerte y elegante, que seguramente pasa de los sesenta, sale de la vivienda en el mismo momento en el que el muchacho tuerce la esquina de la calle. Claramente no es el padre de Ana, es demasiado mayor y, además, a Peter lo conoce bien, mientras que a ese hombre nunca lo ha visto antes. Seguramente será algún nuevo cliente, nada más. Ambos intercambian un saludo rápido y formal al cruzarse en la calle, luego Guillermo se apresura en llegar a la puerta de la casa.

El desconocido tiene algo que no le gusta, aunque no sabría decir qué es.

El joven decide entrevistarse con Peter primero. Le alegrará mucho la buena noticia. Aunque en su opinión no merece la pena escoltar los barcos, si los piratas quieren el botín, lo conseguirán igualmente.

Peter, sin embargo, se muestra entusiasmado con la idea, lleva días reteniendo sus barcos y, que el conde haya accedido a su petición es una noticia excelente.

Ana aparece en el umbral del despacho de su padre, justo cuando Guillermo está a punto de salir tras las oportunas despedidas.

-¿Te vas a ir sin decirme nada? -pregunta ella fingidamente enfadada. Odia tener que aparentar que le afecta su comportamiento.

-Hola Ana, no..., –intenta disculparse él, buscando las palabras adecuadas– Tenía cosas importantes que hablar con tu padre, ahora iba a preguntar por ti -miente con una fingida sonrisa.

Aunque su padre le insistió en ir a visitarla, en el fondo tenía la esperanza de poder marcharse sin verla. En el baile reconoce que fue un poco insensible. Sin embargo, no entiende por qué tiene que aceptar que ella se vea con Daniel, pero él no puede coquetear con otras chicas. ¿Por qué no podría bastar con la boda y ya? ¿Realmente tienen que demostrar que existe un afecto mutuo claramente falso? Si ella acepase dejar de verse con su amigo, él se esforzaría por disimular que es un enlace por compromiso. A fin de cuentas, es la reputación de su familia la que está en juego y, la gente habla. Hay rumores circulando por el pueblo que afirman que entre ellos dos hay algo más que amistad. Hasta ahora no ha visto necesario hacerles caso, considera que la gente no tiene nada más interesante con que entretenerse, y ya. Sin embargo, no puede ignorarlos eternamente, si ella no hace nada por evitar esos rumores, deberá intervenir para callarlos.

-Bueno..., ya que estas aquí... ¿Quieres tomar un té, dar una vuelta o algo? -Pregunta ella dando su escusa aparentemente por buena.

-En realidad..., debería irme ya, yo..., tengo cosas que hacer en casa -responde él distraído. Su padre se enfadará si se entera, pero la idea de intimar con ella no le agrada. Es simplemente rebeldía. La cortejaría sin problemas si fuese una más de las chicas de la alta sociedad, pero el que le obliguen a casarse con ella le quita todo el atractivo. Además, la certeza de que ella es suya hace que carezca de interés intentarlo siquiera. ¿Por qué esforzarse? Se van a casar de todos modos. Por otro lado, ella no tiene otros pretendientes, que él sepa, por mucho que la gente rumoree sobre su relación con el pescador. Todo se reduce a dejarle claro que no puede haber dudas respecto a su fidelidad. Lo demás no importa. Aún así si le ha hecho caso a su padre en lo de llevarle un obsequio.

-Es una pena. Pensaba que un paseo sería buena idea. Ahora que estamos prometidos, deberíamos intentar conocernos mejor -comenta ella con aparente sinceridad.

Él se siente un poco cohibido por no corresponder a su invitación. Realmente parece que ella si está haciendo un esfuerzo, pero sencillamente él no tiene ganas en ese momento.

-Yo..., siento no poder hoy. Pero prometo compensarte. Espero que este pequeño regalo sirva para disculparme -añade entregándole una cajita que extrae de su bolsillo -. Buenos días -se despide tomando su mano y besándola educadamente. Luego se dirige al pasillo y sale de la casa sin que nadie le detenga.

Ana parece decepcionada. Sin embargo, se alegra. En realidad, tampoco a ella le apetecía ese paseo. Contempla la cajita que le ha entregado. Muy amable por su parte haberse esforzado en traerle un obsequio, piensa irritada. Dentro encuentra unos caros pendientes de oro y diamantes en forma de media luna. Cierra la cajita y suspira. Si cree que puede comprarla con joyas, se equivoca.

La Rosa BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora