Prologo

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Las nubes aparecieron sin avisar.

En un segundo el azul cielo del verano se tornó negro y tenebroso. El viento comenzó a soplar con fuerza haciendo agitar las, hasta ese momento, tranquilas aguas.

El mar se enfureció, el cielo respondió con un terrible estruendo y los amenazadores rayos hicieron su aparición.

Comenzó a llover, débilmente al principio, aunque enseguida de forma torrencial.

Los truenos seguían a los rayos y los relámpagos sin descanso alguno.

Se encontraban en medio de la tormenta y el vendaval zarandeaba el barco sin tregua.

-¡Asegurad las velas! ¡Mantened el rumbo! -gritaba el capitán nervioso.

El mar y el cielo no daban tregua. El barco estaba completamente a merced de la tempestad y sus caprichos. Cualquier esfuerzo de escapar sería inútil.

Las olas envolvían a la embarcación y la acunaban entre sus crestas llenando de agua y espuma la cubierta una y otra vez. La fuerza del mar partió el mástil en dos haciendo que el pesado palo cayera sobre la madera del suelo.

Las rocas surgieron de repente, nadie las vio hasta que no fue demasiado tarde. El embravecido mar lanzó al navío contra la base del acantilado. Nadie podría salvarse de semejante impacto.

Un gran estruendo de agua cayendo de golpe sobre el barco y, el ruido sordo de la madera al chocar contra una pared de piedra ensordeció el día. Un gran rayo iluminó por un segundo al bergantín seguido de un ensordecedor trueno. Luego se hizo el silencio.

Cuando las nubes se despejaron, en la cercana playa solo se podían ver algunos fragmentos de madera y de tela, seguramente de alguna vela y su palo.

Todo el mundo supuso que el poderoso navío había acabado en lo más profundo del océano. Lo único cierto es que nadie volvió a verlo nunca más.

***


Aquella noche Rosa vigilaba el puerto desde la ventana de su habitación. Estaba oscuro, puesto que las nubes aún no se habían dispersado. No había actividad. La ciudad dormía tras una dura tarde de trabajo limpiando los desperfectos que el mar había causado.

La tormenta había sido terrible.

¿Dónde estaría? No acostumbraba a faltar a sus citas. Pero no había rastro del bergantín y su reluciente bandera.

Él le había asegurado que vendría a verla, pero la reluciente rosa blanca sobre aquel oscuro fondo negro no se veía por ninguna parte. Tal vez hubiese escogido otro barco para pasar desapercibido, si alquien le descubría le arrestarían sin pensarlo. Era peligroso, pero él nunca había incumplido una promesa.

La noche fue avanzando, pero él no apareció.

Por la mañana un niño de unos cinco años vino a despertarla. Se había acostado con el amanecer y apenas pasaban de las nueve. Estaba cansada, pero no podía desatender a su hijo.

-Mamá, mamá, deprisa, papá no se encuentra bien -le indicó el niño algo alterado.

Se le hacía raro que su hijo llamase papá a Dan. Pero era lógico, era el único padre que conocía. Cuando creciese lo suficiente tal vez le contarse la verdad. Debía hacerlo, el niño tenía derecho a saberlo.

Los rumores llegaron a ella antes de que llegase al dormitorio de su marido. Al parecer, en un trozo de madera que había aparecido en la playa estaba escrita la palabra Rosa.

Ella intentó no pensar en ello.

Su esposo la necesitaba en ese momento. Últimamente estaba enfermo a menudo, empezaba a preocuparse realmente.

-Peter cariño, ve a jugar fuera un rato, ya me encargo yo de cuidar de tu padre –le indicó al niño al llegar a la puerta del dormitorio.

El niño obedeció de inmediato y, ella puso la mano sobre el pomo. "Oh, Eric, espero que no te pasase nada en esa horrible tempestad, me dolería mucho que jamás llegues a conocer a tu hijo más allá de lo que te cuento, amor mío, por favor, que estés bien" se dijo a sí misma en un susurro antes de abrir la puerta para atender a su enfermizo y rico marido.

Pobre Rosa, su vida nunca volvería a ser la misma desde que Eric desapareció en el mar.

La Rosa BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora