Parte 15

132 9 2
                                    

Es otra aburrida fiesta en el salón de bailes del ayuntamiento.

Ana observa, como siempre, como su prometido tontea con todas las chicas de la sala.

Es abrumador. ¿No había ni un solo candidato mejor al que sus padres pudiesen haber escogido? Mejor no pensar en ello. Él tiene sus chicas y ella un proyecto secreto.

Guillermo está flirteando con una chica no muy lejos de ella. Desde su posición le ve susurrarle cosas al oído mientras la joven se ríe cómplice.

¿Cómo puede ser tan insensible? Ni siquiera parece importarle que ella esté cerca. Debería hablar con él sobre ciertas reglas. No dirá nada respecto a sus amantes si promete ser formal en público.

-Guillermo, ¿Podemos hablar? -pregunta Ana acercándose valientemente hasta el muchacho e interrumpiéndole.

-Em..., Sí, claro. ¿Me disculpas un momento? -se despide educadamente de su acompañante besándola en la mano.

Se dirigen al balcón, en busca de intimidad para poder hablar sin oídos indiscretos.

Una vez solos, él la pregunta qué es lo que quiere para haberle obligado a dejar a su acompañante tan precipitadamente. Parece realmente molesto.

-Por eso quería hablar contigo. La gente habla y, yo no estoy sorda. No me parece correcto que tontees con esas chicas en público. Y menos delante mío. La imagen que se da a los demás importa. Supongo que lo sabes. Tú mismo me lo has dicho alguna vez –declara de golpe intentando parecer tranquila.

-¿Celosa? -pregunta él sonriendo maliciosamente.

-Oh, no. Si por mi fuera te puedes quedar con todas esas amantes y pasar de mí. Pero el qué dirán importa. Me siento ridiculizada y deshonrada por ese motivo. Aún no estamos casados y la gente ya me mira como si fuese..., no sé, pero me miran mal. Con compasión, algunos, otros como si fuese la peste.

-No deberías sentirte así. Aún no estamos casados. Además, yo no digo nada del tiempo que pasas con ese amigo tuyo. Y es bastante.

-¡Pero no en público! –Grita ella perdiendo la paciencia-. Siento que no sientes ningún respeto hacia mí.

Él suspira.

-Ana, no puedes venir de repente y cambiar a alguien –le recuerda con paciencia, con el tono con el que se reprocha a un niño pequeño que ha hecho algo que no debería haber hecho- Yo seguiré teniendo amantes, y te recomiendo que no te metas en mis asuntos. Deberías sentirte afortunada por no tener que renunciar a tu amistad con ese pescador, en vez de reprocharme tontear con otras chicas. Ahora volvamos a la fiesta antes de que digas algo de lo que puedas arrepentirte. Esta vez lo dejaré pasar. Pero no vuelvas a decirme lo que tengo que hacer. No eres nadie para meterte en mi vida.

-¡Si soy alguien! Soy tu prometida, y en unos meses tú esposa –le recuerda ella desafiante.

-Pues eso, nadie.

-Hablaré con tus padres. Si no vas a hacerme caso a mí, tal vez les hagas caso a ellos.

-Haz lo que quieras. Por mí este tema queda zanjado –declara él dando media vuelta y regresando al salón.

Ana se queda sola en el balcón.

Guillermo no ha levantado la voz ni una sola vez. Tampoco la ha pegado. Pero algo en su tono deja claro que volver a intentar tratar el tema o, expresar su opinión sobre algo relacionado con él en su presencia, es una mala idea. Sin embargo, debería poder exigirle al menos un poco de respeto, aunque solo sea eso.

La Rosa BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora