Parte 14

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Nicolás mira ausente las pequeñas olas chocando contra el casco del barco.

No falta mucho para que llegue el otoño.

La brisa es fresca y el agua está tranquila.

Siempre le ha gustado el mar: Navegar por sus impredecibles aguas, los misterios que esconde, no ver nunca el horizonte... Pero hoy sus pensamientos están muy lejos de allí.

No sabe que le llevó a acercarse a ella ese día en la playa, ni a ir a su casa en plena noche. Lo que sí sabe es que no puede quitársela de la cabeza desde entonces.

-Últimamente estás muy raro, hermanito –comenta Edward con tono alegre asomándose al mar, a su lado - ¿algo que te preocupe?

-Nada de importancia –responde él-, debería volver a mis tareas, hay mucho que hacer.

No le apetece hablar con su hermano. Él tampoco comparte sus secretos. Es consciente de que su padre y su hermano están obsesionados con la abuela de Ana. Al parecer tiene relación con un tesoro pirata. Sin embargo, le han dejado fuera del asunto y no sabe qué se traen entre manos. Hace tiempo que solo persiguen barcos con el escudo de los Orraban en sus banderas. Algunas veces solo les asustan dejándose notar como un fantasma al acecho. Otras, han atacado el barco dejando tras ellos un mensaje para Rosa. No, no puede compartir sus pensamientos con su hermano. Seguramente ocasionaría alguna charla sobre el deber de un pirata y, ya ha oído demasiadas veces ese discurso.

Edward observa a su hermano pequeño alejarse por la cubierta. De niños eran inseparables, pero al crecer se habían vuelto completamente opuestos. Aunque eso no implica que no le conozca bien. Algo oculta, pero, ¿el qué?

***

¡CINCO BARCOS! Cinco barcos han caído en una semana, y tras todos los ataques ha llegado una carta de amenaza para Rosa. ¿En qué líos puede andar metida una mujer de tan avanzada edad para que un pirata tenga tanto interés en ella?

Tal vez no haya hecho bien en ocultarle las amenazas a su madre. Tal vez sea mejor contárselo todo. Es una decisión difícil. ¿Qué hacer?

-¿Debería decírselo, Rita? Está muriendo gente. La cosa es grave.

-Cariño, tranquilízate. Estresándote no solucionarás el problema –le sugiere su esposa con voz tranquilizadora.

Peter no para de dar vueltas por la habitación.

El problema es realmente serio. Esos piratas sanguinarios la han tomado con sus barcos y, ya es algo personal.

-Tal vez debería implicarla. De hecho, ya está implicada, aunque no lo sabe. Puede que ella tenga la solución al problema. Puede que sepa por qué esos asesinos la han tomado con mis barcos en particular.

-O tal vez debería ser yo quien se lo contase. Entre mujeres nos entendemos mejor. -sugiere Rita.

-Oh, no. Creo que es preferible que se entere por mí. Por algo es mi madre. No puedo ocultárselo para siempre. ¿Y si ya sospecha algo?

-Peter, ¿puedes hacer el favor de respirar hondo y calmante? -le grita Rita perdiendo los nervios-. No puedes ir a verla y soltarle así de golpe la noticia.

Él se detiene y se deja caer sobre la cama. Ella acude a sentarse a su lado.

-Tienes razón, pero no puedo quedarme sin hacer nada. No puedo. Desearía que ese desalmado estuviese entre rejas, o en la horca. ¿Por qué nadie ha podido atraparle aún? –confiesa él sin poder evitar que se le escapen las lágrimas.

-Lo sé, lo sé. Pero desde aquí no podemos hacer mucho. Ya verás como todo terminará arreglándose -susurra ella tomando las manos de él entre las suyas-. Al final todo acabará bien. Ya lo verás -le asegura, aunque en el fondo, no está nada convencida de la veracidad de sus palabras.

***

Diego se encuentra en su despacho reflexivo. Ese estúpido pirata puede echarlo todo a perder con su intromisión. No puede garantizar la seguridad de los barcos de Peter, aunque haya aceptado escoltarlos. Tiene las manos atadas. Lamenta el día en el que aceptó un chantaje de ese tal Cristian. Lo recuerda bien. Hacía ya muchos años de aquello.

Por aquel entonces Cristian era un pirata joven, pero astuto y sanguinario. Ya se había ganado su fama como capitán de La Estrella Roja, y su cabeza valía una fortuna. Un día el joven capitán llegó hasta el pueblo, pero el conde estaba preparado, los saqueos por parte de los piratas era algo habitual y debía velar por la seguridad de su pueblo.

En sus recuerdos, un hombre de unos cuarenta años le mira desafiante mientras dos guardias le sujetan con fuerza. Le mira con una sonrisa perversa como si supiese algo que él desconoce. Los hombres lo condujeron hacia la plataforma de madera sobre la que habían colocado la horca. Aquel hombre caminó hacia allí con la cabeza alta y gesto de superioridad. Diego estaba en la primera fila del público, junto al alcalde.

-Querido conde -susurró al pasar a su lado obligando a los guardias a detenerse un momento-, escucha bien mis palabras. Hoy podrás librar al mundo de un peligroso enemigo, pero después de mi vendrán otros. En realidad, no soy el único de los míos que ha atacado a tus pesqueros y comerciantes. Ahórcame y te librarás de un problema, libérame y ya no tendrás más problemas.

El hombre le miró a los ojos, desafiante. Se hizo el silencio. Diego miró al alcalde de pie a su lado y este asintió. Entonces dio la orden de detener la ejecución alegando que la madera estaba podrida y la cuerda raída, que se acababa de dar cuenta y que no podrían ejecutar al pirata ese día. El pueblo se indignó mucho por ello, pero ya lo arreglaría después. El prisionero fue llevado de nuevo a la cárcel de donde se escaparía misteriosamente esa misma noche.

Desde que dejase ir a Cristian no habían vuelto los piratas, y de eso hacía ya veinte años. Tampoco el capitán de La Estrella de Fuego se había acercado a la costa. Cumplía con su parte del trato y de vez en cuando mandaba un recadero a cobrar su tributo.

El conde regresa a la realidad preocupado, no puede proteger a Peter y su familia sin riesgo de romper su pacto de no agresión al pirata y su tripulación. Pero, ¿Acaso él no ha incumplido su parte del trato? Aun así, ¿Qué son unos pocos navíos, su tripulación y su carga comparado con toda una ciudad? No importa lo que haga Cristian, él no romperá su parte del acuerdo, aunque pueda costarle el matrimonio de Ana y su hijo, la seguridad del pueblo es lo importante y, la suya por encima de la de todos los demás pues será a por el primero que Cristian vaya si incumple su promesa. De eso no tiene ninguna duda.

La Rosa BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora