PREFACIO

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Oscuridad.

La más horrible y fría oscuridad que un ser viviente pueda percibir y experimentar. No puedo distinguir nada más allá de lo que la luz de mi espada y mi cuerpo me permiten ver.

Intento nuevamente enviar la onda de energía para iluminar mi camino, pero es imposible.

Estoy débil.

Muy débil.

Camino directamente hacia donde creo mis sentidos me dicen es el camino correcto. Pronto el calor y las llamaradas de los edificios destruidos me permiten apreciar la devastación total. Las siluetas de los edificios que aun intentan sostenerse después de ser arrasados con la fuerza de los oscuros, se burlan de mi esperanza por encontrarlos vivos. Cojeo y arrastro mi ala herida por todo el camino hacia el centro de la ciudad, donde hace unos minutos, horas o tal vez días, se desarrollaba la batalla.

No lo vi venir, ninguno lo esperaba. Un momento estaba blandiendo mi espada hacia el demonio que causó tanto dolor en nuestro mundo y a los humanos, y al siguiente estaba siendo arrojada al vacío, lejos de la batalla, lejos de mi familia.

Una mueca de dolor se dibuja en mi cara cuando piso el desnivel del suelo. Una onda de dolor se dispara desde la planta de mi pie herido hacia arriba, quemando mi rodilla y casi que derribándome nuevamente. Ese hijo de puta. Demasiado rápido, demasiado fuerte, demasiada oscuridad en él.

Y ni que decir de mi pobre ala, rota. Intenté luchar contra su agarre cuando quiso cortarla de mí. Logré huir del filo de la espada, pero no de su mano cuando tiró de ella y fracturó el hueso.

Ha sido el dolor más increíble que he podido soportar. Ni siquiera puedo describir lo que se siente tener un ala rota... ahora, no imagino lo que sería perderlas.

La sangre mancha el camino que recorro, jadeo y me apoyo de una estructura, probablemente un auto quemado, para tomar aliento nuevamente. Mis ojos se llenan de lágrimas cuando el humo de las llamas azota mi rostro. Respiro nuevamente, tratando de calmar la desesperación que amenaza con imponerse ante mi deber de luchar hasta la muerte.

Mi familia.

Ellos deben estar vivos, deben estarlo.

Respiro nuevamente, ordenándome a mí misma encontrar esa fuerza que sé tengo dentro de mí, es ahora que la necesito, que requiero de ella para luchar. Ya he perdido a suficientes hermanos de mi sangre, no puedo perder a los últimos que quedan. Los rostros de Elijah, Briza, Almagor, Atur, Adif, Armor, Adrina, Adina y todos, todos mis hermanos, mi familia; incluso el rostro de Ariel... oh Ariel.

Un sollozo se escapa de mi boca, al recordar el rostro, la sonrisa y los ojos de mi hermano mayor. Le extraño tanto, mi corazón duele cada vez que pienso en él. Cubro mi boca con mi mano libre, como si ella pudiera detener los sonidos de agonía que intentan derramarse libremente de mí, pero lo escucho. Hay otro sonido, una gemido, igual de desesperado y desolado que el mío.

—Ageysha.

Es si acaso un lamento, pero logro reconocer la voz de Adira entre los escombros del edificio, o lo que era una tienda de comestibles, frente a mí. Me apoyo en el auto y camino, tan lento y tan frustrada, hacia la mano que logro divisar entre tanto daño.

—¿Adira? —susurro. Mi corazón late a mil, esperando que responda a mi voz.

—Hermana —Un enorme alivio se derrama por mi cuerpo. No es la voz viva y enérgica de siempre, pero es su voz. Está vivaAyúdame.

SOMBRAS (Entre el Cielo y el Infierno #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora