3. "El Caldero Chorreante."

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Aquellos días fueron fantásticos para Maddie y Noa. Podían ir donde les apeteciera, siempre y cuando estuviera en el callejón Diagon, dado que Harry no tenía permitido salir, y como esta calle larga y empedrada rebosaba de las tiendas de brujería más fascinantes del mundo, no tenían la mínima intención de irse.

Desayunaban con Harry por las mañanas en el Caldero Chorreante, donde disfrutaban viendo a los demás huéspedes: brujas pequeñas y graciosas que habían llegado del campo para pasar un día de compras; magos de aspecto venerable que discutían sobre el último artículo aparecido en la revista: La transformación moderna; brujos de aspecto primitivo; enanitos escandalosos; y, en cierta ocasión, una bruja malvada con un pasamontañas de gruesa lana, que pidió un plato de hígado crudo.

Después del desayuno, con Harry salían al patio de atrás, sacaban la varita mágica, golpeaban el tercer ladrillo de la izquierda por encima del cubo de la basura, y se quedaban esperando hasta que se abría en la pared el arco que daba al callejón Diagon.

Pasaban aquellos largos y soleados días explorando las tiendas y comiendo bajo sombrillas de brillantes colores en las terrazas de los cafés, donde los ocupantes de las otras mesas se enseñaban las compras que habían hecho («es un lunascopio, amigo mío, se acabó el andar con los mapas lunares, ¿te das cuenta?») o discutían sobre el caso de Sirius Black («yo no pienso dejar a ninguno de mis chicos que salga solo hasta que Sirius vuelva a Azkaban»). Ahora los tres se sentaban, a plena luz del día, en la terraza de la Heladería Florean Fortescue, y terminaban todos los trabajos con la ocasional ayuda del mismo Florean Fortescue, quien, además de saber mucho sobre la quema de brujas en los tiempos medievales, daba gratis a los tres niños, cada media hora, un helado de crema y caramelo.

Algo extraño sucedió cuando fueron a Gringotts a cargar sus monederos.

Entre, extraño, pero tenga cuidado
Con lo que le espera al pecado de la codicia
Porque aquellos que cogen, pero no se lo han ganado
Deberán pagar en cambio mucho más
Así que si busca bajo nuestros suelos
Un tesoro que nunca fue suyo,
Ladrón, está advertido, tenga cuidado
De encontrar algo mas que un tesoro allí.

—¿Recuerdas, Noa? ¿Recuerdas la primera vez que vinimos? —preguntó Maddie a su hermana cuando ingresaron al banco.

—Claro que sí —respondió Noa y se dirigieron a un duende.

—Hola, soy Harry Potter —dijo Harry al duende—. Tengo que sacar dinero en la bóveda de mi familia para cosas del colegio. Alta seguridad.

—El carro te llevará. ¿Y ustedes?

—Venimos a la bóveda 711. Somos Madison y Pauline Black —espetó Noa, con un sentimiento extraño al referirse a sí misma con su primer nombre—. También venimos por dinero para el colegio. Alta seguridad.

—¿711? —preguntó el duende frunciendo el ceño—. Hace tan solo unas horas alguien ha venido a abrirla.

—¿De verdad? —preguntó Maddie, verdaderamente sorprendida—. ¿Quién? ¿Cuáles eran sus intenciones?

—Sacar dinero. La bóveda no pertenece únicamente a ustedes —dijo el duende—. Quiero suponer que no son las únicas vivas en la familia. En fin —terminó y silbó, de tal manera que frente a ellos apareció un carro.

—Si no tienen problema en ir los tres juntos, hagan un solo viaje —dijo el duende —, el carro los llevará.

Maddie, Noa y Harry, mudos, se subieron al carro, acompañados por otro duende.

—¿Creen que Sirius Black abrió nuestra bóveda? —preguntó Maddie.

—Tal vez —dijo Harry.

Pequeñas Black y el Prisionero de Azkaban [TERMINADA] [Libro III] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora