28. "El beso del dementor."

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Hermione se cubrió el rostro con las manos y se volvió hacia la pared.

—¡No! —gritó Harry Se adelantó corriendo y se puso en­tre Pettigrew y las varitas—. ¡No pueden matarlo! —dijo sin aliento—. No pueden.

Tanto Black como Lupin se quedaron de piedra. Maddie y Noa sonrieron en lo más profundo de su interior. «No eres mejor que él si lo matas, Harry» su amigo las había escuchado.

—Harry, esta alimaña es la causa de que no tengas pa­dres —gruñó Black—. Este ser repugnante te habría visto morir a ti también sin mover ni un dedo. Ya lo has oído. Su propia piel maloliente significaba más para él que toda tu fa­milia.

—Lo sé —jadeó Harry—. Lo llevaremos al castillo. Lo entregaremos a los dementores. Puede ir a Azkaban. Pero no lo maten.

—¡Harry! —exclamó Pettigrew entrecortadamente, y rodeó las rodillas de Harry con los brazos—. Tú... gracias. Es más de lo que merezco. Gracias.

—Suéltame —dijo Harry, apartando las manos de Petti­grew con asco—. No lo hago por ti. Lo hago porque creo que mi padre no habría deseado que sus mejores amigos se con­virtieran en asesinos por culpa tuya.

Nadie se movió ni dijo nada, salvo Pettigrew, que jadea­ba con la mano crispada en el pecho. Black y Lupin se miraron. Y bajaron las varitas a la vez.

—Tú eres la única persona que tiene derecho a deci­dir; Harry —dijo Black—. Pero piensa, piensa en lo que hizo.

—Que vaya a Azkaban —repitió Harry—. Si alguien merece ese lugar; es él.

Pettigrew seguía jadeante detrás de él.

—De acuerdo —dijo Lupin—. Hazte a un lado, Harry. —Harry dudó—. Voy a atarlo —añadió Lupin—. Nada más, te lo juro.

Harry se quitó de en medio. Esta vez fue de la varita de Lupin de la que salieron disparadas las cuerdas, y al cabo de un instante Pettigrew se retorcía en el suelo, atado y amor­dazado.

—Pero si te transformas, Peter —gruñó Black, apuntan­do a Pettigrew con su varita—, te mataremos. ¿Estás de acuerdo, Harry?

Harry bajó la vista para observar la lastimosa figura, y asintió de forma que lo viera Pettigrew.

—De acuerdo —dijo de repente Lupin, como cerrando un trato—. Ron, no sé arreglar huesos como la señora Pomfrey pero creo que lo mejor será que te entablillemos la pier­na hasta que te podamos dejar en la enfermería.

Se acercó a Ron aprisa, se inclinó, le golpeó en la pierna con la varita y murmuró:

—¡Férula!

Unas vendas rodearon la pierna de Ron y se la ataron a una tablilla. Lupin y Hermione ayudaron a él y a Maddie a ponerse en pie. Ron se apoyó con cuidado en la pierna y no hizo ni un gesto de dolor.

—Mejor —dijo—. Gracias.

—¿Cómo hicieron eso? —preguntó Black señalando las manos de Maddie y Ron.

—El año pasado —explicó Noa— Maddie y yo quisimos inventar este hechizo y hasta hoy pensábamos que no funcionaba...

—Pero sí lo hacía —continuó Maddie—, y Noa lo usó en broma sobre Ron y yo... Y esto pasó.

—Cómico —rió Black, sonriendo—, es genial.

—¿Y qué hacemos con el profesor Snape? —preguntó Hermione, en voz baja, mirando a Snape postrado en el suelo.

—No le pasa nada grave —explicó Lupin, inclinándose y tomándole el pulso—. Sólo se pasaron un poco. Sigue sin co­nocimiento. Eh... tal vez sea mejor dejarlo así hasta que haya­mos vuelto al castillo. Podemos llevarlo tal como está. —Lue­go murmuro—: Mobilicorpus.

Pequeñas Black y el Prisionero de Azkaban [TERMINADA] [Libro III] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora