5. "El dementor."

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Tal vez no fuera un ameno compañero de viaje, pero la presencia del profesor Lupin en el compartimento tenía su lado bueno. A media tarde, cuando empezó a llover y la llu­via emborronaba las colinas, volvieron a oír a alguien por el pasillo, y las tres personas a las que tenían menos aprecio aparecieron en la puerta: Draco Malfoy y sus dos amigotes, Vincent Crabbe y Gregory Goyle.
Draco Malfoy y Harry, seguido posteriormente por Maddie y luego por Noa, se habían convertido en enemigos desde que se conocieron, en su primer viaje en tren a Hog­warts. Malfoy, que tenía una cara pálida, puntiaguda y como de asco, pertenecía a la casa de Slytherin. Era buscador en el equipo de quidditch de Slytherin, el mismo puesto que tenía Harry en el de Gryffindor. Crabbe y Goyle parecían no tener otro objeto en la vida que hacer lo que quisiera Malfoy. Los dos eran corpulentos y musculosos. Crabbe era el más alto, y lle­vaba un corte de pelo de tazón y tenía el cuello muy grueso. Goy­le llevaba el pelo corto y erizado, y tenía brazos de gorila.

—Bueno, miren quiénes están ahí —dijo Malfoy con su habitual manera de hablar; arrastrando las palabras. Abrió la puerta del compartimento—. El chalado, la rata, la sabelotodo y las gemelas hijas de Black.

Crabbe y Goyle se rieron como bobos.

—No son hijas de Sirius Black —las defendió Ron.

—He oído que tu padre por fin ha tocado oro este verano —dijo Malfoy—. ¿No se habrá muerto tu madre del susto?

Ron se levantó tan aprisa que tiró al suelo el cesto de Crookshanks. El profesor Lupin roncó.

—¿Quién es ése? —preguntó Malfoy, dando un paso atrás en cuanto se percató de la presencia de Lupin.

—Un nuevo profesor —contestó Maddie, que se había le­vantado también por si tenía que sujetar a Ron—. ¿Qué de­cías, Malfoy?

Malfoy entornó sus ojos claros. No era tan idiota como para pelearse delante de un profesor.

—Vámonos —murmuró a Crabbe y Goyle, con rabia.

Y desaparecieron.

Maddie y Ron volvieron a sentarse. Ron se frotaba los nu­dillos.

—No pienso aguantarle nada a Malfoy este curso —dijo enfadado—. Lo digo en serio. Si hace otro comentario así so­bre mi familia, le cogeré la cabeza y...

Ron hizo un gesto violento.

—Cuidado, Ron —susurró Noa, señalando al pro­fesor Lupin—. Cuidado...

Pero el profesor Lupin seguía profundamente dormido.
La lluvia arreciaba a medida que el tren avanzaba hacia el norte; las ventanillas eran ahora de un gris brillante que se oscurecía poco a poco, hasta que encendieron las luces que había a lo largo del pasillo y en el techo de los comparti­mentos. El tren traqueteaba, la lluvia golpeaba contra las ventanas, el viento rugía, pero el profesor Lupin seguía dur­miendo.

—Debemos de estar llegando —dijo Maddie, inclinándose hacia delante para mirar a través del reflejo del profesor Lu­pin por la ventanilla, ahora completamente negra.

Acababa de decirlo cuando el tren empezó a reducir la velocidad.

—Estupendo —dijo Ron, levantándose y yendo con cui­dado hacia el otro lado del profesor Lupin, para ver algo fue­ra del tren—. Me muero de hambre. Tengo unas ganas de que empiece el banquete...

—No podemos haber llegado aún —dijo Hermione mi­rando el reloj.

—Entonces, ¿por qué nos detenemos? —preguntó Maddie.

El tren iba cada vez más despacio. A medida que el ruido de los pistones se amortiguaba, el viento y la lluvia sonaban con más fuerza contra los cristales.
Harry, que era el que estaba más cerca de la puerta, se levantó para mirar por el pasillo. Por todo el vagón se aso­maban cabezas curiosas. El tren se paró con una sacudida, y distintos golpes testimoniaron que algunos baúles se habían caído de los portaequipajes. A continuación, sin previo aviso, se apagaron todas las luces y quedaron sumidos en una os­curidad total.

Pequeñas Black y el Prisionero de Azkaban [TERMINADA] [Libro III] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora